sábado, 19 de octubre de 2013

HENRY Y CATO


Todo el mundo sabe quién es Iris Murdoch. Yo también creía que lo sabía: personaje indiscutible de la literatura en lengua inglesa del siglo pasado, Dama del Imperio Británico (me encantan estos títulos), presencia radical en las memorias de muchos de sus brillantes contemporáneos y heroína de una notable película biográfica.

 

Pero lo fundamental de Murdoch sólo se sabe hasta que se leen sus libros, únicamente en ese extraño territorio a la vez secreto y público se puede compartir su visión entre la clínica y la lírica de los conflictos  humanos. Hasta hace un tiempo yo no había tenido ese privilegio. Durante la pasada Feria del Libro de Madrid, me acerqué a uno de mis sitios de visita fija: la caseta de Impedimenta, donde tuve la suerte de que me atendiese su editor, Enrique Redel. En lugar de felicitarlo por la excelencia de sus libros, como hubiese sido lo más educado, me largué a despotricar sobre la única de sus obras que hasta la fecha he encontrado mediocre (no hace falta sacarla a bailar ahora). Entonces, supongo que para cerrarme la boca, me recomendó Henry y Cato, que obediente procedí a adquirir.

Guardé el libro un par de meses, como haría un avaro con un manjar, a la espera de disfrutarlo en su mezquina soledad. De vez en cuando deslizaba un dedo por el delicioso papel rugoso de la portada, hasta que un largo vuelo me dio la ocasión de colarme en ese universo hilado en torno a la relación de estos dos amigos que se reencuentran en un momento de crisis vital. Un cruce de caminos. Una de esas encrucijadas en las que siempre se ha dicho que se aparece el diablo, aunque el significado del encuentro con sus demonios personales tendría un significado del todo diferente para cada uno de estos dos amigos.

Henry Marshalson y Cato Forbes han vivido su vida en rebeldía, aunque de formas diferentes. Henry, el segundo hijo de una rica familia inglesa (segundón sería el término exacto) ha dado la espalda a la vida que se esperaba de él para ser profesor en una lejana universidad americana, una carrera no muy brillante, una vida construida a su medida entre el aislamiento elegido y una delicada burbuja basada en su relación -sólo en apariencia libertina-con una pareja de amigos que le brindan un afecto que lo hace sentirse ligado a otros seres humanos pero que no le exige grandes sacrificios o compromisos. La muerte de su hermano mayor le hace regresar a casa, heredero de una fortuna que no desea y de la que está decidido a deshacerse, para consternación de su madre. Cuánto hay de venganza contra esta madre por quien nunca se sintió amado y cuánto hay de libertaria autodeterminación en esta decisión, se irá viendo a lo largo de la trama.

Cato ha encontrado otra forma de rebelión: la fe. Se ha convertido al catolicismo y se ha ordenado sacerdote en contra de todas las expectativas y convicciones de su padre, para quien la nueva religión de su hijo representa un oscurantismo, una renuncia a la vida que no puede entender ni tolerar. Algunos de los pasajes más conmovedores de la novela son los que describen la sensación casi alucinada de fervor y comunión con el mundo que acompañó la conversión de Cato. Para los que hemos sido criados como católicos, resulta curiosa esta fascinación (conversión incluida) de un buen número de autores anglosajones protestantes de origen con nuestra religión; me vienen a la cabeza ahora nombres como los de Chesterton, Greene, Muriel Sparks o Tolkien. Es probable que mucho tenga que ver la belleza y el misterio de los rituales, el peso de la historia de nuestras viejas instituciones, la promesa de una entrega total, la fé del otro que parece más lozana, como es más verde el césped del vecino. Pero este refugio que se ha construido en su fe se viene abajo al advertir que se ha enamorado de un joven delincuente que acude a su parroquia en un barrio pobre de Londres; no es tan duro el conflicto homosexual que parece asumido con cierta mansedumbre, tal vez la salida a luz de una verdad presentida, como la grieta irreversible que este amor abre en los fundamentos de su vida. 

La penetración de Murdoch en los dilemas morales de sus personajes es tan profunda que por momentos resulta tan difícil de presenciar como una cirugía a corazón abierto y sin anestesia. Queda la sensación de que todo el mundo esconde una mentira y que a lo que se teme más que a nada es que esa mentira emerja porque puede tener un terrible poder aniquilador.

Una historia muy inglesa pero también universal. Las dificultades de amar a la familia, el miedo a la intimidad, el daño que se hace a los que intentamos querer, la cuasi imposibilidad de reconstruir las relaciones, el enamoramiento como perturbación. Henry de una manera tortuosa rehace su vínculo con ese hermano muerto que respondía a la perfección al ideal de heredero que esperaba la madre; Cato no puede más que contemplar su propia caída con los ojos abiertos. ¿Levantarán la cabeza y podrán seguir adelante o seguirán mordiendo el polvo de su fracaso personal? No les robaré el placer de saberlo por su cuenta. Léanlo, por favor.

Todas las líneas de la historia van a confluir en una crisis de resolución en la que el drama de la situación está perfectamente encajada con el perfil de los personajes y las tensiones que han ido creciendo entre ellos. Con lo difícil que es que los finales le hagan justicia a los buenos relatos, es este caso yo cerré el libro con un suspiro que no sabia si era de alivio o de tristeza.

La traducción de Luis Lasse es cuidada. La edición, como es habitual en este sello, impecable. La portada es una habitación en la que muchos querríamos irnos a vivir.

Más información en:

Ficha en la web de Impedimenta, se puede descargar el primer capítulo. Ojo: el que lo haga, no podrá parar.
Artículo en la revista Jot Down centrado en la fascinante figura de la autora.
Reseña en el blog de Francisco Casoledo
Reseña del Escritorio de Guillermo Urbizu
Entrada en El librófago cuando aún era blog (ahora ha mutado en revista).
Hay algunos comenarios muy interesantes en goodreads (en inglés)