lunes, 13 de octubre de 2014

QUÉ FUE DE SOPHIE WILDER (Christopher R. Beha)




La metaliteratura nunca me ha parecido artefacto creativo especialmente atractivo, no he llegado a descubrir del todo cuál es la gracia de levantar el telón de fondo y dejar a la luz el entramado de poleas y paredes de ladrillo detrás de las candilejas. A no ser, claro, que la historia que ocurre allí detrás sea más interesante que la que ejecutan los actores. Lamentablemente no suele ser así, la mayoría de las veces me siento viendo el making-of de una buena película: puede ser entretenido pero nos hace preguntarnos si no estamos perdiendo el tiempo que podríamos invertir en ver la película en sí misma. Las historias cuyo protagonista es un escritor parecen condenadas de antemano a hacernos un inventario de de las tribulaciones creativas del literato de turno, por lo general aderezadas con litros de alcohol y alguna otra droga de moda, torturadas artistas ninfómanas (nadie en este universo tiene una novia funcionaria de Hacienda) y noches en blanco siempre iluminadas por los fuegos de artificio de de conversaciones brillantes maceradas en una fuerte dosis de ironía.

Por todo lo anterior, empecé este libro con un cierto pesimismo, Charlie Blakeman, el protagonista de la novela que hoy traigo parecía el candidato perfecto para un petardazo metaliterario, otra de estas historias soporíferas y fatigadas, como una copia hecha con un papel carbón (¡esa antigualla!) demasiado usado. Escritor joven, autor de una primera novela, neoyorquino, miembro de una pandilla de amigos artistas y culturetas que se mueve en medio de las intrigas de un mundo editorial que se adivina salvaje bajo la civilizada apariencia de guapas publicistas y cócteles de lanzamiento. A este Charlie nos lo encontramos decepcionado con esa opera prima que tanto prometía pero que ha conseguido un resultado peor que el rechazo del público: su indiferencia. Incapaz de afrontar la escritura de esa segunda obra que le permita reivindicarse ante los demás y ante sí mismo, vive en un piso señorial con delicadas resonancias jamesianas (ese acuario victoriano) en Washington Square y contempla su fracaso vital con una cierta ironía distante, que es una pose muy chic.

A mí no me dijo mucho al comienzo pero hay algo en él que lo hace único interesante: Sophie Wilder. En la superficie de su biografía, Sophie fue su novia de la universidad, una belleza extraña, un amor intermitente, una amistad apasionada a la cual acababan volviendo porque ninguno de sus sucedáneos funcionaba mejor. Pero fue mucho más, un misterio nunca resuelto, esa mujer indescifrable, amada y temida, que tras muchos viajes de ida y vuelta termina partiendo con el billete de dos decisiones radicales: el matrimonio y su conversión al catolicismo. El punto de eclosión de la historia es la noche en que tras años de ser el fantasma del amor, Sophie reaparece en una fiesta que dan Charlie y su primo Max en esa casa llena de habitantes temporales e invitados cotidianos.

Una de las mejores cosas que puede pasarnos con un libro es que nos sorprenda por su belleza pero otra maravilla de nivel aún superior que es que esta belleza esté acompañada por un reflexivo análisis de problemas vitales para el ser humano. Una novela lograda en este sentido puede iluminarnos mucho mejor que cualquier tratado filosófico. Iluminarnos no sólo de  forma intelectual sino tocarnos en un lugar secreto, donde es poco común que dejemos entrar a un extraño. En ese sentido, no deja de asombrarme esa extraña alquimia que permite que un desconocido que en un momento dado se puso a escribir un libro pueda llegar a un lugar de nuestra alma al cual ni los seres que hemos amado u odiado con pasión, han llegado.


Todo esto me pasó con Qué fue de Sophie Wilder. Pero no digo que todo lo anterior haya ocurrido porun fenómeno personal de afinidad espiritual con Cristopher R. Beha, su autor. No, ha ocurrido porque la novela es muy buena y porque además  llevaba una racha de libros que empezaban muy bien y que se desinflaban poco a poco, así que éste con el que ocurre lo contrario ha tenido un efecto avasallador: empieza en un tono relativamente bajo y neutral y despliega sus alas poco a poco hasta despegarse del suelo y llegar a la altura en la que el lector considera a los personajes tan reales que podría contar su historia como la de un antiguo amante o un querido amigo.


Sophie y Charlie se unen en la facultad de literatura, en por la alucinada admiración de él y en parte porque ella le elige como acompañante de su soledad. Tal vez sea porque ambos son huérfanos recientes y aún en duelo, que una tristeza acerada y constante marca definitivamente su relación, como si la acechanza de la pérdida fuera demasiado terrible como para entregarse por completo a alguien. Intentan ignorar el dolor e intelectualizar su relación, que viven en una especie de diacronía, nunca pueden encontrar el momento para amarse a la vez: "Lo que ha ocurrido sí que importa, aunque solo podamos saberlo cuando es demasiado tarde para hacer nada al respecto". La aparente inconstancia de Sophie, sus abandonos, hasta su única infidelidad imperdonable, no nos toman por sorpresa porque nos parece conocerla tan bien como su amante. La técnica narrativa en este caso se adecua al milímetro a su objeto: la historia está contada en dos tiempos y en dos voces (Charlie y un narrador ominisciente que narra la vida de Sophie) y están tan bien empastadas que funcionan con mayor unidad que si la historia fuera lineal.

Esa tristeza de la que he hablado antes está tan bien lograda que carece casi del todo de sentimentalismo y parece casi una cuestión ambiental: "Prefería los días nublados, cuando disponía de un buen trecho de acera para ella sola. Contemplaba cómo la niebla se iba posando sobre el río, asombrándose de su numinosa belleza y recordando la época en que el telón se había desgarrado y  había vislumbrado brevemente el mundo que había debajo del mundo". 

Una de las cosas que más me han gustado de este libro es la naturalidad con que aborda temas que normalmente están escritos en mayúsculas: la  conversión al catolicismo de Sophie implica toda una reflexión sobre la necesidad de la fe para abordar el mundo cuando el dolor nos sobrepasa; la delicadeza de los resortes del trabajo artístico y cómo por dos caminos opuestos, el de la frivolidad y el del misticismo estos dos talentosos jóvenes dejan de escribir y la posibilidad o no de desandar estos caminos.

Es una historia perfecta a su manera, la primera línea encaja perfectamente con la última como una serpiente que se muerde la cola. Lo bueno es que sólo te das cuenta de su perfección cuando ya lo has terminado, con lo cual evitas cuidadosamente el sentimiento de agobio que la perfección académica conlleva.

Hay algo, finalmente que agradecí mucho: la compasión del autor con sus criaturas, que también es compasión y empatía con el lector.

Algunos libros pueden cambiarnos, pueden interrogarnos, hacernos crecer. Este es uno de ellos.

Más información:


  • Una interesante entrevista de Alex Shephard al autor en la revista Full stop