sábado, 22 de febrero de 2014

Mi vecina en bragas II

Sin título
Autor: JuanJo Tejado
(De mi colección particular)


Las vecinas a medio vestir son criaturas propias del verano, mariposas cuyas delicadas alas tiemblan y se repliegan con el invierno. Lo que hoy les voy a contar es una rareza que un documentalista de fauna urbana estaría encantado de recoger. 

Cuando llega la época en que las urracas empiezan a decidir dónde anidar, algunos de los vecinos del edificio mantenemos una tensa lucha mental por conseguir que se queden frente a nuestros balcones. He visto a un señor, un crítico de arte muy serio, que recibe revistas imposibles de arte contemporáneo islandés en su buzón, dejar en camuflado junto a su maceta con un pino medio petrificado, un cuenquito con alpiste natural, no de ese que se compra seco, no, del bueno y fresco y luego esconderse tras la persiana a ver si lograba seducir a las hermosas urracas que saltaban de árbol en árbol eligiendo el sitio donde mejor da el sol y el viento no es demasiado arisco.

Pues bien, era un día azul, de esos que engañan con su luz de zafiro invernal. Salí a fumarme el primer pitillo de la tarde y el humo parecía quedarse suspendido, casi sólido en el aire gélido y entonces, ahí estaba ella: gabardina, camisa negra de aire militar, unas horribles botas beige forradas de borrego y ¡bragas! Una extraña mezcla de bragas de abuela y pin-up, algodón negro y festón de encaje que dejaba adivinar una línea de piel tostada a pesar del invierno. Me quedé muy quieta, como un naturalista temeroso de asustar a una criatura esquiva. La miré de reojo, ella también fumaba y tecleaba con furor en la pantalla de su móvil. Me pareció adivinar el nacimiento de una lágrima junto a la línea negra de su ojo muy maquillado. No era en absoluto la mariposa del verano, era un ave invernal que se replegaba en su plumaje, que se ajustó el cinturón de la gabardina contra un golpe de aire de la sierra y aún así se plantaba valiente con sus bonitas piernas desnudas, como si defendiese así una valiosa parcela de su identidad.

El cigarrillo se me consumió en la mano sin darme cuenta y la ceniza se quedó en un precario equilibrio que destruí con un movimiento de falsa seguridad . Entonces ella advirtió mi presencia y en lugar de desaparecer en su casa, me dirigió una sonrisa apenas esbozada con sus labios cuarteados por el frío pero aun así preciosos. Vi que no tenía cenicero y le acerqué el mío a través de la frontera de los balcones, lamenté que estuviera tan lleno de colillas petrificadas y ella aplastó la suya muy despacio y con fuerza, como si quisiese asegurarse dejarla bien muerta. Yo intenté sonreír y me despedí con un gesto, una especie de reverencia torpe.

Ya de vuelta en mi guarida me di cuenta de que este era el contacto más significativo que había tenido con otro ser humano en mucho tiempo. También me di cuenta de que no habíamos cruzado ni una palabra.

lunes, 17 de febrero de 2014

EL REY DE AMARILLO


Respecto de los libros, como de los hombres, hay muchos tipos de amor. Hay libros con los que nos gusta salir del brazo porque son elegantes, guapos, seductores, dan ganas de presumir de ellos; hay otros un poco chusma pero divertidos y que nos hacen olvidar un rato la cotidianidad, hay quienes se avergüenzan de estas aventuras y forran las pruebas del delito con papel opaco o los condenan a vivir en la estantería del baño; hay viejos amores ya arrugados a los que siempre volvemos cuando necesitamos la certeza de la palabra precisa, del abrazo protector. Como en los otros amores, hay algunos inclasificables, El rey de amarillo es uno de ellos.

La primera vez que cayó en mis manos, simplemente lo rescaté de una pila de libros al peso en una Feria del Libro en Bogotá. Nada sabía de su autor ni del contexto en que había surgido: tal vez esta bendita ignorancia debería ser la que ponga a prueba la calidad de cualquier libro que se nos cruce por el camino. Tal vez si hubiese leído antes las reseñas que le dan el valor de ser apenas el eslabón entre ese oscuro estado del alma que era la Carcosa de Bierce y los aterradores universos de Lovecraft, no me habría interesado y me habría perdido la obra que empieza con estas imágenes de una belleza tan perturbadora:

"Rompen las olas neblinosas a lo largo de la costa,
los soles gemelos se hunden tras el lago,
se prolongan las sombras
     en Carcosa.
(...)

Canto de mi alma, se me ha muerto la voz,
muere, sin ser cantada, como las lágrimas no derramadas
se secan y mueren
     la perdida Carcosa."

Robert W. Chambers nació en Nueva York en 1865, en una familia de la aristocracia local, de esas que clamaban remontarse hasta el Mayflower. Empezó su carrera como ilustrador, hizo el obligatorio viaje a París para un joven de su condición y fortuna que marcaría su vida artística y escribió un primer libro que no tuvo éxito. Luego, en 1895 publicó The King in Yellow, un libro de relatos que mezclaba historias de temática parisina con cuentos fantásticos y de terror. Más tarde publicaría algunas joyas más para finalmente dedicarse a la literatura de consumo (folletines, novelas rosas, historias detectivescas) porque le interesaba más tener dinero para vivir una bella y cara vida, que el arte por sí mismo. ¡Vaya personaje! Pero todo esto lo supe después, no fue el carácter dandy o bon vivant de su autor lo que me llevó a amar tanto estas páginas.


Creo recordar que la portada de arriba fue la de esta primera edición que tuve, que olvidé en una casa de campo familiar y fue "adoptada" por un viejo tío aficionado a la literatura de altos vuelos pero que reconoció haber quedado fascinado por el estilo y las tramas de Chambers, cuyo vértigo metafísico allí, en medio del calor, los mosquitos, el fragor del río con su promesa de frescura, parecía aún más de otro mundo. Como muestra de su aprobación por mi gusto literario, mi tío Hernando se negó a devolverme el libro. Fue imposible volverlo a encontrar hasta años después, que vino a mis manos desde otra pila de libros en una librería de remate cerca de la glorieta de Bilbao en Madrid. El verdadero amor tiene la capacidad de esperar y repetir. Esta edición (2004), al cuidado de Abraxas, traducción de Rubén Masera e introducción y notas de Alberto Laurent, reune además de los relatos del original Rey de amarillo, algunos trabajos de dos libros posteriores de Chambers: The Maker of Moons y The Mistery Choice. La edición, a pesar de algunos errores en la revisión de la traducción, parece hecha con cariño y conocimiento de la obra de Chambers, la nota introductoria da con el balance adecuado entre aportar al lector algo de contexto y no empedrarle un camino obligado al disfrute de la lectura.



Chambers crea mundos muy detallados en cada relato, como paisajes apresados entre la nieve de una bola de cristal. Sin embargo, hay pasos subterráneos que unen las tramas y le dan  una interesante sensación de unidad a la lectura, el autor es capaz de introducir en a mente del lector la idea de que está haciendo una visita a las comarcas de su ficción. Según el artículo de la Lovecraft Wikia, son fundamentalmente tres los elementos que hacen de conectores entre los relatos:
  • Un libro, un drama cuyo título es justamente El rey de amarillo, cuya lectura supone una maldición, un asomarse a un abismo que rebasa las posibilidades del saber humano y conduce a la locura y la desgracia: "palabras que resplandecen y refulgen como los diamantes envenenados de los Médicis".
  • Un colgante, una joya que representa el "símbolo amarillo", es un carater, posiblemente de un lenguaje no humano y cuya posesión anuncia desgracias más terribles que la muerte.
  • Una entidad de carácter malévolo y no humano detrás de cuyas intenciones se lee el propósito de corromper o acabar con la humanidad. Este, amigos, es el rey de amarillo.
Con estos tres elementos en común se teje ese de aire de peligro, de terror constante, esa sensación de que estamos siendo mirados desde arriba y que esa mirada no es benevolente y que no mereceríamos que lo fuese. Los méritos de los relatos  no son parejos pero algunos son ejemplares, verdaderas obras maestras de la tensión narrativa y capaces de dejar terribles imágenes grabadas en la mente del lector que se pueden evocar con más plasticidad que escenas presenciadas en la vida real o en el cine: ese ser ni vivo ni muerto, ese recolector de almas cuyo hedor empaña todo lo que toca; esa flor a la que le han robado la vida para transformarla en piedra, como a esa hermosa muchacha, cuya piel de mármol guarda un ligero tinte de la vida que una vez alentó.

Un cuarto elemento que, no obstante, comprende a los tres ya mencionados es Carcosa, ese país terrible regido por los demiurgos de la melancolía, cuyos dos soles no bastan para iluminar sus paisajes arrasados. Tal vez Carcosa sea el reverso oscuro de la tierra que habitamos, en la que a pesar del dolor y las injusticias, una pulsión de vida parece levantarse del suelo cada vez que las fauces de la muerte le echan el aliento en la cara. Tal vez Carcosa sea un reino lejano, allí en las Híades cuya dinastía de desolación aspira a imponerse aquí después de devastar su territorio primigenio, extendiéndose más como una infección que como un imperio. En Carcosa no sólo habitan los monstruos, es donde van a aparearse y a hibernar.

Hay una narración un poco extrañaña en este conjunto, que no casa con el tono de las demás y sin embargo es una de mis favoritas, una delicada historia de amor : "La demoiselle d'Ys". Para no desentonar con las demás, su final tiene más el tinte de las lágrimas que el del amor triunfante.

Hace un tiempo Valdemar reeditó El rey de amarillo, con esa visionaria apreciación por las bellezas raras que los caracteriza. Una nueva traducción y su formato ya clásico, robusto y hecho para el placer de la relectura, la hacen una compra aconsejable. Yo misma, creo que incurriré en la extravagancia de fan de tener dos ediciones del mismo libro para ver cuál me gusta más.


Para terminar, aprovecho para una recomendación extraliteraria, la estupenda serie True Detective, en la que en la investigación de un siniestro asesinato ritual se infiltran poco a poco unos extraños ecos de Carcosa y se atisba la sombra del manto desgarrado del rey en la sombra. De momento, todo el que osado pronunciar el nombre del Rey ha sido destruido.

Otras opiniones sobre este libro:

- Crítica de Javier Avilés en su blog El lamento de Portnoy. Básicamente establece que Chambers no es Lovecraft (cierto) y que la lectura le resultó apenas entretenida. 
- Comentario de Alejandro Caveda en El zoco de Lakkamanda, más carcosiano, sí señor. 
- Reseña en Solo de libros
- Reseña de Alfredo Álamo en Lecturalia 
- Artículo en la revista Clarín sobre True Detective y sus influencias literarias, especialmente The Conspiracy against the Human Race de Thomas Ligotti.
Ficha en la web de  Valdemar (de su edición, claro).
- Comentario en la web especializada en literatura gótica Susurros desde la oscuridad.

domingo, 9 de febrero de 2014

ESA VISIBLE OSCURIDAD Memoria de la locura

Una vez en la radio oí un programa sobre la relación entre depresión y arte. Rápidamente olvidé casi por completo el contenido del programa, excepto el título de un libro que recomendaba uno de los entrevistados, que era Esa visible oscuridad de William Styron. Me gustó el título y el fervor con el que lo presentaba la voz de ese hombre que ya no recuerdo quién era. Pero luego se quedó en el limbo de las lecturas deseadas.

Hace poco, releí la recopilación de la correspondencia de Truman Capote (cuyo disfrute aprovecho para aconsejar) y me encontré un par de cartas a Styron, que eran muy elogiosas con su obra y como soy fan irracional de Capote y le doy valor oracular a sus opiniones literarias, rescaté el recuerdo de esa lectura nunca concretada. Sin mucha esperanza, lo busqué en la biblioteca y para mi sorpresa tenían un único ejemplar de la edición de Mondadori de 1990 sobre el cual me precipité.

Es un texto muy breve, mezcla entre crónica, memorias y ensayo. En una nota introductoria el autor nos informa de que la versión que presenta es una ampliación de la publicada por la revista Vanity Fair (dorada época para la literatura en las revistas frívolas, cuando el contenido era algo más que fotos bodas millonarias y catálogos de zapatos). Aunque toca muchos aspectos de la experiencia del sufrimiento de la enfermedad depresiva, se centra básicamente en su vivencia propia para poner palabras a ese padecimiento, una de cuyas características, es lo difícil que resulta expresar sus síntomas en palabras. La depresión es como un pozo negro que se abre a los pies del que la padece, que enfanga su capacidad de sentir y de actuar y que va aumentando de tamaño y tragándose cada vez más cosas vitales para su víctima. Ponerle límites al avance de este pozo negro, acotar su amenazante crecimiento es parte de la labor que hace Styron en este libro.

http://dreamdogsart.typepad.com/.a/6a00d8341c192953ef013487de3ab4970c-450wi 

William Styron y su perra Aquinna en 1979, fotografía de Jill Krementz. Fuente Dog art today 

Tal vez una de las características más dolorosas de la depresión es impedir al sujeto disfrutar incluso de los momentos que deberían proporcionarle satisfacción personal. Styron nos sitúa para comenzar en París, donde ha acudido en compañía de su mujer a recoger un premio literario con una notable dotación económica y sobre todo un gran prestigio, el Cino del Duca. Esta ocasión feliz se convierte en un tormento para Styron, que ya no puede escapar a la evidencia de que algo grave le está ocurriendo y en cuanto concluyen los dolorosos fastos del premio vuelve a Estados Unidos a tratarse con un psiquiatra.

Una de los cosas que me ha conquistado de esta historia es le sinceridad despojada de autocompasión con que Styron expone los antecedentes y el devenir de su enfermedad. En la búsqueda de las causas de la depresión nos habla de su súbito abandono del alcohol: "(...) de golpe y porrazo, en junio, había dejado el whisky y todos los demás brebajes etílicos". Styron era un alcohólico, al parecer funcional, su hábito le permitía escribir y mantener su vida familiar y social pero un repentino aborrecimiento físico del alcohol lo había forzado a abandonarlo. No es sorprendente que la retirada de un compañero tan asiduo afectara a una mente acostumbrada a los efectos sedantes de las bebidas espirituosas, a veces un hábito pernicioso puede estarnos salvando de un abismo que apenas intuimos. Todo lo relativo a su relación con la bebida está expuesto de una manera tan clara y casi sin valoraciones de culpa que realmente ayuda a comprender su relación con los terribles síntomas que empezaron a atenazar su existencia.

El segundo capítulo lo dedica en su mayor parte a reflexionar sobre la obra y la vida de Albert Camus, sobre el cuestionamiento recurrente en sus libros de su la vida merece o no ser la pena vivida, del suicidio como el mayor problema existencial del ser humano y de la depresión clínica como una característica común de varios de sus personajes más notables.


 Un joven Camus. Fuente: handsomeyoungwriters.tumblr.com (sin indicación del autor)

Al hilo de Camus, aparece el recuerdo de su gran amigo Romain Gary, un escritor brillante que también había sido héroe de guerra , jugador de poquer y diplomático, entre otras fascinantes ocupaciones. Gary, de origen ruso judío había sobrevivido a la guerra, a las turbias rencillas del mundo de las letras pero no pudo con una depresión que empeoró tras el suicidio de su exmujer Jean Seaberg, con quien se mantuvo muy unido después de su divorcio. Como se ve, para lidiar con la depresión no hace falta sólo valor, del cual estaba sobrado Gary, quien al final, un día volvió a su casa, se puso su mejor pijama de seda y se marchó con el rápido expediente de un tiro en la cabeza. Fernando Apuero desarrolla esta historia en un artículo de la revista El Malpensante.


Romain Gary y Jean Seaberg. Giniès/Sipa. Fuente: Le Nouvelle Observateur

El tercer capítulo es un doloroso catálogo de artistas -muchos de ellos escritores- suicidas y una reflexión sobre lo complejo que resulta para los deudos aceptar la realidad del suicidio de sus seres queridos, como si con ello se estuviese abriendo la puerta a un dictamen de "cierto matiz de delincuencia que de alguna manera menoscabara al hombre y su carácter" pero al final, por dolorosa que pueda ser la verdad, falsear  o encubrir un suicidio es una lucha estéril y tal vez una mayor traición a  la memoria de quien eligió (o no le quedó otra opción) que marcharse por su propia mano. A continuación y a manera de pequeño homenaje, un resumen de algunos de los ilustres personajes que cita Styron y que se marcharon dando un portazo o dejando la puerta cuidadosamente entornada:
  • Abbie Hoffman
  • Randall Jarell (poeta y crítico)
  • Primo Levi 
  • Virginia Wolf
  • Cesare Pavese
  • Sylvia Plath
  • Jack London
  • Ernest Hemingway
  • Vladimir Mayakovsky
  • Anne Sexton
  • (...)

Queda la duda ¿tiene algo que ver la sensibilidad artística con la propensión a la depresión? o, desde otro punto de vista ¿sería la creación, la escritura un intento espontáneo de curación, de tejer una red que delimite el desgarro de la angustia en el tejido de la realidad? Sin embargo, Styron no se llama a engaño ni le da un halo de glamour a la depresión, que tiene mayor resonancia cuando se lleva por delante a un artista talentoso y reconocido pero que afecta a personas de todas las edades y condiciones sociales.

Styron cuenta cómo intentó dominar su angustia mediante una detallada documentación sobre los síntomas y la génesis de la enfermedad en libros de psiquiatría y del desequilibrio neuroquímico que acompaña a los trastornos del ánimo pero es mucho más interesante ver cómo va marcando el avance de la enfermedad en su propia vida, cómo lo que antes le resultaba bello, como el avance del atardecer en el campo empieza a resultarle insoportable. La debilidad causada por el insomnio, la incapacidad para concentrarse y escribir van minando todo lo que el consideraba constitutivo de su identidad y de su yo. El sentimiento de que su vida ha sido una farsa, el autoaborrecimiento van apoderándose cada vez de manera más definitiva de sus pensamientos cotidianos. Habla de la violencia en la depresión, una violencia volcada hacia adentro, hacia el sujeto mismo, por lo que no es de extrañar que en los casos más desafortunados culmine con la muerte autoinflingida: "(...) las personas con depresión sólo son peligrosas por lo común para sí mismas (...) Es una tormenta, sí, pero una tormenta de una tinieblas".

El inicio del tratamiento con un tal Dr. Gold no trajo alivio notable a sus padecimientos. Los lugares comunes, los consejos bienintencionados no lograban ni arañar la superficie de su desesperación. Tampoco la medicación parecía surtir efecto y poco a poco las fantasías de suicidio fueron ocupando un lugar cada vez más concreto en sus fantasías. Fue el derrumbamiento definitivo que le sobrevino al oír una pieza musical muy vinculada a sus afectos el que le permitió comprender que pronto terminaría por matarse para poner fin al sufrimiento y entendió que le horrorizaba causar ese sufrimiento a la gente que amaba. En ese momento tomó la decisión de ingresarse en un hospital psiquiátrico.

Cada enfermo debe recorrer un camino distinto para encontrar su curación. Styron encontró en el hospital la pausa necesaria para separarse de la cotidianidad de su sufrimiento, unos psiquiatras más competentes que corrigieron los errores graves en la prescripción de sus medicinas y felizmente, la remisión de los síntomas. Cierra su hermoso texto comparando la salida de la depresión con la subida de Dante de los infiernos, que al volver al "claro mundo" puede de nuevo cantar su belleza y disfrutar de él: "Allí, todo el que ha recobrado la salud ha recobrado casi siempre el don de la serenidad y la alegría, y esto quizá sea reparación suficiente por haber soportado la desesperación más allá de la desesperación". 

¡Gracias Sr. Styron! (Por sobrevivir y por contarlo). Es en este sentido que la buena literatura es la verdadera literatura de autoayuda, te demuestra que toda experiencia humana, hasta la más oscura es suscepible de ser compartida.

Nota sobre mi ejemplar: Es uno de los libros de biblioteca más usados que ha caído en mis manos, según los sellos, desde 1999 muchísimos lectores han recorrido esta epopeya junto con Styron, casi se siente la vibración de las emociones en sus páginas. Alguien ha hecho algún un subrayado en lápiz pero es como si el respeto de los lectores lo hubiese mantenido impoluto a través del tiempo. Una maravilla de edición: robusta, compacta, casi eterna. 

Al hilo del tema, quiero aprovechar para recomendar el estupendo trabajo de Allie Brosh con su web cómic Hyperbole and a Half Adventures in depression y Adventures in depression part 2.

Más gente ha hablado de este libro:

- Una  entrada muy personal en el blog Guerra y paz 
- Para los interesados, hay una edición reciente (2009) de editorial Belacvqua, con una nueva traducción, que yo creo que me traeré para casa. No he encontrado ficha de la editorial pero dejo el link a la de la librería Marcial Pons
- Un comentario de Juan Cruz (2009) en El País
- Una artículo de Rodrigo Fresán en Letras libres muy bien escrito, completo y detallado. Me gusta mucho como define el estilo de Styron aquí "una prosa casi clínica, sin adornos".

lunes, 3 de febrero de 2014

EL TÚNEL (Crónica de una relectura)


A diferencia de otras relecturas parciales, de libros a los que se vuelve por el placer de una escena, de una descripción, un verso, El túnel me lo he leído completo tres veces en momentos muy distintos de mi vida. Más que una novela, lo considero un dispositivo capaz de alterar la linealidad del tiempo, tal vez su brevedad (sólo 104 páginas en mi edición) y lo compacto de su estructura contribuyan a crear esta sensación.

El túnel se publicó en 1948 pero nadie lo diría, en ese sentido es una novela psicológica perfecta ni sus personajes ni sus emociones envejecen. Es también una historia negra, el relato de un crimen que no plantea el enigma clásico del culpable porque en ese sentido enseña sus cartas desde la primera línea: "Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.". Ahí está todo: Castel, el omnipresente protagonista, cuya mente es el verdadero escenario de la historia; la pintura; María; la aceptación de la culpa. Todo. En su faceta de novela negra, es el lector quien como detective aficionado va recogiendo las pistas que le permitan reconstruir no el quién sino el por qué.

Voy a mi primera lectura (obligatoria). Debía tener unos dieciséis años, este libro era parte del curriculum de lengua y literatura en el colegio, yo creo que se coló por error y casi todas (colegio de niñas) lo leímos sin acabar de creernos que este prodigio nos lo sirvieran en ese universo mojigato para señoritas. Para un adolescente el primer amor suele ser una experiencia irrevocable, un descubrimiento personal que nos adjudicamos en nombre de la especie humana, cuando ese beso, esa mirada ardiente nos hace levitar, de verdad nos creemos únicos y especiales, acariciamos el cielo con la punta de los dedos, se pronuncian sin vergüenza todas las sentencias de compromiso eterno e invencible, se reta a la muerte, pues la vida sin el combustible de la pasión no tiene sentido. Como el sarampión, es una enfermedad propia de una edad, la mayoría de las víctimas sobrevive aunque alguna cicatriz suele quedar. Por eso mi yo adolescente leyó El túnel sin resuello y sin sentido crítico alguno: era perfecto. No sólo hablo de lo literario, los motivos del crimen de Castel, por ajenos que nos resultaran, eran absolutamente creíbles, lo de matar a la amada por desesperación. por pasión contrariada nos pareció de una coherencia mental intachable. He terminado hablando en plural porque esta lectura generó muchas conversaciones, una especie de club del libro espontáneo del que participaron hasta a mis compañeras menos aficionadas a la lectura, si Sábato consiguió cazar a un buen número de adolescentes para la causa literaria o para la del amor loco, no se sabe. Me sorprende recordar que la insania del protagonista, su obsesión, su violencia no nos espantaron, era el amor o la muerte; supongo que aún teníamos recientes las historias infantiles de lobos seductores que devoran niñas o madrastras que regalan manzanas envenenadas, pocas cosas nos podían asustar.

Mientras desgrana la historia de cómo Castel conoció a María, se enamoró de ella y terminó asesinándola, Sábato nos regala un paseo por ese devastado paisaje que es la mente de su protagonista. Ese fue el matiz que captó mi atención en mi segunda relectura que recuerdo haber hecho al hilo de un trabajo universitario, como estudiante de psicología. Castel es un hombre al que su personalidad condena a la soledad, un descreído, un ser al cual su inteligencia no le ayuda a ser más feliz sino que lo condena a no compartir las convenciones que hacen más fácil la vida a la gente. Su encuentro del amor no sirve más que para ahondar ese aislamiento: "Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté.". Lo que me fascinó en este segundo encuentro con la novela fue el mecanismo del razonamiento del protagonista: en sus obsesivas cavilaciones, en sus repasos minuciosos de sus diálogos con su amada, en su intento de explicar sus huidas o sus silencios, no hay una pérdida de realidad a la manera del delirio psicótico, es más la locura del exceso de la razón, de tanto estrujar las prendas del amor, lo reduce, lo vacía, lo condena a la falsedad y a la destrucción.

Para terminar, la tercera lectura, la última. De salida al trabajo cogí un libro al azar (¿eso existe?) de la estantería, uno finito para no llevar mucho peso encima. El reencuentro fue raro, el personaje me pareció más odioso que en mis recuerdos pero también me inspiró más compasión. Extrañamente, percibí un matiz de esperanza dentro de toda esta oscuridad acumulada: alguien tan radicalmente en guerra con el género humano fue capaz de encontrar el entendimiento, el contacto con otra alma aunque luego no supo cruzar ese puente, tal vez por pedirle al amor más de lo que puede dar, que es su mera existencia.

El personaje de María me resultó también mucho más inquietante que antes. Es la mujer como esfinge, como nudo gordiano que termina por ser deshecho a golpe de espada. Su voz apenas se oye, es una mujer que se siente culpable, al parecer por amar a más de un hombre y lleva por ello una carga terrible a la espalda, tal vez su inerme paseo al matadero sea una forma de librarse del sufrimiento. Castel da señales muy claras de que dentro de su enamoramiento habita un dragón pero María parece encaminarse a su relación con él como alguien se metería en el mar picado con piedras en los bolsillos.

Recomiendo esta lectura que no es fácil, que es incluso incómoda por momentos pero que cumple con el único requisito de base de la literatura: transmitir que algo bello y sublime florece aún en los recodos más oscuros de la vida, aunque en este caso al final quede ahogado por las malas hierbas ingobernables.

Como siempre pero en este caso en especial, los comentarios de compañeros de lectura serán más que bienvenidos.

Hay una reseña muy interesante en Pollito Libros.