lunes, 29 de diciembre de 2014

EL GENUINO SABOR (Mercedes Cebrián)



He abandonado el blog los últimos meses y ya casi se puede oír por aquí el sutil baile las plantas rodantes como en un pueblo desierto de una película del oeste. Pero vuelvo dispuesta a regar y replantar el jardín. He dejado de escribir pero no de leer, así que me pondré por la labor de adelantar el trabajo atrasado y contar la buena nueva (o no tan buena, a veces).

Lo ideal habría sido volver con un librazo pero tocó éste. Paso a contar: esta novela breve en extensión (pero que por momentos se hace eterna) nos presenta la vida de Almudena, una gestora cultural que ha viajado por el mundo en cumplimiento de sus funciones de promocionar ese rancia maravilla que es la marca España. Para los lectores no españoles: desde hace unos años hay una cantilena del marketing gubernamental que insiste en que el país se puede "vender" bajo una marca que es una especie de collage que junta jamón ibérico con flamenco, camino de Santiago y playas mediterráneas, algo que suena muy moderno pero que parece una remozada versión de la España que Franco vendía a los potenciales turistas extranjeros.

El comienzo es prometedor, nos presenta a la protagonista de niña soñando con destinos exóticos junto al globo terráqueo-mueble bar del salón de sus padres y alimentando sus fantasías con los relatos de la amiga más sofisticada de su madre: una esposa de diplomático.

Luego nos encontramos con una Almudena adulta y cosmopolita que va dejando destinos detrás después de hacerse una vida en cada uno de ellos, sólo para volver a empezar en el siguiente. la geografía tiene un papel importante en la narración, tanto la geografía física como la emocional, esa que nos permite apropiarnos de los lugares para reconstruirlos, como esa ciudad francesa de techos de pizarra y domingos lánguidos, de la que al lector le queda la imagen de un museo de maquetas con el aire gótico y algo siniestro pero en el fondo de una domesticidad acogedora que tienen las casas de muñecas. Está especialmente bien logrado el pasaje de Walter Potter, el taxidermista victoriano que recreaba escenas con pequeños animales antropomorfizados (es escalofriante y maravilloso) y cómo la fascinación de la protagonista por su trabajo determina que su siguiente destino sea Londres.


"The Kittens' Wedding" de WalterPotter, 1890. Fuente: morbid anatomy museum

Lo bueno de los libros es que siempre se puede aprender algo interesante y memorable aunque la narración en sí misma te aburra: investigando un poco en la vida del Sr. Potter pude saber que existe algo llamado Museo de Anatomía Mórbida, sito en Brooklyn, ¡entrada para niños menores de doce años gratis! y que su exposición temporal, "The art of mourning" (El arte del luto) ha sido prolongada por su atronador éxito.  

El contrapunto a esta vida errante debería ponerlo Isidro,mejor amigo de Almudena, un hombre que no soporta estar alejado de su natal Madrid y que en el colmo de la domesticidad se dedica a cuidar las casas (regar plantas, pagar facturas, ir a reuniones de copropietarios de aquellos demasiado viajeros para ocuparse de sus propias casas). Almudena e Isidro (virgen y santo patrón de Madrid), la elección de los nombres parece un simbolismo de trazo algo rudo.

El problema de este libro no es que carezca de virtudes literarias:

  • La autora parece saber de lo que habla y que se ha aplicado aquello de contar una historia de un mundo que domina, los detalles que trae a colación de la carrera diplomática y la gestión cultural en ultramar parecen bastante fidedignas. Serían muy interesante si alguien te los cuenta en una fiesta pero en el relato parecen más toques de color que no logran animar una historia bastante gris. 
  • El tono de ironía y un cierto desapego ante las tribulaciones de la heroína dan fe de la capacidad de la autora para narrar con detalle y mantener una voz y presentarnos sin ser demasiado obvia las virtudes y también as debilidades de su heroína. Lo malo es que no llegamos a cogerle cariño a esta mujer con una rara relación con la comida (se resiste a deshacerse de las cosas caducadas) que le ha causado más de un disgusto con amistades semi-intoxicadas. Al final, nos da igual su sobrepeso, su repulsa por el sexo y su tendencia a acumular souvenirs de dudoso gusto.
En resumen, Mercedes Cebrián sabe escribir, tiene una notable capacidad descriptiva pero eso no es suficiente para sacar adelante una historia que no logra enganchar al lector. Puede que lo suyo sea más el relato corto y no forzar su inspiración en una novela que termina sabiendo como una bebida demasiado diluida. 

Más información:
  • Reseña (muy bien escrita) en el blog de La Condición de Alexandra Saum-Pascual, a quien sí le gustó y mucho. Siempre viene bien un contrapunto.
  • Crítica de Francisco Solano en El País. 
  • Entrevista a la autora en el Diario de Sevilla.

lunes, 13 de octubre de 2014

QUÉ FUE DE SOPHIE WILDER (Christopher R. Beha)




La metaliteratura nunca me ha parecido artefacto creativo especialmente atractivo, no he llegado a descubrir del todo cuál es la gracia de levantar el telón de fondo y dejar a la luz el entramado de poleas y paredes de ladrillo detrás de las candilejas. A no ser, claro, que la historia que ocurre allí detrás sea más interesante que la que ejecutan los actores. Lamentablemente no suele ser así, la mayoría de las veces me siento viendo el making-of de una buena película: puede ser entretenido pero nos hace preguntarnos si no estamos perdiendo el tiempo que podríamos invertir en ver la película en sí misma. Las historias cuyo protagonista es un escritor parecen condenadas de antemano a hacernos un inventario de de las tribulaciones creativas del literato de turno, por lo general aderezadas con litros de alcohol y alguna otra droga de moda, torturadas artistas ninfómanas (nadie en este universo tiene una novia funcionaria de Hacienda) y noches en blanco siempre iluminadas por los fuegos de artificio de de conversaciones brillantes maceradas en una fuerte dosis de ironía.

Por todo lo anterior, empecé este libro con un cierto pesimismo, Charlie Blakeman, el protagonista de la novela que hoy traigo parecía el candidato perfecto para un petardazo metaliterario, otra de estas historias soporíferas y fatigadas, como una copia hecha con un papel carbón (¡esa antigualla!) demasiado usado. Escritor joven, autor de una primera novela, neoyorquino, miembro de una pandilla de amigos artistas y culturetas que se mueve en medio de las intrigas de un mundo editorial que se adivina salvaje bajo la civilizada apariencia de guapas publicistas y cócteles de lanzamiento. A este Charlie nos lo encontramos decepcionado con esa opera prima que tanto prometía pero que ha conseguido un resultado peor que el rechazo del público: su indiferencia. Incapaz de afrontar la escritura de esa segunda obra que le permita reivindicarse ante los demás y ante sí mismo, vive en un piso señorial con delicadas resonancias jamesianas (ese acuario victoriano) en Washington Square y contempla su fracaso vital con una cierta ironía distante, que es una pose muy chic.

A mí no me dijo mucho al comienzo pero hay algo en él que lo hace único interesante: Sophie Wilder. En la superficie de su biografía, Sophie fue su novia de la universidad, una belleza extraña, un amor intermitente, una amistad apasionada a la cual acababan volviendo porque ninguno de sus sucedáneos funcionaba mejor. Pero fue mucho más, un misterio nunca resuelto, esa mujer indescifrable, amada y temida, que tras muchos viajes de ida y vuelta termina partiendo con el billete de dos decisiones radicales: el matrimonio y su conversión al catolicismo. El punto de eclosión de la historia es la noche en que tras años de ser el fantasma del amor, Sophie reaparece en una fiesta que dan Charlie y su primo Max en esa casa llena de habitantes temporales e invitados cotidianos.

Una de las mejores cosas que puede pasarnos con un libro es que nos sorprenda por su belleza pero otra maravilla de nivel aún superior que es que esta belleza esté acompañada por un reflexivo análisis de problemas vitales para el ser humano. Una novela lograda en este sentido puede iluminarnos mucho mejor que cualquier tratado filosófico. Iluminarnos no sólo de  forma intelectual sino tocarnos en un lugar secreto, donde es poco común que dejemos entrar a un extraño. En ese sentido, no deja de asombrarme esa extraña alquimia que permite que un desconocido que en un momento dado se puso a escribir un libro pueda llegar a un lugar de nuestra alma al cual ni los seres que hemos amado u odiado con pasión, han llegado.


Todo esto me pasó con Qué fue de Sophie Wilder. Pero no digo que todo lo anterior haya ocurrido porun fenómeno personal de afinidad espiritual con Cristopher R. Beha, su autor. No, ha ocurrido porque la novela es muy buena y porque además  llevaba una racha de libros que empezaban muy bien y que se desinflaban poco a poco, así que éste con el que ocurre lo contrario ha tenido un efecto avasallador: empieza en un tono relativamente bajo y neutral y despliega sus alas poco a poco hasta despegarse del suelo y llegar a la altura en la que el lector considera a los personajes tan reales que podría contar su historia como la de un antiguo amante o un querido amigo.


Sophie y Charlie se unen en la facultad de literatura, en por la alucinada admiración de él y en parte porque ella le elige como acompañante de su soledad. Tal vez sea porque ambos son huérfanos recientes y aún en duelo, que una tristeza acerada y constante marca definitivamente su relación, como si la acechanza de la pérdida fuera demasiado terrible como para entregarse por completo a alguien. Intentan ignorar el dolor e intelectualizar su relación, que viven en una especie de diacronía, nunca pueden encontrar el momento para amarse a la vez: "Lo que ha ocurrido sí que importa, aunque solo podamos saberlo cuando es demasiado tarde para hacer nada al respecto". La aparente inconstancia de Sophie, sus abandonos, hasta su única infidelidad imperdonable, no nos toman por sorpresa porque nos parece conocerla tan bien como su amante. La técnica narrativa en este caso se adecua al milímetro a su objeto: la historia está contada en dos tiempos y en dos voces (Charlie y un narrador ominisciente que narra la vida de Sophie) y están tan bien empastadas que funcionan con mayor unidad que si la historia fuera lineal.

Esa tristeza de la que he hablado antes está tan bien lograda que carece casi del todo de sentimentalismo y parece casi una cuestión ambiental: "Prefería los días nublados, cuando disponía de un buen trecho de acera para ella sola. Contemplaba cómo la niebla se iba posando sobre el río, asombrándose de su numinosa belleza y recordando la época en que el telón se había desgarrado y  había vislumbrado brevemente el mundo que había debajo del mundo". 

Una de las cosas que más me han gustado de este libro es la naturalidad con que aborda temas que normalmente están escritos en mayúsculas: la  conversión al catolicismo de Sophie implica toda una reflexión sobre la necesidad de la fe para abordar el mundo cuando el dolor nos sobrepasa; la delicadeza de los resortes del trabajo artístico y cómo por dos caminos opuestos, el de la frivolidad y el del misticismo estos dos talentosos jóvenes dejan de escribir y la posibilidad o no de desandar estos caminos.

Es una historia perfecta a su manera, la primera línea encaja perfectamente con la última como una serpiente que se muerde la cola. Lo bueno es que sólo te das cuenta de su perfección cuando ya lo has terminado, con lo cual evitas cuidadosamente el sentimiento de agobio que la perfección académica conlleva.

Hay algo, finalmente que agradecí mucho: la compasión del autor con sus criaturas, que también es compasión y empatía con el lector.

Algunos libros pueden cambiarnos, pueden interrogarnos, hacernos crecer. Este es uno de ellos.

Más información:


  • Una interesante entrevista de Alex Shephard al autor en la revista Full stop


  • sábado, 27 de septiembre de 2014

    TRABAJOS DE AMOR ENSANGRENTADOS (Edmund Crispin)




    Érase un exclusivo internado para chicos enclavado en un tradicional pueblito de la campiña inglesa. Todo muy escolar y muy british con olor a polvo de tiza en el ambiente y mermelada de naranja amarga con la tostada. ¿Qué podría pasar aquí en la víspera de la festividad más importante del colegio? Crímenes, off course.

    El subtítulo de esta novela, Otro nuevo y extraño misterio para Gervase Fen, me advirtió que era parte de una serie. Normalmente una cierta compulsión de orden (que lamentablemente no afecta otras áreas de mi vida) me hubiese hecho remontarme a los orígenes, estaba segura de haber leído buenos comentarios en alguna parte pero es bueno cambiar de hábitos de vez en cuando. Bien, no es necesario conocer los antecedentes, la historia es autónoma y salvo contadas alusiones a algún personaje que ha cruzado las historias anteriores, no necesitamos más datos para disfrutar del encanto del profesor Fen.

    Desde el punto de vista formal esta narración cumple con todos los requisitos para adscribirla a la escuela británica de la novela clásico de detectives: un sabueso aficionado que investiga crímenes sucesivos en un universo pequeño y cerrado habitado por personajes aristocráticos y el correspondiente personal de servicio (ese mayordomo...). Dichos crímenes han de ser perpetrados en personajes odiosos o no demasiado importantes con los que el lector no haya desarrollado un verdadero vínculo de empatía y a partir de ellos tiene lugar ese ejercicio de lógica deductiva de encontrar al culpable. Aunque Trabajos tiene todos los ingredientes que aparecen en la receta que acabamos de formular, es mucho más: un sentido del humor impecable, con una veta trágica que lo hace aún más fino; la construcción de los personajes, sobre unos "maniquíes" de estereotipos es capaz de crear un elenco de caracteres reconocibles y recordables, no meras piezas a encajar en el rompecabezas.

    El director de la escuela Castrevenford recurre a su amigo Gervase Fen, profesor de Oxford para reemplazar al orador que debía entregar los premios académicos más importantes del calendario escolar. Lo que se anticipaba como una aburrida jornada, concesión a un viejo amigo en apuros, se transforma cuando una estudiante del colegio de señoritas que participa en una obra de teatro conjunta, desaparece y pocas horas después dos profesores son asesinados.

    La solidez y el encanto del protagonista son el motor de esta narración y la diferencian de, por ejemplo, esos productos tardíos creados en serie y firmados con el nombre de Agatha Christie. Desde que Fen pone un pie en escena, ataviado con esa escandalosa corbata de sirenas y con sus ademanes de fumador compulsivo, que parecen demostrar que se puede ser adicto a la nicotina sin perder la elegancia, sabemos que más que la solución del misterio lo interesante va a ser el camino para llegar a ella.

    Gervase Fen me recuerda a mi profesor de álgebra del colegio que de vez en cuando nos soltaba advertencias de este cariz: "Señoritas, tendrán que seguirme en este ejercicio como un acto de fe, luego cuando destripemos el teorema, verán la lógica del asunto y podrán reemplazar la creencia por la convicción", eso se lo decía a adolescentes de catorce años que mirábamos impacientes por la ventana pensando si se despejarían esas nubes para tomar el sol un rato en el recreo. Pues algo así transmite Fen al lector, una idea de que el ya tiene el caso resuelto en su cabeza pero que con su estilo de profesor quiere llevarnos de la mano por los caminos de su deducción, que básicamente consisten en una exploración detallada del carácter de los personajes y cómo éste los implica o no en la trama criminal, que sería la ecuación a despejar. Por momentos tuve la sensación nos fuerza a admitir demasiados supuestos pero como no cae en la trampa de escamotear la lógica del asunto, se perdona esa obligada caída en el acto de fe.

    Pero Fen no es un profesor de álgebra, es un profesor de literatura y en un libro con este título, esa diferencia es fundamental. Como la pista ya viene en el título no creo cometer ninguna indiscreción si revelo que en el centro de la intriga está un manuscrito secreto de Shakespeare, un hipotético Trabajos de amor logrados que sería la continuación de una de las comedias tempranas del bardo, Trabajos de amor perdidos, una de estas macro comedias románticas llenas de enredos que tan bonitas que dan en el cine (lo reconozco, Keneth Branagh es uno de mis placeres culpables).  





    Un Shakespeare de Branagh (Un montón de gente bella con grandes diálogos, ¿para qué más?)

    Un detalle de buena escritura es que el imperturbable Fen, que no parece despeinarse frente al asesinato, pierde los nervios frente a la posible destrucción del manuscrito. Otro, que el estilo literario en una carta de despedida es clave para despejar los verdaderos motivos de una desaparición. En fin, el cuidado y el amor por una prosa bella que acompaña siempre a la acción: "Una polilla aleteó alrededor de la lámpara del escritorio, batiendo rápidamente las alas y formando un intermitente tatuaje contra los deslustrados dibujos de la tulipa". La capacidad descriptiva de Crispin es fundamental pues, por lo menos en este caso, el conocimiento del carácter de los personajes lo que permite que la acción avance con fluidez, a veces le bastan un par de trazos para hacer un retrato completo: "Su mujer es una mujercilla diminuta, débil como un pajarito; sospecho que no le queda ni un ápice de personalidad o carácter después de toda una vida dedicada a él". 

    Su técnica de construcción de los personajes es perfecta: crea una especie de cliché, lo etiqueta y lo lanza a la acción, sólo para luego revelarnos que hay algo más que lo que inicialmente habíamos creído. Por ejemplo, el atribulado director del colegio que parece vivir para gobernar las mil minucias que constituyen la vida académica, de repente con un vaso de whisky en la mano nos suelta una disquisición filosófica de este calibre: "La Naturaleza exige, por alguna inescrutable razón, un equilibrio. Destruye ese equilibrio y la desgracia se abatirá sobre ti mientras dure la transición hacia otro equilibro diferente".

    Más que los previsibles aciertos de Fen, nos sorprenden sus pequeños fallos, que constribuyen a hacerlo más querible, sobre todo porque nos gusta reírnos un poco de la buena opinión que tiene de sí mismo. Es impagable por su delicado tono tragicómico, la escena en que en sabueso demente y pulgoso se convierte en el héroe de la historia.

    En resumen, una novela de detectives (que no negra) con belleza literaria, sentido del humor, una intriga efectiva y bien planteada, y hasta la emocionante persecución de un Hispano-Suiza por carreteras comarcales a velocidades nunca vistas en el country side. Lo recomiendo fervientemente y corro a buscar La juguetería errante.

    La edición de Impedimenta, como siempre es cuidada y estéticamente impecable. En esta ocasión apuntaría que la traducción de José C. Valés (acertada y fluida en general) se hubiese beneficiado de una revisión más detallada, que limara un par de aristas, sobre todo en términos recurrentes a lo largo del relato como el uso de "superintendente" para una especie de jefe de la policía local, algún loísmo que se cuela de contrabando y el uso en un diálogo de "runa" por "mantra" (en la página 164). También resulta extraño que el arma homicida mute entre pistola y revólver, pues sin ser una experta en armas, creo que matan de forma distinta, los casquillos son diferentes y sobre todo, dejan un cadáver con una fisonomía distinta. Todo lo anterior no impide el disfrute de esta historia y son sólo minucias que seguro que se irán corrigiendo en ediciones posteriores (la mía es la primera, de febrero de 2014).

    Edito: El diligente y "puntilloso" traductor José C. Valés se puso en contacto conmigo en twitter y hablamos del loísmo que creí haber encontrado y resulta, que la cosa no era exactamente como yo creía, pues según la norma, verbos como "creer", que era el caso, admiten el doble uso sin que sea delito. Qué alegría encontrar a alguien tan preocupado por su trabajo.

    Más información:



  • Reseña de Mariano Hortal en Lectura y locura


  • Reseña de Ricardo Martínez en El placer de la lectura
  • domingo, 14 de septiembre de 2014

    ROMANTICIDIO (Carolina Cutolo)



    Hace unos días fui a una boda en Venecia. Una pareja de queridos amigos escenificaron la más convincente alabanza al amor romántico que he vivido en mucho tiempo. Me encontré con mucha gente, algunos a los que había perdido de vista por la distancia u otras razones banales; uno de los abrazos que más me emocionó fue el de mi amiga Tere, que vive ahora en Sevilla, una chica alta, con esa belleza peculiar de las mujeres que son flexibles como cañas y que parecen inclinarse sobre el agua al hablarte. La voz de Tere tiene una cualidad áspera y dulce a la vez, por eso recordé nuestro breve reencuentro al leer Romanticidio y encontrar que la protagonista tenía esa misma forma de acariciar las palabras por un momento y luego lanzarlas al vacío sin paracaídas.

    A la protagonista de Romanticidio, Marzia Caportini la conocemos en la cama. No es tan excitante como suena, la mayor parte de la narración permanece en una habitación de hospital en una especie de estado de coma semi lúcido que le permite oír lo que sus visitantes le dicen pero no reaccionar ni manifestarse. Es curiosa la cantidad de cosas interesantes que podemos decir cuando creemos que nuestro interlocutor está más allá de la comprensión y, por supuesto, de réplica.

    El libro comienza muy bien, con una Marzia de quince años lanzando una frase que condensa su credo vital y sus circunstancias: "Siempre he querido morir de una muerte ridícula, pero no tan pronto". Ese mantra le surge en el funeral de su padre, hasta para el lector menos avezado queda claro que hay un lecho de amargura y tristeza en su actitud de cínico desapego ante la vida.

    Y por fin ha sucedido pero demasiado pronto (siempre nos parece demasiado pronto para que la muerte deje de ser una abstracción o una teoría), esa muerte ridícula parece a punto de cerrar el lazo sobre su joven cuello de mujer de veinticinco años. La narración nos mantiene el enigma sobre cuáles han sido las circunstancias de ese accidente cuasi mortal, que se desvela muy avanzada la trama; en este sentido, imaginaba algo más impactante, al comienzo ni siquiera reconocí lo ridículo en él, eso suele ocurrir cuando se crea mucha expectativa sobre un evento, que el lector le ha dado tantas vueltas al asunto que es muy difícil dejarle satisfecho.

    Nuestra protagonista, hija de una familia tradicional, se ha apartado del camino previsto para una muchacha de su condición. Ha decidido no seguir una carrera universitaria y se ha hecho barman, disfruta de su profesión que ejerce con talento y de la vida como empleada del Verbe un local de jazz, un sitio sofisticado donde se da cita gente bella con música bella.

    La heroína tiene un credo que es un cóctel (valga el símil profesional) entre un feminismo no político sino personal; una fobia al amor romántico con su parafernalia de cursilerías y falsedades; un hedonismo sexual basado en separar el placer de los sentimientos y una general actitud de rebeldía adolescente que se niega a abandonar. Ella y su amiga Rebecca han pactado ir por la vida cepillándose a los hombres que les apetezcan sin caer en las trampas del enamoramiento, -siempre y cuando dichos hombres no tengan novia, ni se menciona la posibilidad de que estén casados-. Al parecer la amoralidad tiene que estar muy bien acotada y normalizada para que sea soportable.

    Pues bien, por la cama de comatosa de Marzia desfila toda la gente importante de su vida: su madre, cuyo carácter se descubre como algo más que el de una quejosa madre católica, su gran amigo Massimo, su amiga Rebecca, que se ha enamorado y desertado del credo compartido, un personaje oscuro; insoportable abuelo, símbolo del poder patriarcal del dinero y la religión, sus inanes tíos, sus compañeros del bar y ese chico especial, que ¡ay! parece que la ha hecho patinar en el hielo quebradizo del amor.

    El romanticidio que propone el título no llega a consumarse, a pesar de la aparente voluntad de Marzia de mantenerse como una amazona del sexo, ésta historia a pesar de los pesares, termina siendo otra novela romántica. Una diferente, más divertida, más interesante pero aún así una novela romántica.  

    La resolución de la trama es precipitada. Con todo el cuidado que la autora había puesto en hacernos el retrato de Marzia, parece como si de repente se hubiera cansado de ella y la dejara librada a un final irónico y algo desabrido. Es muy interesante, eso sí, el recurso a una extravagante (pero real) explicación médica, el link que sigue Síndrome de Cotard (un caso) puede cosniderarse un spoiler, así que si son sensibles a estos asuntos y les interesa la novela, mejor pospónganlo hasta después de su lectura.

    A pesar de cierta irregularidad en el ritmo, el tono y la voz del personaje están bien conseguidos. Toda la teoría que la protagonista elabora sobre la personalidad de sus conocidos a partir del cóctel con que los identifica, está bien construida, con humor, finura y buen hacer literario.

    Espero que mi amiga Tere lea esta esta entrada y le hagan tanta gracia como a mí los esfuerzos de Marzia por ganar esa guerra del amor, en la que las dos partes están vencidas antes de entrar en el campo de batalla.

    La edición, de Blackie Books es muy bonita, una portada encantadora, una estética y un contenido muy cuidados. La combinación entre rosa y negro armoniza a la perfección con el carácter de la novela. A veces me costaba entender el espaciado entre párrafos y la aparente aleatoridad de las sangrías pero al final creo que tienen cierta lógica.

    Más información:


    domingo, 7 de septiembre de 2014

    DESCANSA EN PAZ (John Ajvide Lindqvist)



    ¿Por qué no leer un ocasional best seller? Los libros no tienen siempre que rozar las altas cumbres del arte, también hay una literatura de entretenimiento puro para cuando apetecen unas gominolas en lugar de cocina de autor.

    Este autor me sonaba porque esa maravillosa película de terror y ternura, Déjame entrar se basa en otra de sus novelas. Entre eso y su foto en la solapa, con esa cara de monje loco o de visionario, me acabé de convencer. Como después de engullirme la trilogía de Millenium no le he echado muchas cuentas a poderoso fenómeno de la literatura sueca... mejor dejo de justificarme.


    La principal obligación de un best seller es entretener. ¿Lo consigue? Esa es la clave de si vale la pena dedicarle una tarde perezosa de finales de verano o si es mejor dedicar esas horas a ver repeticiones de buenas comedias y pintarte las uñas de pies y manos (una de las pocas actividades humanas incompatibles con la lectura).

    En principio, la historia tiene punch: Una inusual oleada de calor en Estocolmo coincide con un fenómeno que impide desconectar los aparatos eléctricos. La atmósfera cargada, como de anticipación de una gran tormenta está conseguida. Y los muertos se levantan. No todos, sólo los fallecidos en Estocolmo (no incluidos alrededores) durante los dos meses previos el fenómeno. Es decir, estamos ante una historia de zombies, lo interesante es que aunque en apariencia son zombies al uso -cadáveres animados por una especie de energía post mortem- en principio son inofensivos. Aterradores pero inofensivos, pobres despojos perdidos con la única voluntad de volver a casa. Todo este planteamiento está hecho de manera simple y efectiva que se puede resumir en este diálogo: "Escucha esto: los muertos se han despertado".

    A partir de aquí la historia se desarrolla en tres líneas argumentales que se corresponden con tres familias a las cuales les regresan los muertos. Tres vivencias completamente diferentes del duelo:
    - Un hombre enamorado pierde a su mujer y madre de su hijo.
    - Una anciana, liberada del peso de un marido inválido bajo su cuidado. Esta anciana y su nieta tienen poderes telepáticos (son una especie de brujas). La descripción de estos poderes es francamente aburrida y pobre.
    - Un periodista retirado cuyo nieto ha muerto en un accidente doméstico. El pequeño zombie detona su ya difícil relación con su hija. Aquí es más triste el silencio y la lejanía de su relación que cualquier evento sobrenatural.

    Con los personajes, cuyas aventuras deberíamos seguir con interés, empiezan los problemas. son tan planos que es difícil hasta recordar sus nombres, afortunadamente el periodista se llama Gustav Mahler, así es fácil no confundirlo con el cómico triste, el suegro o la abuela bruja. A la nieta adolscente bruja se la puede intrecambiar por cualquier personaje femenino medio punk adicto a los vídeo juegos y a autolesionarse.

    En los detalles está la maestría y aquí hay fallos molestos: un hombre desentierrra un ataúd de la tierra seca con sus propias manos (ni una pala le acerca el despiadado autor) a la velocidad del rayo. Este hombre es gordo y sufre del corazón, no es un ironman; hay más pero no vale la pena hacer un inventario. Aunque estemos tratando con la fantasía y el género del terror o tal vez precisamente por ello, la verosimilud es fundamental.

    El ritmo sube y baja pero entre acelerones y frenazos, la historia avanza. Es normal que tratándose de este tema se intercalen reflexiones sobre los límites entre la vida y la muerte, como esta que reproduce el tono de un editorial periodístico: "Una de las definiciones del ser humano es que es un animal consciente de que va a morir. Quizá el único. Los acontecimientos de la pasada noche nos obligan a reformular las premisas de nuestra existencia".

    Lo malo es que a pocas páginas del final la narración se queda sin gasolina. Las posibles teorías que explicarían el fenómeno: religiosas, científicas o filosóficas, se quedan sin desarrollar y al lector no se le ofrece conclusión alguna sobre los enigmas que la narración ha planteado. No es un final abierto, es un final precipitado y malo.

    Los ocasionales destellos de sentido del humor son incompresibles (nos enteramos porque el narrador dice que es una broma o alguien se ríe), o bien es un problema de diferencias culturales o de una traducción no muy fina. A propósito, hay algunos giros imposibles en la traducción, "en el jardín no se movía una brisa" y en la misma página un abominable "subir arriba", que un error sea común no es motivo para perpetuarlo. No es que el trabajo de la traductora Gemma Pecharromán sea malo, parece más un problema de revisión del texto, supongo que esta primera edición habrá sido algo apresurada en su momento.

    No queda mucho más que decir, salvo que lo rescatable de este libro es la idea del zombie como una especie de cascarón vacío de energía residual que reacciona como un espejo de las emociones de los vivos.

    Como siempre se puede hacer algún descubrimiento interesante en cualquier lugar, me quedo con este fragmento de un poema que aparece citado:

    Como si fuese la víspera de un largo viaje, por la noche:
    ya tienes el billete en el bolsillo y hechas al fin las maletas. 
    Y puedes sentarte y percibir la cercanía de lo lejano...

    ("Euforia" de Gunnar Ekelöf).

    domingo, 31 de agosto de 2014

    LA CANCIÓN DE AMOR DE JONNY VALENTINE (Teddy Wayne)



    Quería un libro gordo como compañero de viaje y la portada con letras de purpurina me encantó. Por motivos más futiles se casa la gente. La cita de James Franco (actor, guionista, director, productor, modelo, escritor, músico y pintor, según Wikipedia) en la cubierta: "Única" me echó un poco para atrás pero pensé que podía ser un gesto con cierta gracia irónica, así que me lancé y salí con el Sr. Valentine de la mano.

    Jonny Valentine tiene casi doce años y es una estrella del pop. Esta novela, narrada en una primera persona -convincente casi todo el tiempo- nos sumerge en la vida de este adorable monstruo que la fama (y su madre) han fabricado. Es un libro duro, si consideramos el contenido, desde las primeras páginas sabemos que Jonny no puede conciliar el sueño sin ayuda del Zolpidem, que cuando la canción de cuna que su manager-madre le canta por el móvil no funciona, su pasaje seguro al mundo de los sueños es este simpático análogo de bezodiazepina.

    Zolpidem, el mejor amigo de las estrellas infantiles.

    Es evidente que el personaje está inspirado en el hoy juguete roto Justin Bieber, un niño con una preciosa voz transformado en una máquina de hacer dinero a base de producir insulsas canciones de amor para niñas y adolescentes. Hago un esfuerzo de memoria pero no logro tararear ninguna de sus éxitos que estoy segura de haber oído por la radio y la televisión y mi esfuerzo por documentarme no llega al extremo de rescatarlos del pudoroso velo que el olvido ha tejido. Nos enteraremos por Jonny que el dinero más que en la música está en el merchandising destinado a decorar la vida de sus devotas fans y que, por tanto, su imagen vale casi más que su voz.

    Justin Bieber cuando todavía era un angelito

    Siendo una narración que descansa casi exclusivamente en la figura protagonista, es fundamental que el lector se crea a este extraña criatura que por momentos es un niño abandonado pero un instante después es más cínico que una vieja estrella del rock de vuelta de todos los vicios. Yo me lo creo: la obsesión por el peso, la obsesión por el sexo, la soledad, la nostalgia de la normalidad perdida, el que le resulte más fácil dormir en un saco de acampar que en una inmensa cama de hotel, la búsqueda de esa figura casi desvaída del padre que le abandonó y al que poco a poco va cubriendo de atributos míticos: un aventurero en Australia, un broncas de corazón de oro que si se ensarza en una pelea de bar, probablemente tenga nobles motivos.

    Antes de mutar en la criatura mitológica que describe la narración, Jonny era Jonathan Valentino, hijo de una cajera de supermercado y de un hombre que desapareció del panorama, natural de Sant Louis, mejor amigo de Michael Carns, un niño normal para el que la idea del paraíso era intentar pasar la noche en vela en casa de su amigo, viendo la tele y dándose atracones de comida basura. Un momento muy bien logrado es cuando el productor de un documental arregla un encuentro con su antiguo amigo y ambos se san cuenta del océano que ahora los separa: "Aunque yo no era el mismo, ni tampoco él, y si venía de visita no nos divertiríamos juntos y yo no podría quedarme toda la noche en vela porque se me desbarataría toda la agenda del día siguiente y no me dejaban comer comida basura (...)".

    La vida de Jonny se mueve entre el control y la soledad. Es decir, no puede estar solo cuando quiere ni acompañado cuando lo necesita. Su familia es la gente de su equipo: un grupo de adultos pagado para protegerlo, alimentarlo y educarlo. Su relación con ellos es uno de los mayores logros de la historia: está llena de matices porque estamos hablando de un niño inteligente, talentoso y necesitado de afecto, al que no es difícil querer pero que a la vez es su empleador. Walter, el guardaespaldas, un tipo grande y solitario, le tiene verdadero afecto pero en el mundo en el que viven, a veces el cariño es una debilidad que te puede costar cara.

    La madre, Jane, es un personaje difícil. Una mujer inteligente, con cabeza para los negocios que cuida de su Jonny como de un producto valioso que no  puede engordar ni tener acné y sólo de tarde en tarde se acuerda de que también es su hijo. Por otra parte, vemos una mujer desesperada por alcanzar un ideal estético que se le escapa, por encontrar algo de amor o deseo en la mirada de los otros; alguien que ha vivido muchos años en la frustración, en un mundo gris que desea desterrar hasta de sus recuerdos, o bien reducirlo a una amenaza de lo que puede pasarte si por un momento dejas de cabalgar en la ola del éxito.

    Hace poco leí Stoner, una novela en la cual el tema del fracaso era central. La preocupación por el éxito ocupa aquí ese lugar protagónico aquí; estas dos historias -de todo radicalmente diferente- no parecen generar reflexiones muy distintas: el "fracasado" Stoner no parece más infeliz que el triunfador Jonny. El vértigo de asomarse desde las alturas del éxito a las simas del fracaso genera tanta ansiedad y sufrimiento como vivir en ese valle oscuro. Pero como dijo Kid Pambelé: "es mejor ser rico que pobre".

    Uno de los mayores aciertos de Wayne es que no cae en la tentación de compadecer a su criatura. Este Jonny resulta tan atractivo porque es dickensiano en su carácter de niño explotado pero postmoderno en su macahacón discurso marketiniano sobre sí mismo como marca. Está construido con muchos matices, por ejemplo, es un esclavo del mercado del entretenimiento más basura y baladí pero también es un cantante con talento, oído y amor por la música, él mismo lo dice: "Aunque supongo que casi nadie acaba dedicándose a lo que de verdad le gusta. Yo tengo suerte.". Es ese delicado balance de matices lo que le da emoción y altura a la prosa de esta novela.

    La historia es larga pero se lee sin dificultad. El final no acabó de convencerme pero reconozco que cumple en cerrar con la reflexión en torno a la edad mental del protagonista y de la gente que lo rodea. La traducción de Ismael Attrache es buena y mantiene el sentido del humor que resulta fundamental para digerir la historia.

    La edición de Blackie Books es buena, las estrellitas tan chulas de la portada técnicamente son "stamping holográfico" y deben ser caras de hacer. Como dije, es un libro gordo que no se viene abajo y aguanta caídas, lectura a la intemperie y otros accidentes de la vida, se agradece.

    En resumen, recomendable. Un autor interesante al que vale la pena seguirle la pista.


    Más información:
    - Reseña en Entre montones de libros
    - Artículo en Jenesaispop que profundiza en la inspiración "Bieberiana" del personaje.
    - Entrevista al autor en la revista Icon en el País.Al ser un producto para caballeros siempre me siento como si estuviese incurriendo en una conducta irregular cuando la leo.
    - Entrevista al autor en Rollingstone.es. Parecía una buena oportunidad para explorar su visión desde la óptica del negocio de la música pero se queda un poco corta. 

    lunes, 11 de agosto de 2014

    LA MESA LIMÓN (Julian Barnes)


    Hay un escollo peculiar a salvar al hablar de un libro de relatos, a diferencia de las novelas, estamos tratando no con una sola obra sino con una compilación de ellas, de una serie de universos y personajes que deberían tener su autonomía y entidad propia. Debería ser más fácil en un caso como este en el que los relatos están unidos por un nexo. 

    Como atentamente nos informa el texto de la contraportada (estos editores, siempre desbrozando el camino para el lector) el tema que da unidad a estos relatos es la muerte, o tal vez expresado con más precisión, la conciencia de la mortalidad del ser humano. Como comenta Juan G.B. en el blog Un libro al día, yo encontré que más que la muerte, el vínculo de estos relatos es la decadencia que la precede: la vejez. El efecto de terrible angustia que causan alguno de ellos no proviene de la inminencia de la muerte sino de todo lo que podemos perder de nosotros mismos antes del final, de la descomposición en vida de la personalidad y las certezas que la han conformado, eso queda claro cuando oímos a uno de los protagonistas exclamar: "¡Ánimo! La muerte está a la vuelta de la esquina.". Es más doloroso ese retazo de vida que aún se arrastra que la perspectiva de final. 

    Es del último relato "El silencio" que proviene la explicación del título: el limón es un símbolo de la muerte en la cultura china y en un café que frecuentaba en compositor Sibelius -protagonista de esta última historia- los parroquianos sentados a la mesa limón adquirían el compromiso de que su tertulia tratara sobre la muerte. 

    Son once historias, historias de gente que envejece y no muy bien. Vejeces lastradas por la insatisfacción, el miedo, el odio. Como casi todas, en alguna medida. Hay retratos de vejeces maniáticas y solitarias; de amigas que no se soportan pero que mantiene un vínculo que les da una sensación de continuidad con su vida; y sobre todo muchas historias de matrimonios que avanzan hacia el vacío sin ser capaces de cogerse de la mano para mitigar el miedo. 

    Está todo tan bien construido, cada detalle, cada diálogo, las casas, la luz de cada historia. Es un libro triste, que no hace concesiones sensibileras pero que mantiene su tono por la ironía y el humor negro con el que los personajes se despachan sobre sí mismos y sus seres queridos. El componente principal de la mayoría de estas historias es la amargura, porque dos que habían podido amarse no encontraron el momento justo como en "La historia de Mats Israelson" o por la decadencia que el paso del tiempo impone a un hombre y del cual es consciente en sus visitas a la peluquería en "Una breve historia de la peluquería". 

    A mí hay algunas historias que me gustan más que otras, aunque supongo que cada lector hará una selección distinta. Puestos a elegir yo me quedaría con "Apetito" en la que una mujer cuida de su marido aquejado de una dolencia que no se especifica pero parece Alzheimer u otra demencia senil. Cada vez más perdido en la bruma de la enfermedad ella mantiene un lazo con el hombre que él fue a través de las lecturas de libros de recetas y guías de restaurantes. El hombre era un gourmet y sólo reacciona a la evocación de ciertas comidas memorables, alguna vez incluso es capaz de rescatar del destrozado archivo de su memoria un maravilloso recuerdo intacto con todos sus detalles, una constatación de que su amor exisitió, de que compartieron una vez una amor bello y vivo.Casi parece que la mujer ha aceptado la desgracia y se dispone a acompañar a su marido en su lento apagarse pero hay una arista aún más cruel: este hombre que cuando estaba sano era un modelo de buenos modales, delicadeza y romanticismo, alguien casi demasiado correcto, que ahora, de vez en cuando expulsa unas venenosas expresiones sexuales que cuya motivación no parece el deseo sino un afán destructivo de humillarla. El mayor temor de la mujer no son las penosas perspectivas del futuro sino la sospecha de que en su fuero interno eso ya hubiese existido antes: "Como si siempre me hubiera engañado, durante todos estos años". La protagonista nunca sabrá si todo ese encono, esa rabia sexual acechaba detrás de la fachada de su civilizado esposo o si es un subproducto de la enfermedad, parece aferrarse a la segunda posibilidad para seguir adelante. A pesar de que he leído muchas entrevista  

    En otro registro, algo menos duro porque a mí me hizo reír tanto como condolerme, está "Saber francés", el recuento de una correspondencia (no sé si con un pie en la realidad o enteramente ficción) entre Barnes y una agudísima anciana, Sylvia, que lo lee y comenta desde la residencia. Bueno, no lo lee sólo a él, lee todo lo que encuentra en la biblioteca y justamente va por la B. Las cartas de Sylvia son burlonas y aceradas, sus reflexiones sobre el robo de bombones en la residencia o lo que pasa con los locos después de la muerte son de una sabiduría hilarante: "Supongo que si estás loco y te mueres, habrá una Explicación esperando, y antes tienen que volverte cuerdo para que la entiendas. ¿O cree usted que estar loco es sólo otro velo de conciencia alrededor de nuestro mundo actual, que no tiene nada que ver con ningún otro?". Casi parece que la quemante ironía de Sylvia respecto de todo pero sobre todo de sí misma, sea una forma radical de la dignidad de la vejez: "(...) podemos quitarnos la vida, pero eso siempre me ha parecido vulgar y fatuo, como la gente que se va del teatro o de  un concierto sinfónico." 

    Cierro el libro adorando a Sylvia y con pena por su muerte -es de los pocos personajes que realmente cuelga las botas en este libro sobre la muerte- y eso es un triunfo de la verosimilitud y el arte narrativo. 

    No puedo terminar sin incluir en el trio de ases "Vigilancia", la historia de ese melómano que con los años va perdiendo totalmente la tolerancia respecto de las toses, ruidos, móviles y groserías varias del público musical. Es genial porque nos presenta a un tipo tan maniático que roza la chifladura pero al que a la vez ni podemos dejar de darle la razón.

    La traducción de Jaime Zulaika es buena y salvo algún leísmo que hace arder los ojos, se lee con placer. 

    Por algún motivo a mí los temas oscuros me resultan más fáciles de leer en verano, como si la luz los desmintiera, así que lo recomiendo para este agosto caliente y largo. 

    Más información:
    • La reseña que ya cité arriba de Juan G.B. en Un libro al día.
    • He descubierto este blog de nombre genial, Entusiasco con su comentario de éste libro.
    • Una reseña algo antigua en Solo de libros pero como el libro sigue siendo bueno...
    • Artículo de Javier Aparicio en Letras libres, con el mejor colofón: ars longa, vita brevis

    sábado, 2 de agosto de 2014

    NADA SE OPONE A LA NOCHE (Delphine de Vigan)



    Hay frases legendarias un poco gastadas por el uso pero como todavía no se ha escrito otra mejor, hay que volver a usarlas: "Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo."(1), esa bomba que lanza el Sr. Tolstoi al comienzo de Anna Karenina puede ayudarnos a entender por qué una narración que intenta hacer un mapa de las heridas de guerra provocadas por los lazos familiares resulta un placer para el lector aunque recorra los caminos más escabrosos del dolor porque tocan ese núcleo humano que se supone ha de ser el refugio contra la inclemencia, la crueldad del mundo.

    Hay una primera paradoja que debo corroborar respecto de la frase de Tolstoi y es que, si bien el infortunio tiene más rincones oscuros y sendas retorcidas, que ese paisaje abierto que es la felicidad, hay sufrimientos, como el de la enfermedad mental que dan cierto carácter a las familias y aunque cada una lleve su muerto a cuestas como pueda, sí que imprime un cierto carácter que queda muy bien retratado por la novela de De Vigan.

    Nunca quiero contar más de lo debido, cada lector se merece su propio tiempo para hacer descubrimientos pero aquí la premisa de la que parte la historia desde la primera línea, es el momento en que la narradora descubre el cadáver de su madre, que se ha suicidado. Según la reseña de la contraportada "Delphine de Vigan se convierte en una sagaz detective dispuesta a reconstruir la vida de la desaparecida". No puedo estar de acuerdo con el símil detectivesco, lo que vemos es a una hija intentando retener un retrato de su madre, convertirla en un personaje literario para de alguna manera salvarla de esa muerte definitiva que es el olvido. Si hay alguna intención detectivesca, parece que renuncia a ella rápidamente en favor de un intento de biografía emocional sin pretensiones de objetividad: "Posiblemente tenía ganas de rendir homenaje a Lucile, regalarle un ataúd de papel -pues me parece el más hermosos de todos- y el destino de un personaje.". Sí es verdad que en un momento dado se enuncia la intención de buscar en esa historia de Lucile la causa de su sufrimiento, el momento en que perdió la posibilidad de tener una vida tranquila y convencionalmente feliz pero en el mismo párrafo encontramos la imposibilidad de tal hallazgo: "Pero también se que a través de la escritura busco el origen de su sufrimiento, como si existiese un momento en que el núcleo de su persona hubiese sido mellado de forma definitiva e irreparable, y no puedo ignorar hasta qué punto esta búsqueda no contenta con ser difícil, es vana.".

    El suicidio puede ser entendido como la culminación de un fracaso vital pero en este caso es distinto, asistimos a una vida rica y llena de interés a pesar de estar marcada por un intenso sufrimiento, ese punto final abrupto, de todas las decisiones vitales de Lucile, parece bastante bien razonado y cuerdo. A mí me gusta encontrarme con historias como ésta que me hace cuestionarme ideas ya archivadas bajo el título de certezas.

    Reconozco que, viniendo de una familia adorable pero de irregular salud mental, este libro me ha impactado mucho, tanto que me resulta difícil ser imparcial sobre sus méritos y sus defectos como obra artística. Pero qué carajo, se supone que la buena literatura ha de afectarnos de manera personal, nadie se echa a llorar con el catálogo de la lavadora.

    El psicoanalista Jaques Lacan, citando -contra su costumbre- a Cooper dijo que "para obtener un niño psicótico hace falta al menos el trabajo de dos generaciones. El propio niño es el fruto de ese trabajo en la tercera generación" (2). Aunque las etiquetas clínicas no sean aquí lo fundamental, Lucile, fue diagnosticada con una psicosis maníaco-depresiva, que hoy se conoce con el más clemente nombre de trastorno bipolar afectivo y desde esta perspectiva, es aún más interesante la apuesta de este libro: reconstruir con base en los recuerdos personales pero también en un cúmulo de fuentes documentales (fotos, cartas, narraciones grabadas, películas de súper ocho, etc.) la historia de esta familia brillante, bella, numerosa y trágica.

    La historia de los Poirier empieza con el matrimonio de los abuelos Georges y Liane, que tuvieron un montón de hijos e intentaron criarlos de una forma alternativa al modelo educativo de su época, aunque con frecuencia a lo largo de la lectura me he planteado que su alternativa era simplemente esa mezcla de laxitud y rigidez que salía de la mente del padre, una tribu que debía vivír de forma diferente, una especie de bohemios burgueses antes de que existiese esa clasificación social. La figura de Georges, excesiva y omnipresente marca la vida de toda la familia, su mujer Liane, siempre enamorada, una madre cariñosa, agotada por tantos niños pero siempre deseando un bebé más.

    El retrato de la niña Lucile está muy logrado. Un hermoso ángel rubio pero no un angelote cursi y retozón, más un ser seráfico, severo, con un gesto embellecido aún más por la melancolía. Fue modelo infantil y sus ingresos ayudaban a la renqueante economía familiar. Fue bella entre gente bella, algunas de sus hermanas pequeñas la sucedieron en los catálogos publicitarios pero nadie como ella tenía esa aura de lejanía y de ausencia que aumentaba su atractivo pero también su soledad, la ponía en un lugar difícil de alcanzar por los otros: "(...) esa mezcla de belleza y ausencia, esa forma de sostener la mirada, perdida en sus pensamientos.".

    Toda la primera parte del libro está consagrada a la mitología de la familia: la casa en el campo, las lecturas compulsivas, la muerte accidental de uno de los hermanos siendo pequeño, las aventuras laborales del padre, los cambios de casa, el caos cotidiano, las vacaciones en la playa, los viajes todos juntos en único automóvil, las gestas deportivas, el último de los hijos, un niño con síndrome de Down, a quien sus padres se consagraron, el hermano adoptivo que se suicidó.

    Son protagonistas incluso de un documental televisivo de la época que los retrata como una forma diferente, vitalista de vivir la familia; es significativo que años después a alguna de las hermanas le repugne verse en esas imágenes idílicas. Esa tropa exuberante y magnífica que parece destinada a la felicidad, sin embargo, se va estrellando constantemente contra la desgracia: suicidios, huidas, depresiones, problemas con el alcohol y las drogas. en fin, dificultades para vivir.

    Entonces aparece el envés de la historia: un padre terrible y primitivo a su manera, con sucesivas amantes que, no obstante, mantuvo intacta cierta devoción por su mujer; un maestro de la palabra precisa y del discurso convincente pero un verdadero depredador emocional. Este padre, partidario de que los niños tuviesen una libertad inusitada para la época, de que tuviesen autonomía de movimiento desde muy pequeños, podía ser un tirano cuando se le cuestionaba. La terrible sombra del incesto, de que no mantuvo con esta hija ese pacto que define a la paternidad, viene a explicar muchos de los terribles sufrimientos que lastran no sólo a Lucile sino al resto de sus hermanos (dos suicidas entre ellos).  La autora, con las diferentes versiones que presenta, nos deja claro que ninguna verdad es última ni definitiva, las otras hermanas y nietas, dejan la sensación de que ese padre fue amenazante, que no conocía los límites de su lugar como progenitor pero que definitivamente su fascinación, su adoración fue Lucile, que tal vez obró como víctima sacrificial para satisfacer a ese padre que reivindicaba el poder -incluso sexual- sobre su prole.

    Incluso el matrimonio de Lucile, con uno de los jóvenes que orbitaba alrededor de la familia, parece que no le permitió alejarse de la perturbación que le causaba la cercanía de su padre. Es especialmente duro el recuento de la relación de Lucile con sus hijas después de su divorcio y sobre todo después de su primera crisis psicótica. Se siente la rabia propia de esos niños que, de alguna manera deben velar por sus padres, el miedo a la pérdida, la culpa: "Ese miedo no me abandonaba, a veces me impedía respirar. Ignoraba lo que significaba. Poco a poco mi angustia encontró su expresión: tenía miedo de encontrarla muerta.". Hay una construcción muy bien lograda: el universo de amor, rabia y desesperación entre Lucile y sus hijas, que se debaten entre el apego por su madre y el razonable deseo de tener una vida más tranquila y "normal".

    Desde el punto de vista clínico, el brote psicótico de Lucile y las reacciones de su entorno están descritas con  gran maestría. Tras un largo tiempo de depresiones, relaciones fallidas y adicciones, sobreviene el delirio con todo su aparato de fantasías de grandeza, planes para ganar millones, clarividencia y hasta un aterrador intento de magia ritual con la hermana pequeña, que termina con la intervención de la policía y el internamiento en un psiquiátrico.

    El resto de la historia trata la lucha con los fármacos, las recaídas y la tortuosa pero valiente reconstrucción de una vida. Que esta vida termine con un suicidio es casi una nota marginal después de toda las fuerzas que hemos visto desplegarse en el duro campo de batalla de convivir con la locura.

    Le di este libro a leer a mi madre, que es una lectora atenta, muy perspicaz y suele sumergirse en la lectura sin demasiadas consideraciones teóricas, que con frecuencia distraen de lo esencial. Me escribió un correo electrónico con sus impresiones que me confirmaron los méritos de este relato y con una nota enigmática sobre lo difícil que es ser madre pero también ser hija. Es un buen libro, si no me creen a mí, creanle a mi señora madre, que es inteligente, leída y no se deja timar por nadie (hay que verla mirar a los tenderos como si les leyera el alma cuando hace su pedido).

    He leído algunas reseñas que alaban la parte, digamos más metaliteraria de la obra, con digresiones sobre la dificultad de crear con base en un material tan personal y doloroso. A mí fue lo que menos gracia me hizo, prefería permanecer en el río de la historia y no perderme en estos discursos que afortunadamente eran breves.

    No obstante lo anterior y algunas caídas en el ritmo de la historia, encuentro que es un libro maravilloso.

    La traducción de Juan Carlos Durán es fluida, muy agradable de leer, sobre todo porque es un libro muy visual, lleno de referencias al paisaje, los rostros, los colores, que entiendo deben ser laboriosos de traducir conservando el efecto poético del original.

    ______________________
    (1) Un interesante post en Un brillo ensordecedor sobre la traducción de Anna Karenina al castellano.
    (2) El discurso completo de Lacan en este blog de Pablo Peusner.


    Información interesante:

    • La reseña en Entre montones de libros me gusta su énfasis en lo poco melodramática que es la narración. Casi aséptica diría yo. 
    • Reseña en el blog Las bizarrias de Belisa. Muy completa y detallada.
    • En el blog de Eterna cadencia, con una interesante recomendación colateral: Tiempo de vida, donde Marcos Giralt Torrente "recuerda a su padre con mecanismos similares a la francesa".


    viernes, 18 de julio de 2014

    STONER (John Williams)



    He leído tantas reseñas y artículos sobre Stoner que me resulta difícil creer que se me pueda ocurrir algo nuevo que decir pero me siento obligada a hacerlo por varios motivos: 

    1. Para socializar y/o tratar de entender la tristeza vigorizante que me ha dejado su lectura (una sensación seriamente contradictoria).
    2. Por intentar compartir esa rara alegría de haber compartido unos días la vida de un hombre inmenso y desconocido. O sea, lo contrario y complementario del punto 1: para compartir la felicidad de una lectura afortunada. 
    3. Por si logro cazar al menos un lector que esté dispuesto a la intimidad con un alma encallecida y bella, alguien que se arriesgue a una lectura que se queda contigo, un libro que una vez terminado no se archiva en los asuntos finiquitados sino que se vuelve a abrir para buscar en sus páginas (probablemente al azar) el significado de una caída, el bálsamo a una decepción. ¿Cómo puede ser portador de la sabiduría un personaje que se equivocó en casi todas las decisiones fundamentales de su vida? Seguro que a estas alturas todavía hay mucha gente a la que no le suena este libro, pues que se animen y se lancen a sus aguas engañosamente mansas. (La recomendación suele ir al final, lo sé...)

    Hablo de un libro que se publicó en 1965 y en Estados Unidos, país de origen de su autor, John Williams, nunca ha conocido el éxito de masas. Hubiese sido extraño que una narración que plantea tantas preguntas sobre el tema del fracaso fuera directa a encabezar una lista de best-sellers. Según cuenta la reseña (resumen de una nota radiofónica) de npr books, la novela en el momento de su publicación apenas fue reseñada brevemente por The Newyorker y no pasó de los dos mil ejemplares vendidos antes de ser descatalogada. Luego cayó en el olvido. 




    Portada de la edición holandesa

    En 2006, con ese ojo para la belleza y la potencia literaria que se echa tanto de menos en el mundo editorial actual, New York Review of Books Classics republicó Stoner. En palabras de su director, Edwin Frank "It sort of pays tribute to a man whose life is, in one sense, utterly ordinary, but, in another sense, rich as anyone's life can be"; traduzco libremente: "De alguna manera rinde tributo a un hombre cuya vida es, un sentido, completamente ordinaria pero, en otro sentido, tan rica como la vida de un hombre puede llegar a serlo". Esta reedición, de nuevo tuvo ventas modestas pero reseñas algo más halagüeñas que la original y consiguió la carambola del azar que ha convertido este título en un éxito en Europa: Anna Gavalda, una exitosa y multivendedora escritora francesa lo leyó y se enamoró de él, lo tradujo ella misma e hizo que su editorial lo publicara. Francia lo ha adorado, en Holanda lo ha petado, en España... bueno, ha sido un éxito minoritario pero esto aún puede cambiar. Según los últimos datos que he podido encontrar, aquí se han vendido 20.000 ejemplares, nada del otro mundo pero diez veces más que su primera edición. Ojalá el lento proceso de recomendación, reseña y regalo siga su proceso natural y dé una larga vida. 


    Portada de una edición estadounidense

    Sobre la redescubridora de Stoner: recuerdo haber leído algo de Gavalda (me parece que Quisiera que alguien me esperara en algún lugar) y la superficial memoria que conservo es de una prosa correcta, resultona y que a mí me aburrió. Sin embargo, me quito el sombrero ante su buen gusto y su iniciativa de rescatar una joya literaria. Si todos los autores de calidad mediana y grandes ventas, pagaran su popularidad con la vuelta a la luz de una obra de valía, purgarían en parte sus pecados literarios y ayudarían a que su público cautivo se atreviese a probar cosas mejores, en fin, a educar el gusto de la gente. 

    En España lo ha publicado la interesante editorial tinerfeña Baile del Sol. Como decía antes, las cifras no han sido espectaculares como en otros países de Europa pero ya van por la cuarta edición y más que un boom, sería bonito verlo convertirse un en clásico contemporáneo, fondo de armario de las librerías. He leído en alguna entrevista cómo su editor, Tito Expósito, cuenta haber oído a Gavalda hacer elogio de la novela y a partir de ahí haber tenido el oportuno atrevimiento de hacerse con los derechos en el momento perfecto -antes del boom francés- y publicar la primera edición en 2010, es decir, la primera de Europa.

    Podría seguir contando más detalles de esa emocionante historia de intriga editorial que es el revival de este libro pero se impone ya hablar del relato que hay detrás de todo este barullo, que es lo importante. Para quienes teman los spoilers, advierto que vienen unos cuantos que lo son sólo a medias pues el autor en las primeras páginas hace un resumen descarnado (que luego se demostrará unidimensional e insuficiente) de la trayectoria vital de su personaje, como para que renunciemos a hacernos ilusiones desde el comienzo. Pero nos las hacemos, por fortuna.  

    La historia aquí es la vida de William Stoner. Un hombre corriente en apariencia pero extraordinario en esencia. Es claramente una novela de personaje. La estructura es simple en apariencia: infancia, estudios, matrimonio, trabajo, amor, sufrimiento, muerte. Sabemos desde un comienzo que lo que define a Stoner es en gran medida, su trabajo como profesor pero su infancia no hacía prever que terminara recalando es la universidad. Una árida niñez campesina de trabajo y responsabilidades, no miserable pero lejos, lejísimos de la alegría inconsciente que tendemos a asociar con los niños. Hay una escena de tanta vividez y plasticidad que fue como si la luz y los rostros de "Los comedores de patatas" surgieran de las páginas del libro: "Era una casa solitaria ligada a un inevitable trabajo duro en la que él era el hijo único. Por las noches los tres se sentaban en la pequeña cocina iluminados por una única lámpara de queroseno, a mirar la llama amarilla: a menudo durante la hora aproximada entre la cena y el momento de acostarse, el único sonido que se oía era el cansado movimiento de un cuerpo sobre una silla rígida y el suave crujir de la madera, cediendo un poco por la edad de la casa.".

    El primer milagro en la vida de William, es que su padre, un alma rústica, gastada por el trabajo duro y sin reposo, decidiera darle a su hijo la oportunidad de unan educación universitaria, con el inmenso sacrificio que suponía para la familia perder a su mano de obra más joven y vigorosa. Stoner se deslomaría trabajando en la granja de los parientes que lo alojaban para pagar su manutención y llevaría siempre el mismo raído traje de aire fúnebre pero aún así, había pasado del campo a la academia, en lo que le tardó recorrer el camino de su granja a Columbia. Es muy significativo que Williams abra la historia contándonos el año en que Stoner entró en la universidad, más que el de su propio nacimiento porque en verdad este segundo nacimiento del espíritu fue mucho más relevante: "William Stoner entró como estudiante a la Universidad de Misuri en el año 1910, a la edad de diecinueve años. Ocho años más tarde, en pleno auge la Primera Guerra Mundial, recibió el título de Doctorado en Filosofía y aceptó una plaza de profesor en la misma universidad, donde enseñó hasta su muerte en 1956.".    

    La idea era que este joven campesino que entraba en la universidad se convirtiera en agrónomo y que aplicara sus conocimientos para obtener un mejor rendimiento de la vieja granja de sus padres. Habría sido un ciclo perfecto, de la tierra a la tierra. Y sin embargo, algo se atravesó, un amor inesperado. En el segundo año de estudios hubo de cursar una asignatura obligatoria de literatura inglesa, que se le daba mucho peor que los estudios de química de los suelos. Aparece aquí el personaje el profesor Archer Sloane, quien hace que nuestro protagonista reconozca su vocación. Slone es un ser pétreo, construido con una técnica minimalista e impecable. Sus intervenciones son justas en el tiempo y sus rasgos aparecen esbozados en trazos muy definidos, breves en la descripción pero que nos dan la medida de su carácter en sus acciones. Es el factor extraño que cambia la ecuación de la vida de Stoner y que la desvía de un destino que tal vez le habría dado más satisfacciones, cuando le pregunta en medio de un clase, casi con cólera por el sentido del Soneto 73 de Shakespeare y quedan flotando estos versos de forma casi religiosa en el aula:

         "Esto percibes, lo que hace tu amor más fuerte, 
          amar bien aquello que debes abandonar pronto."

    La belleza del soneto recayó sobre Stoner como la iluminación mística sobre un santo que descubre la trascendencia por vez primera. Una fe, un amor tan poderoso que nos tememos que arrastre algún martirio. No es una renuncia fácil para este hombre decidirse por la carrera académica y frustrar los sueños que para sus padres aparejaba su vuelta a casa. Presenciamos la progresiva transformación de su espíritu hasta lo que sería su esencia definitiva: un profesor, un hombre de letras. 

    A diferencia de la trayectoria de los santos, la vida de Stoner no avanzó triunfal hasta el martirio y la iluminación divina, digamos que tuvo un poco de ambos. Cuando descubrió que su hogar iba ser más la universidad que la casa que compartía con su mujer, fue un hallazgo triste pero por lo menos allí disponía de la medicina que le haría tolerable los peores momentos y que realzaría aún más el brillo de los bellos. 

    En el amor, fue un tipo peculiar: en contra de su tímida austeridad, cortejó a una señorita de buena familia quien sorprendentemente, lo aceptó. Se casó con una profunda ignorancia de la mujer a la que se unía. El gran error de Stoner fue su matrimonio y nunca supo recuperarse, hacer algo. Creía con una rectitud moral desesperante para el lector, que él se lo había buscado, había apostado por su mujer con un empeño y un atrevimiento que no había puesto antes en nada y por eso debía pagar su precio en sangre. En algunos comentarios, especialmente en páginas norteamericanas, se señala que el personaje de Edith, la esposa es carece de dimensión y es la caricatura del ama de casa neurótica, vacua y amargada: una bruja. No estoy de acuerdo, creo que hay un enigma detrás de su vacío emocional, de su estéril maldad, nunca llegamos a saber cuál es pero hay una escena, de vuelta a su habitación familiar, en la que destruye con método la mayor parte de sus posesiones infantiles que nos convence de que una tragedia nunca expresada habita detrás de su conducta atroz. También es verdad que cuando una foto enfoca los rasgos de un modelo, es frecuente que el fondo se difume y pierde sus contornos, tal vez eso es lo que pasa con Edith.

    Tras muchos años de matrimonio infeliz, descubre el amor con otra mujer y la experiencia nos revela a un personaje oculto dentro de la cáscara de ese hombre que sólo había hecho dos cosas a plenitud: ser profesor y padre. Su carrera académica estuvo llena de dificultades y frustraciones, sobre todo a partir de su negativa a transigir con un alumno farsante pero bien relacionado (atención al estupendo villano Hollis Lomax). Su relación con su hija fue la de la maravilla frente a la creación y el cuidado de una nueva vida, fue un padre estupendo que llenó el vacío afectivo de la madre hasta que ésta, alarmada por la intensidad del lazo entre padre e hija, decidió apartarlos, dejándolos a los dos pero sobretodo a la niña Grace, aterrados y desprotegidos. William Stoner, tenías que haber peleado más por tu hija. Sí, esta lectora confiesa la poca sofisticación intelectual de haber llegado al punto de enfadarse con el personaje y darles consejos. 

    El Stoner de mediana edad, enamorado y correspondido a plenitud se nos revela como un ser con una inmensa capacidad para la felicidad. Ahí entendemos que lo que lo ha llevado a aceptar con tanta resignación los golpes bajos de la vida no es una cortedad de espíritu sino una mezcla entre un exasperante sentido del deber y ese estoicismo de campesino hecho al  trabajo ingrato que nunca se plantea abandonar su tierra aunque la tormenta y el fuego la hayan arrasado y se deja la vida en el intento de sacar frutos de un terreno yermo.

    Tal vez toda la dureza del libro es asumible porque dentro de esta roca está escondido el diamante de una verdadera historia de amor. Incluso la imagen de la mujer amada va creciendo dentro de nosotros, se va transformando como el color de sus ojos que con la luz adecuada son violetas y no grises, como si afilada inteligencia que no sólo brilla en la academia sino en la íntima luz de un dormitorio; no contemplamos el proceso del enamoramiento, tenemos el privilegio de sentirlo. Mejor que lo diga Williams: "En su año cuarenta y tres de vida William Stoner aprendió lo que otros, mucho más jóvenes, habían aprendido antes que él: que la persona que uno ama al principio no es la persona que uno ama al final, y que el amor no es un fin sino un proceso a través del cual una persona intenta conocer a otra".

    Se supone que uno de los temas principales es el fracaso e incluso está formulado de forma casi literal al comienzo y al final del libro pero creo que este tema encierra otro mucho más complejo: el de la renuncia. Al final de su vida Stoner piensa en las cosas que no se ha permitido o ha perdido por el camino: no se permitió la heroicidad de ir a la guerra; la distancia entre él y su hija resultó letal para los dos; fallecieron sus padres sin que pudiese darles la satisfacción de una vuelta a casa; fue un gran profesor pero nunca brilló en la jerarquía académica; tuvo amor y lo dejó marchar. Y sin embargo, no puedo ver a Stoner como un fracasado. En su estupendo artículo en The Guardian sobre Stoner, Julian Barnes cita una de las escasas entrevistas del autor sobre este aspecto del personaje: "A lot of people who have read the novel think that Stoner had such a sad and bad life. I think he had a very good life. He had a better life than most people do, certainly. He was doing what he wanted to do, he had some feeling for what he was doing, he had some sense of the importance of the job he was doing (…). His job gave him a particular kind of identity and made him what he was.". Traduzco y pido perdón anticipado por si me dejo algún matiz: "Mucha gente que ha leído la novela piensa que Stoner tuvo una vida triste y mala. Yo pienso que tuvo una muy buena vida. Tuvo ciertamente una vida mejor que la que la mayoría de la gente tiene. Él hizo lo que quiso hacer, el sentía algo por lo que hacía, tenía un sentido de la importancia del trabajo que estaba haciendo (...). Su trabajo le dio una identidad particular e hizo de él lo que fue".  



    John Williams

    Como dice Tim Kreider en su artículo del Newyorker, ni el libro ni el personaje están aquí para ganar un concurso de popularidad pero resisten porque su luz proviene de dentro. Lejos de ser un triunfador, Stoner con su ética de la renuncia y del rigor autoimpuesto nos recuerda que un hombre no puede haber fracasado del todo si ha sido amado y si se ha dejado la vida en una vocación en la que creía de corazón.

    No dejen que les importe si sigue de moda o si ya han pasado sus quince minutos. Léanlo y verán. 

    Nota sobre la edición: Es más que correcta y respetuosa. La traducción de Antonio Díez Fernández se lee con soltura y salvo algún giro raro, cumple con su misión de hacer llegar a los lectores de habla hispana este inmenso retrato de un héroe en la sombra. He leído comentarios sobre la fealdad sin ambages de la portada de la primera edición y estoy de acuerdo, en la cuarta, que es la mía, ha mejorado pero es algo sosa. De cualquier manera, espero que tengan la ocasión de hacer muchas reediciones y alguna otra portada. 


    Más información (actualizado): Me he dejado tantas buenas reseñas por el camino que refresco este apartado.