Mucha gente ha hablado ya de Oso, gente con un estupendo gusto literario y tino a la hora de hacer recomendaciones como mi amiga Ana Blausfemia en su contundente reseña. Es raro que una novela canadiense publicada en 1976 esté electrificando a lectores españoles en 2015. Ah, ese olfato de los editores de Impedimenta para rescatar joyas en otras lenguas para su fiel legión de ¿clientes?, por mucho que incomode la terminología mercantil, se han creado un público y eso es difícil y admirable.
Cuando escribo sobre un libro procuro no hacer demasiadas revelaciones sobre la trama que puedan socavar la experiencia de un lector "virgen". Ya sé que no leemos sólo por el ánimo de llegar al final de una historia, que lo importante es cómo esté contada, etc., que si lo importante fueran los hechos, Cien años de soledad se condensaría en: "saga familiar de gente progresivamente loca, con muchos nombres repetidos que ocurre en Macondo, un pueblo que es y no es todos los pueblos de Latinoamérica, al final la estirpe se extingue por su incapacidad de amar" No creo en el spoiler, salvo en cierto tipo de literatura, por favor que nadie cuente el final de Diez negritos al pobre lector que cabalga a mitad de su ingeniosa serie de asesinatos.
Todo lo anterior sólo para advertir que este comentario está plagado de spoilers, así que como en el cartelito que Dante colgó a la entrada del infierno: los que entréis abandonad toda esperanza (o algo parecido). La excepción viene porque es imposible hablar de este libro sin contar algunos detalles de lo que ocurre en él y, por otro lado, nada de lo que yo adelante aquí logrará arruinar el placer que el lector afortunado extraiga de esta maravillosa novela.
Empiezo a destripar esta belleza como haría un oso hambriento con un rosado salmón: la protagonista es Lou, una solitaria bibliotecaria que trabaja clasificando documentos en una biblioteca de una innominada ciudad canadiense. A pesar de sus carencias parece que su trabajo la hace muy feliz, de hecho durante el invierno es casi como si tuviera una existencia plena; un topo feliz ocupado en su confortable madriguera en el trabajo de datar y dar consistencia histórica a fragmentos de realidad abandonados: viejas fotografías de personajes cuya identidad es un enigma a resolver, manuscritos abandonados, correspondencia donada por las familias que ya no quieren cargar con los recuerdos de un remoto antepasado. Sólo la llegada del verano acababa con su ficción de felicidad y le recordaba que había un mundo allí fuera que ella se estaba perdiendo, que tenía la piel pálida y que su cuerpo tenía un hambre que los libros no podían saciar.
Como en todas las historias buenas, esta empieza con una ruptura de la cotidianidad: un tal coronel Cary la legado toda su herencia a la biblioteca en la que Lou trabaja y ella reciba la oferta del director de desplazarse hasta la isla de Cary (según mi sucinta investigación, una isla imaginaria) en el norte de Canadá y clasificar la extensa biblioteca que la mansión contiene. Todo: isla, mansión y biblioteca son parte del legado. Así que el topo hace sus maletas y parte hacia el poblado de Brady (algo más que un puñado de casas y un camping) en donde un rústico hombre local, Homer la conduce en lancha hasta la isla y con esa actitud escéptica propia de la gente de pueblo respecto de los citadinos le explica el funcionamiento de todo, desde una lámpara de keroseno hasta la bomba del agua. También le cuenta algo de la historia de los Cary (el primer coronel era un militar inglés algo chiflado por la isla y por los libros). El personaje de Homer es el vínculo con la cultura local y casi el único contacto humano que la protagonista tendrá a lo largo de la narración. Está claro que Homer siente un orgullo de nativo por la belleza del lugar: "-Nadie se ha ido nunca de aquí de no haberse visto obligado a hacerlo.(..)" y sólo vacila en su exposición al final de su visita de introductoria por la casa y aledaños:
"-¿Alguien te ha hablado... del oso? -preguntó Homer."
Es una línea magnífica, podemos sentir el estupor de la protagonista al escucharla. Lo del oso tiene las trazas de una tradición familiar: "al parecer siempre había habido un oso allí. Ese lord Byron que tanto gustaba al primer coronel había tenido un oso. Jocelyn Cary tenía un oso. Y allí seguía habiendo un oso."
En un surrealismo sin estridencias, aceptamos oso como animal de compañía y Homer le da unas cuantas recomendaciones: que recuerde que es un oso viejo y con buen carácter pero no olvide que es un animal salvaje, que no lo deje escapar y por lo demás que lo trate como un perro, en todo esto cita la sabiduría de una tal Lucy King, una venerable india casi centenaria que ha cuidado al animal desde la muerte de su ama.
Así nos encontramos a nuestra heroína cuando toma posesión de sus nuevos dominios
"Así que este era su reino: una casa octogonal, una sala llena de libros y un oso.
(...) Sin abandonar su trabajo, que le encantaba, la habían depositado en una gran mansión de la provincia, a principio de verano y en una de las mejores zonas de vacaciones. Estaba algo aislada, pero siempre había disfrutado de la soledad. Y la idea del oso resultaba maravillosamente isabelina y exótica".
Esta es una muestra de la capacidad de Engel para escribir una prosa sencilla, llena de sentido, en la que cada elemento tiene su razón de ser y absolutamente nada sobra.
Sigo dinamitando el argumento: Lou se instala, por fin se atreve a acercarse lo suficiente a la cabaña como para ver al oso. Sabemos de antemano que no es un amante de los animales y que no se nos va a convertir en una Jeanne Goodall de los osos. Este primer encuentro es definitivo, borra de su mente todas sus ideas previas sobre el concepto "oso", de alguna manera es un borrado automático de sus prejuicios sobre el animal que tiene enfrente:
"Oso. Allí. Mirando.
Ella también lo miró.
En algún momento de nuestras vidas todos tenemos que decidir si somos o no platónicos, pensó. Soy una mujer, estoy sentada en una escalera, como tostadas con beicon. Eso es un oso. No es un oso de peluche, no es el osito Pooh, no es el koala del logotipo de una aerolínea. Es un oso de verdad.
(....) Un bulto polvoriento de pelo negruzco en la puerta. Tenía un largo hocico marrón rematado en una nariz negra, seca y curtida. Sus ojos eran pequeños y tristes."
Todo lo que viene de aquí adelante es la historia de la relación de Lou con el oso, cómo lo alimenta, lo lleva a nadar, lo deja tumbarse junto al fuego mientras trabaja en clasificar la extensa biblioteca Cary. No podría decir claramente si todos estos progresivos acercamientos son una proceso de domesticación o de seducción. O ambos. Porque aquí viene lo escandaloso del libro: en un punto de su relación Lou y el oso intiman de una forma absolutamente no platónica. Sí, ¿para qué aplazarlo más? Hay que decir que un fuerte ramalazo zoofílico es esta historia. La maestría de la autora está en que nos hace adoptar casi por completo la visión de su personaje y mientras leemos estamos tan sumergidos en este universo, tan curiosos, tan atentos que se nos olvida cuestionarnos moralmente lo que estamos leyendo.
En la contraportada se define a la novela como "delicadísima y calculadamente transegresora" pero también aparece una cita de Robertson Davies que habla de ella como "una novela obscena y extraña a la vez". El contraste de adjetivos es chocante ¿puede algo ser delicado y obsceno a la vez? No hay una respuesta fácil pero a juzgar por este obra de arte, sí, es posible. Es la misma sensación que he tenido alguna vez antes las ¿flores? de Georgia O'Keefe
Inside Red Canna. Fuente: wikiart
"¿Es sucio el sexo? Sólo cuando se hace bien", Woody Allen dixit. ¿Puede ser artística la obscenidad? Sólo si está bien hecha. Es una apuesta arriesgadísima porque cuando falla hace que el libro apeste de manera irremediable y ahoga todas sus otras posibles virtudes como en el caso de Zonas húmedas, que comenté hace un tiempo. En definitiva, para ser cochino en literatura y mantener la belleza del conjunto de la obra hay que tener mucho talento. Uno de los motivos por los cuales la literatura es una herramienta tan certera para explicarnos el mundo es porque nos permite llegar a territorios donde disciplinas como la psicología no pueden llegar por su propia naturaleza, nos ayuda a aprehender lo incomprensible, a poseer algo de su sentido aunque no lleguemos a explicárnoslo.
Volvamos con Lou y Oso que ya se van juntos a nadar al lago de aguas heladas y han superado la violencia de sentarse el uno junto al otro:
"El oso se echó tan cerca de ella como le permitía la cadena. Lou lo desató y él fue a sentarse junto a su rodilla. Extendió una mano y le frotó el pescuezo; la piel del lomo estaba muy suelta y el pelaje espeso -muy espeso, espesísimo- empezaba a resplandecer gracias a los baños.
Cada paso, cada aproximación, como la de superar el pánico de sentir las garras del animal rozar el suelo de madera de la mansión, nos hacen que el momento más escandaloso del relato nos resulte creíble:
" (...) junto al lomo del oso, algo apartada y también apartada del fuego y, desolada, empezó a hacerse el amor.
El oso despertó de su sopor y se volvió. Sacó la pecosa lengua. Era gruesa y como decía la enciclopedia, tenía un surco longitudinal. Empezó a lamerla. (...)
(...) La lengua, no solo musculosa sino también capaz de alargarse como una anguila, encontró todos sus rincones secretos. Y, como la de ningún ser humano que hubiera conocido, perseveró en darle placer. Al correrse sollozó, y el oso le enjugó las lágrimas."
Este pasaje que por su conmovedora carga de tristeza, me resulta difícil calificar de erótico, nos explica tantas cosas de la soledad, de la casi minusvalía que supone para un ser humano no haber sido bien amado, de la jaula que pueden suponer las costumbres y las formas de vivir a las que nos hemos hecho. De alguna manera nos queda claro que para el oso este encuentro no es algo de naturaleza sexual (en los animales, el instinto claramente manda) y que es más un juego, una demostración de amor a quien, de alguna manera, le ha cuidado y le ha devuelto parte de su dignidad de animal.
Creo que me he excedido un poco en citas y en alabanzas pero no lo puedo evitar. Pese a su brevedad, la novela no sólo nos cuenta los avatares de la extraña pareja, va enlazando también la historia de la saga de los Cary, hasta llegar a la fascinante dama que fue Coronel Jocelyn Cary, la generosa legataria, un personaje que te parecen tan absolumente tangibles y "reales" porque parece que ningún escritor es capaz de crear un carácter tan extravagante sin riesgo de caer en la exageración libresca. Los pocos personajes secundarios están delineados con trazo minimalista pero efectivo, lo poco que sabemos del director de la biblioteca nos basta para odiar su carácter de mazapán y aunque Homer no sea simpático al menos hay algo auténtico en su rudeza y algo mítico en Lucy King y sus consejos de cuidado de osos.
Hasta las relaciones más extrañas tienes sus tabúes y Lou intenta traspasar los del oso y es la bestia quien parece tener más sentido común y devolver su romance a los límites de las diferencias irreconciliables de especie.
Aquí hay tristeza, fracaso, ese tan desprecio cruel que sólo podemos también por nosotros mismos pero también vemos a Lou curarse, recuperar su cuerpo, apoderarse de la belleza del lugar, y vemos surgir en ella una valentía loca y arrojadiza.
No sé si termina bien o mal. Termina, como los amores de verano, como las vacaciones.
¡Leed, malditos, leed!
(por favor).