sábado, 27 de septiembre de 2014

TRABAJOS DE AMOR ENSANGRENTADOS (Edmund Crispin)




Érase un exclusivo internado para chicos enclavado en un tradicional pueblito de la campiña inglesa. Todo muy escolar y muy british con olor a polvo de tiza en el ambiente y mermelada de naranja amarga con la tostada. ¿Qué podría pasar aquí en la víspera de la festividad más importante del colegio? Crímenes, off course.

El subtítulo de esta novela, Otro nuevo y extraño misterio para Gervase Fen, me advirtió que era parte de una serie. Normalmente una cierta compulsión de orden (que lamentablemente no afecta otras áreas de mi vida) me hubiese hecho remontarme a los orígenes, estaba segura de haber leído buenos comentarios en alguna parte pero es bueno cambiar de hábitos de vez en cuando. Bien, no es necesario conocer los antecedentes, la historia es autónoma y salvo contadas alusiones a algún personaje que ha cruzado las historias anteriores, no necesitamos más datos para disfrutar del encanto del profesor Fen.

Desde el punto de vista formal esta narración cumple con todos los requisitos para adscribirla a la escuela británica de la novela clásico de detectives: un sabueso aficionado que investiga crímenes sucesivos en un universo pequeño y cerrado habitado por personajes aristocráticos y el correspondiente personal de servicio (ese mayordomo...). Dichos crímenes han de ser perpetrados en personajes odiosos o no demasiado importantes con los que el lector no haya desarrollado un verdadero vínculo de empatía y a partir de ellos tiene lugar ese ejercicio de lógica deductiva de encontrar al culpable. Aunque Trabajos tiene todos los ingredientes que aparecen en la receta que acabamos de formular, es mucho más: un sentido del humor impecable, con una veta trágica que lo hace aún más fino; la construcción de los personajes, sobre unos "maniquíes" de estereotipos es capaz de crear un elenco de caracteres reconocibles y recordables, no meras piezas a encajar en el rompecabezas.

El director de la escuela Castrevenford recurre a su amigo Gervase Fen, profesor de Oxford para reemplazar al orador que debía entregar los premios académicos más importantes del calendario escolar. Lo que se anticipaba como una aburrida jornada, concesión a un viejo amigo en apuros, se transforma cuando una estudiante del colegio de señoritas que participa en una obra de teatro conjunta, desaparece y pocas horas después dos profesores son asesinados.

La solidez y el encanto del protagonista son el motor de esta narración y la diferencian de, por ejemplo, esos productos tardíos creados en serie y firmados con el nombre de Agatha Christie. Desde que Fen pone un pie en escena, ataviado con esa escandalosa corbata de sirenas y con sus ademanes de fumador compulsivo, que parecen demostrar que se puede ser adicto a la nicotina sin perder la elegancia, sabemos que más que la solución del misterio lo interesante va a ser el camino para llegar a ella.

Gervase Fen me recuerda a mi profesor de álgebra del colegio que de vez en cuando nos soltaba advertencias de este cariz: "Señoritas, tendrán que seguirme en este ejercicio como un acto de fe, luego cuando destripemos el teorema, verán la lógica del asunto y podrán reemplazar la creencia por la convicción", eso se lo decía a adolescentes de catorce años que mirábamos impacientes por la ventana pensando si se despejarían esas nubes para tomar el sol un rato en el recreo. Pues algo así transmite Fen al lector, una idea de que el ya tiene el caso resuelto en su cabeza pero que con su estilo de profesor quiere llevarnos de la mano por los caminos de su deducción, que básicamente consisten en una exploración detallada del carácter de los personajes y cómo éste los implica o no en la trama criminal, que sería la ecuación a despejar. Por momentos tuve la sensación nos fuerza a admitir demasiados supuestos pero como no cae en la trampa de escamotear la lógica del asunto, se perdona esa obligada caída en el acto de fe.

Pero Fen no es un profesor de álgebra, es un profesor de literatura y en un libro con este título, esa diferencia es fundamental. Como la pista ya viene en el título no creo cometer ninguna indiscreción si revelo que en el centro de la intriga está un manuscrito secreto de Shakespeare, un hipotético Trabajos de amor logrados que sería la continuación de una de las comedias tempranas del bardo, Trabajos de amor perdidos, una de estas macro comedias románticas llenas de enredos que tan bonitas que dan en el cine (lo reconozco, Keneth Branagh es uno de mis placeres culpables).  





Un Shakespeare de Branagh (Un montón de gente bella con grandes diálogos, ¿para qué más?)

Un detalle de buena escritura es que el imperturbable Fen, que no parece despeinarse frente al asesinato, pierde los nervios frente a la posible destrucción del manuscrito. Otro, que el estilo literario en una carta de despedida es clave para despejar los verdaderos motivos de una desaparición. En fin, el cuidado y el amor por una prosa bella que acompaña siempre a la acción: "Una polilla aleteó alrededor de la lámpara del escritorio, batiendo rápidamente las alas y formando un intermitente tatuaje contra los deslustrados dibujos de la tulipa". La capacidad descriptiva de Crispin es fundamental pues, por lo menos en este caso, el conocimiento del carácter de los personajes lo que permite que la acción avance con fluidez, a veces le bastan un par de trazos para hacer un retrato completo: "Su mujer es una mujercilla diminuta, débil como un pajarito; sospecho que no le queda ni un ápice de personalidad o carácter después de toda una vida dedicada a él". 

Su técnica de construcción de los personajes es perfecta: crea una especie de cliché, lo etiqueta y lo lanza a la acción, sólo para luego revelarnos que hay algo más que lo que inicialmente habíamos creído. Por ejemplo, el atribulado director del colegio que parece vivir para gobernar las mil minucias que constituyen la vida académica, de repente con un vaso de whisky en la mano nos suelta una disquisición filosófica de este calibre: "La Naturaleza exige, por alguna inescrutable razón, un equilibrio. Destruye ese equilibrio y la desgracia se abatirá sobre ti mientras dure la transición hacia otro equilibro diferente".

Más que los previsibles aciertos de Fen, nos sorprenden sus pequeños fallos, que constribuyen a hacerlo más querible, sobre todo porque nos gusta reírnos un poco de la buena opinión que tiene de sí mismo. Es impagable por su delicado tono tragicómico, la escena en que en sabueso demente y pulgoso se convierte en el héroe de la historia.

En resumen, una novela de detectives (que no negra) con belleza literaria, sentido del humor, una intriga efectiva y bien planteada, y hasta la emocionante persecución de un Hispano-Suiza por carreteras comarcales a velocidades nunca vistas en el country side. Lo recomiendo fervientemente y corro a buscar La juguetería errante.

La edición de Impedimenta, como siempre es cuidada y estéticamente impecable. En esta ocasión apuntaría que la traducción de José C. Valés (acertada y fluida en general) se hubiese beneficiado de una revisión más detallada, que limara un par de aristas, sobre todo en términos recurrentes a lo largo del relato como el uso de "superintendente" para una especie de jefe de la policía local, algún loísmo que se cuela de contrabando y el uso en un diálogo de "runa" por "mantra" (en la página 164). También resulta extraño que el arma homicida mute entre pistola y revólver, pues sin ser una experta en armas, creo que matan de forma distinta, los casquillos son diferentes y sobre todo, dejan un cadáver con una fisonomía distinta. Todo lo anterior no impide el disfrute de esta historia y son sólo minucias que seguro que se irán corrigiendo en ediciones posteriores (la mía es la primera, de febrero de 2014).

Edito: El diligente y "puntilloso" traductor José C. Valés se puso en contacto conmigo en twitter y hablamos del loísmo que creí haber encontrado y resulta, que la cosa no era exactamente como yo creía, pues según la norma, verbos como "creer", que era el caso, admiten el doble uso sin que sea delito. Qué alegría encontrar a alguien tan preocupado por su trabajo.

Más información:



  • Reseña de Mariano Hortal en Lectura y locura


  • Reseña de Ricardo Martínez en El placer de la lectura
  • domingo, 14 de septiembre de 2014

    ROMANTICIDIO (Carolina Cutolo)



    Hace unos días fui a una boda en Venecia. Una pareja de queridos amigos escenificaron la más convincente alabanza al amor romántico que he vivido en mucho tiempo. Me encontré con mucha gente, algunos a los que había perdido de vista por la distancia u otras razones banales; uno de los abrazos que más me emocionó fue el de mi amiga Tere, que vive ahora en Sevilla, una chica alta, con esa belleza peculiar de las mujeres que son flexibles como cañas y que parecen inclinarse sobre el agua al hablarte. La voz de Tere tiene una cualidad áspera y dulce a la vez, por eso recordé nuestro breve reencuentro al leer Romanticidio y encontrar que la protagonista tenía esa misma forma de acariciar las palabras por un momento y luego lanzarlas al vacío sin paracaídas.

    A la protagonista de Romanticidio, Marzia Caportini la conocemos en la cama. No es tan excitante como suena, la mayor parte de la narración permanece en una habitación de hospital en una especie de estado de coma semi lúcido que le permite oír lo que sus visitantes le dicen pero no reaccionar ni manifestarse. Es curiosa la cantidad de cosas interesantes que podemos decir cuando creemos que nuestro interlocutor está más allá de la comprensión y, por supuesto, de réplica.

    El libro comienza muy bien, con una Marzia de quince años lanzando una frase que condensa su credo vital y sus circunstancias: "Siempre he querido morir de una muerte ridícula, pero no tan pronto". Ese mantra le surge en el funeral de su padre, hasta para el lector menos avezado queda claro que hay un lecho de amargura y tristeza en su actitud de cínico desapego ante la vida.

    Y por fin ha sucedido pero demasiado pronto (siempre nos parece demasiado pronto para que la muerte deje de ser una abstracción o una teoría), esa muerte ridícula parece a punto de cerrar el lazo sobre su joven cuello de mujer de veinticinco años. La narración nos mantiene el enigma sobre cuáles han sido las circunstancias de ese accidente cuasi mortal, que se desvela muy avanzada la trama; en este sentido, imaginaba algo más impactante, al comienzo ni siquiera reconocí lo ridículo en él, eso suele ocurrir cuando se crea mucha expectativa sobre un evento, que el lector le ha dado tantas vueltas al asunto que es muy difícil dejarle satisfecho.

    Nuestra protagonista, hija de una familia tradicional, se ha apartado del camino previsto para una muchacha de su condición. Ha decidido no seguir una carrera universitaria y se ha hecho barman, disfruta de su profesión que ejerce con talento y de la vida como empleada del Verbe un local de jazz, un sitio sofisticado donde se da cita gente bella con música bella.

    La heroína tiene un credo que es un cóctel (valga el símil profesional) entre un feminismo no político sino personal; una fobia al amor romántico con su parafernalia de cursilerías y falsedades; un hedonismo sexual basado en separar el placer de los sentimientos y una general actitud de rebeldía adolescente que se niega a abandonar. Ella y su amiga Rebecca han pactado ir por la vida cepillándose a los hombres que les apetezcan sin caer en las trampas del enamoramiento, -siempre y cuando dichos hombres no tengan novia, ni se menciona la posibilidad de que estén casados-. Al parecer la amoralidad tiene que estar muy bien acotada y normalizada para que sea soportable.

    Pues bien, por la cama de comatosa de Marzia desfila toda la gente importante de su vida: su madre, cuyo carácter se descubre como algo más que el de una quejosa madre católica, su gran amigo Massimo, su amiga Rebecca, que se ha enamorado y desertado del credo compartido, un personaje oscuro; insoportable abuelo, símbolo del poder patriarcal del dinero y la religión, sus inanes tíos, sus compañeros del bar y ese chico especial, que ¡ay! parece que la ha hecho patinar en el hielo quebradizo del amor.

    El romanticidio que propone el título no llega a consumarse, a pesar de la aparente voluntad de Marzia de mantenerse como una amazona del sexo, ésta historia a pesar de los pesares, termina siendo otra novela romántica. Una diferente, más divertida, más interesante pero aún así una novela romántica.  

    La resolución de la trama es precipitada. Con todo el cuidado que la autora había puesto en hacernos el retrato de Marzia, parece como si de repente se hubiera cansado de ella y la dejara librada a un final irónico y algo desabrido. Es muy interesante, eso sí, el recurso a una extravagante (pero real) explicación médica, el link que sigue Síndrome de Cotard (un caso) puede cosniderarse un spoiler, así que si son sensibles a estos asuntos y les interesa la novela, mejor pospónganlo hasta después de su lectura.

    A pesar de cierta irregularidad en el ritmo, el tono y la voz del personaje están bien conseguidos. Toda la teoría que la protagonista elabora sobre la personalidad de sus conocidos a partir del cóctel con que los identifica, está bien construida, con humor, finura y buen hacer literario.

    Espero que mi amiga Tere lea esta esta entrada y le hagan tanta gracia como a mí los esfuerzos de Marzia por ganar esa guerra del amor, en la que las dos partes están vencidas antes de entrar en el campo de batalla.

    La edición, de Blackie Books es muy bonita, una portada encantadora, una estética y un contenido muy cuidados. La combinación entre rosa y negro armoniza a la perfección con el carácter de la novela. A veces me costaba entender el espaciado entre párrafos y la aparente aleatoridad de las sangrías pero al final creo que tienen cierta lógica.

    Más información:


    domingo, 7 de septiembre de 2014

    DESCANSA EN PAZ (John Ajvide Lindqvist)



    ¿Por qué no leer un ocasional best seller? Los libros no tienen siempre que rozar las altas cumbres del arte, también hay una literatura de entretenimiento puro para cuando apetecen unas gominolas en lugar de cocina de autor.

    Este autor me sonaba porque esa maravillosa película de terror y ternura, Déjame entrar se basa en otra de sus novelas. Entre eso y su foto en la solapa, con esa cara de monje loco o de visionario, me acabé de convencer. Como después de engullirme la trilogía de Millenium no le he echado muchas cuentas a poderoso fenómeno de la literatura sueca... mejor dejo de justificarme.


    La principal obligación de un best seller es entretener. ¿Lo consigue? Esa es la clave de si vale la pena dedicarle una tarde perezosa de finales de verano o si es mejor dedicar esas horas a ver repeticiones de buenas comedias y pintarte las uñas de pies y manos (una de las pocas actividades humanas incompatibles con la lectura).

    En principio, la historia tiene punch: Una inusual oleada de calor en Estocolmo coincide con un fenómeno que impide desconectar los aparatos eléctricos. La atmósfera cargada, como de anticipación de una gran tormenta está conseguida. Y los muertos se levantan. No todos, sólo los fallecidos en Estocolmo (no incluidos alrededores) durante los dos meses previos el fenómeno. Es decir, estamos ante una historia de zombies, lo interesante es que aunque en apariencia son zombies al uso -cadáveres animados por una especie de energía post mortem- en principio son inofensivos. Aterradores pero inofensivos, pobres despojos perdidos con la única voluntad de volver a casa. Todo este planteamiento está hecho de manera simple y efectiva que se puede resumir en este diálogo: "Escucha esto: los muertos se han despertado".

    A partir de aquí la historia se desarrolla en tres líneas argumentales que se corresponden con tres familias a las cuales les regresan los muertos. Tres vivencias completamente diferentes del duelo:
    - Un hombre enamorado pierde a su mujer y madre de su hijo.
    - Una anciana, liberada del peso de un marido inválido bajo su cuidado. Esta anciana y su nieta tienen poderes telepáticos (son una especie de brujas). La descripción de estos poderes es francamente aburrida y pobre.
    - Un periodista retirado cuyo nieto ha muerto en un accidente doméstico. El pequeño zombie detona su ya difícil relación con su hija. Aquí es más triste el silencio y la lejanía de su relación que cualquier evento sobrenatural.

    Con los personajes, cuyas aventuras deberíamos seguir con interés, empiezan los problemas. son tan planos que es difícil hasta recordar sus nombres, afortunadamente el periodista se llama Gustav Mahler, así es fácil no confundirlo con el cómico triste, el suegro o la abuela bruja. A la nieta adolscente bruja se la puede intrecambiar por cualquier personaje femenino medio punk adicto a los vídeo juegos y a autolesionarse.

    En los detalles está la maestría y aquí hay fallos molestos: un hombre desentierrra un ataúd de la tierra seca con sus propias manos (ni una pala le acerca el despiadado autor) a la velocidad del rayo. Este hombre es gordo y sufre del corazón, no es un ironman; hay más pero no vale la pena hacer un inventario. Aunque estemos tratando con la fantasía y el género del terror o tal vez precisamente por ello, la verosimilud es fundamental.

    El ritmo sube y baja pero entre acelerones y frenazos, la historia avanza. Es normal que tratándose de este tema se intercalen reflexiones sobre los límites entre la vida y la muerte, como esta que reproduce el tono de un editorial periodístico: "Una de las definiciones del ser humano es que es un animal consciente de que va a morir. Quizá el único. Los acontecimientos de la pasada noche nos obligan a reformular las premisas de nuestra existencia".

    Lo malo es que a pocas páginas del final la narración se queda sin gasolina. Las posibles teorías que explicarían el fenómeno: religiosas, científicas o filosóficas, se quedan sin desarrollar y al lector no se le ofrece conclusión alguna sobre los enigmas que la narración ha planteado. No es un final abierto, es un final precipitado y malo.

    Los ocasionales destellos de sentido del humor son incompresibles (nos enteramos porque el narrador dice que es una broma o alguien se ríe), o bien es un problema de diferencias culturales o de una traducción no muy fina. A propósito, hay algunos giros imposibles en la traducción, "en el jardín no se movía una brisa" y en la misma página un abominable "subir arriba", que un error sea común no es motivo para perpetuarlo. No es que el trabajo de la traductora Gemma Pecharromán sea malo, parece más un problema de revisión del texto, supongo que esta primera edición habrá sido algo apresurada en su momento.

    No queda mucho más que decir, salvo que lo rescatable de este libro es la idea del zombie como una especie de cascarón vacío de energía residual que reacciona como un espejo de las emociones de los vivos.

    Como siempre se puede hacer algún descubrimiento interesante en cualquier lugar, me quedo con este fragmento de un poema que aparece citado:

    Como si fuese la víspera de un largo viaje, por la noche:
    ya tienes el billete en el bolsillo y hechas al fin las maletas. 
    Y puedes sentarte y percibir la cercanía de lo lejano...

    ("Euforia" de Gunnar Ekelöf).