domingo, 25 de septiembre de 2011

ARTHUR & GEORGE



Soy una lectora sin brújula. Salvo en el caso de que esté documentándome sobre algún tema particular, cuando leo sólo por placer, me dejo llevar por las aguas del destino: puedo terminar comprando un libro por su portada bonita, repitiendo obsesivamente con una editorial con un catálogo lleno de rarezas, cayendo por un título seductor o compadeciéndome de ese ejemplar abandonado en la mesa de las ofertas. Justamente por esa vocación caótica que gobierna mis lecturas, me ha sorprendido darme cuenta de que en los últimos meses llevo dando vueltas por unos escenarios y unos temas que no he elegido, o que tal vez han llegado a mi por una sabiduría inconsciente del azar.

Así pues, sin darme cuenta, empecé a verme habitando una Inglaterra entre victoriana y eduardiana, con sus calles atestadas, sus colonias en peligro, sus dificultades para amar, su sexualidad soterrada que todo lo invade y ese interés por el espiritismo, el otro lado, los límites de la vida y la realidad.

Creo que este extraño fenómeno empezó cuando caí bajo el hechizo de Picnic en Hanging Rock, que lleva la fascinación por lo liminar al hasta la frontera final, tanto que sus heroínas más fascinantes, desaparecen por una misteriosa grieta entre dos mundos.

Quiero hacer la crónica de este recorrido que me mantuvo con el cuerpo en un verano mediterráneo pero el espíritu es un escenario oscuro, de papel pintado, amores viciados por falta de aire, mujeres en busca de un lugar en el mundo, diferentes condenados al silencio o la marginalidad.

Empiezo por el último de esta serie por una razón peregrina, es un libro de la biblioteca pública que tengo que devolver pronto. Es Arthur & George de Julian Barnes, Editorial Anagrama, 2007 de la colección Panorama de Narrativas, con traducción de Jaime Zuleika.

La narración se mueve en ese fangoso terreno entre historia y ficción pero empieza con una inteligente decisión creativa: Barnes no recrea algún episodio glorioso o manido sino que rescata un escándalo ya perdido en la marea de la historia relativamente reciente. Un abogado de provincias, George Edalji, es condenado de manera injusta y contraevidente por unos sangrientos ataques a animales, rodeados una campaña de anónimos crueles y delirantes. Sú unico delito parece ser su aspecto étnico, herencia de su padre parsi, la marca del mestizo que a la sociedad rural le cuesta incorporar en su universo. Es aquí donde entra la gallarda figura del Sir Arthur Conan Doyle, que se interesa por el caso, saca a la luz los burdos fallos y prejuicios que han rodeado el veredicto.

La narración va moviendo el foco de una biografía a otra, de la famosa a la casi anónima. Curiosamente, el personaje de George Edalji tiene más sustancia y está más coloreado que el de Sir Arthur, de alguna manera es más real, aunque el autor con seguridad tuvo muchos menos datos de él que del famoso escritor, es como si Barnes pudiese tejer con más libertad a su personaje más oscuro.

Otra paradoja, la investigación que hacer Sir Arthur del caso Edalji, no tiene nada de sherlockiana, parece más centrada en el sentido común y en el intento de apartar el velo de los prejuicios de la realidad, se abstiene de revelaciones sorprendentes y se centra en remediar la absoluta falta de rigor de la investigación oficial. Los mandamientos de la caballerosidadn marca la vida de Arthur, su madre le enseñó dos cosas que no se aprenden en la escuela ni en la iglesia, a saber: "ser intrépido con los fuertes; humilde con los débiles" y "ser caballeroso con las mujeres, sean de alcurnia o de casta baja”.

Algo que tienen en común los dos personajes es el lento pero irreversible marchitamiento de su fé religiosa. Pero hay que creer en algo: George cree en la ley, en el sistema. George, pequeño topo sin carisma, cuyo heroísmo consiste sólo en decir la verdad y en perseguir el cuadriculado sueño de la normalidad. Arthur cree en la razón, en la capacidad humana para conocer y someter al naturaleza, paradoja de paradojas, termina creyendo en el espiritismo.

Una libro bello, imperfecto, un poco largo a mi juicio. Aún así, una lectura que se hace plácidamente, intentando no respirar en los tramos más oscuros del camino y disfrutando de los arduos triunfos de la justicia sobre la miseria humana.