domingo, 22 de junio de 2014

EL HOMBRE AJENO (David Pérez Vega)



Conocí al autor de esta novela, David Pérez Vega, por su blog literario Desde la ciudad sin cines. Me gusta el tono serio y reflexivo de sus reseñas, los autores latinoamericanos y contemporáneos por los que se interesa (yo suelo inclinarme más por autores más clásicos, ya al abrigo de sus tumbas y el contraste con otros gustos es saludable). Es muy agradable además su dedicación y la paciencia con la que contesta a todos los comentarios, incluso los puntillosos (mea culpa) además de las pocas ínfulas que gasta, siendo una de las voces más interesantes en la "crítica blogosférica". En serio, sus entradas tienen más enjundia que muchos artículos de los magacines literarios de los grandes periódicos.

Bueno, al ajo. Por su blog sabía que ha publicado una novela, Acantilados de Howth y de vez en cuando postea alguno de sus poemas -también tiene un par de poemarios publicados-. Hace poco, con motivo de la Feria del Libro de Madrid, comentó que estaría firmado su nuevo libro: El hombre ajeno. Decidí acercarme y comprarlo porque me gusta cómo escribe y aunque soy muy escéptica con las novedades, hay que arriesgar de vez en cuando.


El autor firmándome mi ejemplar en la Feria, yo con mis zapatillas de hacer cola.
(La foto la hizo mi amiga Marigel que me acompañó ese día) 

El hombre ajeno nos presenta a su protagonista, Juan Linares, en un momento de inflexión en su vida, una de esas mesetas en las que ocurren con frecuencia los hechos importantes. Es un licenciado en Filología Hispánica que mientras termina sus estudios de postgrado se interesa por la vida de un oscuro poeta salvadoreño, Héctor Meier Peláez. En lugar de intentar hacerse un lugar en el mundo académico de la universidad, trabaja descargando camiones en una nave de un polígono industrial para ahorrar y así poderse dedicar a terminar su tesis.

La novela tiene tres partes: la primera y la tercera desarrollan la historia de Juan Linares y la segunda (Interludio) es la narración de la biografía del poeta Meier. Desde un comienzo queda claro que la fascinación de Linares por este poeta en particular tiene que ver no sólo con sus cualidades literarias sino con la vida violenta que llevó. Meier es un trasunto radical del poeta salvadoreño Roque Dalton que militó en la guerrilla del ERP y murió a manos de sus propios compañeros que le acusaron de espiar para la CIA o la inteligencia cubana, en fin,cualquier cargo que justificase la eliminación de ese pájaro que aleteaba demasiado para la jaula de la ideología.



Fuente imagen: Artículo "Roque Dalton continúa vivo en sus versos: hoy cumpliría 79 años" en Cuba Debate

El Meier de la historia es hijo de un inmigrante alemán (el padre de Dalton era estadounidense), ambos fueron guerrilleros y poetas malditos. A partir de este núcleo común, el autor desarrolla un personaje con entidad propia. 

Aunque el protagonista de la historia es básicamente un intelectual, queda claro desde el comienzo que la violencia le genera una fascinación que no es ajena a su historia personal. Hay una alusión constante a un hecho traumático que marcó el fin de su infancia y configuró su personalidad actual. El encuentro casual con un antiguo compañero de colegio actualiza el conflicto y la culpa que arrastra. 

Linares parece un tipo frío que vive como aislado de sus propias emociones por una fina película. Ese interés por la agresividad parece retrotraerlo a la irreflexión de la infancia, a un estallido peligroso pero vital. Para poder ubicar a este personaje, hay una detallada descripción de su mundo: el Madrid de la justo antes de la crisis económica. El microcosmos de la nave industrial conviven los inmigrantes latinoamericanos, reventados por los trabajos más duros pero agradecidos por ingresar por fin en el sistema legal del trabajo con los jóvenes españoles de suburbio.

La descripción de esta tribu juvenil es de los mayores logros de la novela. Es desolador el paisaje de esta juventud sin cultura del esfuerzo, sin interés alguno por formarse y que vive para la religión del fin de semana. Son estos los especímenes que aparecen en los realities de la televisión y que son tan patéticamente superficiales que parecen impostados, chicos con unos extraños peinados esculpidos con gomina y unos cuerpos hipermusculados esculpidos en el gimnasio: "Les fascinaba la marcha del fin de semana, el dinero rápido en el bolsillo y los coches para lucirse con música estridente.". 

Es muy interesante la descripción de esta cultura de las drogas, que no es exclusiva de la marginalidad: "Cocaína para excitarse, hachís para alcanzar la calma... otros lo conseguían con café y tila, conducción de coches y masajes, pádel y meditación budista...". Cada uno con los vicios que se puede permitir. 

Sobre todo en la primera parte "El viento del suburbio", hay una potente descripción de la sociedad del sur madrileño: desde estos bárbaros jóvenes que consumen sus vidas con la misma avidez con la que se enfrentan a una raya de coca, hasta los literatos compañeros de promoción en la universidad. Es una mirada fina, que no pretende reducir sus retratos a estereotipos y que termina siendo un completo tratado de fauna social: jóvenes formados más de lo necesario para trabajos precarios (como Rafa, el mejor amigo del protagonista), pijos de suburbio, jevis, góticos, etc. Hay una crítica al sistema educativo que deja varados tanto a sus desechos como a quienes se entregan a su sistema de memorización de contenidos. Lo de describir a la aldea para describir el universo funciona aquí muy bien. 

A la par se desgrana una crónica familiar que se centra en la relación con el hermano mayor, cuya vida ha quedado destrozada por la ilusión de que era él quien controlaba su relación con las drogas: cárcel, intento de suicidio, rehabilitaciones. Lo usual, sobre todo el miedo de volver a confiar en quien hace equilibrio sobre el filo de la reincidencia. Es muy vívida esa casa familiar, el trabajo y la vida de los padres, su negocio, su origen rural. 

Hay algo de estructura detectivesca en el descubrimiento del hecho violento que late bajo la culpa y la frialdad emocional de Juan Linares. Poco a poco van quedando al descubierto capas de recuerdos que nos enfrentan al secreto del protagonista. Lo más significativo de su hallazgo es este sentido es enfrentarse a la mirada del otro y descubrir que lo que es una cicatriz vital para él, para el otro fue menos que un rasguño.

El Interludio, que está contado con una voz diferente a la del narrador omnisciente de las otras dos partes, aunque se supone que es la introducción de un trabajo académico, está contado de una forma cálida y cercana, no se hace estéril ni tiene el tono aburrido de la mayoría de verdaderos escritos académicos. Como ya dije antes, es notoria la influencia de la figura de Dalton en la estampa de Meier, sin embargo, David Pérez logra darle entidad propia, la hace aún más revolucionaria al añadirle la doble rebeldía de su identidad sexual. Un poeta guerrillero y homosexual que fue demasiado para la guerrilla que se atragantó con su historia de amor con un compañero indígena. La biografía es detallada y tiene la verosimilitud del detalle y la documentación histórica del contexto. Aquí es de gran utilidad el profundo conocimiento del autor de la literatura hispanoamericana. Lamentamos no poder ofrecer a nuestros lectores una fotografía del guerrillero rubio, que imagino como un cruce entre el propio Dalton, un Rimbaud americano y un Saint-Exupery rabioso rayando el cielo con su avioneta. 

Es en este Interludio en el cual se hace más presente la influencia de Bolaño. Afortunadamente, no cae en la imitación, que es muy penosa cuando se trata de un escritor con un estilo tan potente, es más bien un homenaje: "En 1989 los ultrarrealistas reeditaron Maricón y comunista, con una tirada de 1.500 ejemplares, en 1991 otros 1.500. Lo mismo hicieron con Aviones de volcán.". 

Ese aire de la selva y el duro pasaje de la guerra y los diarios poéticos de Meier, no nos distraen de la historia de Linares, hay una profunda conexión entre ambas historias, que se hace presente con un personaje del familiar depositario de su legado que se exilia en España.

En la tercera parte se recogen los hilos de las historias abiertas, que terminan, casi todos, por confluir. El final no es cerrado pero tenemos la sensación de que el protagonista entra en otra fase de su vida que nos gustaría seguir atisbando, lo cual es una señal de que el autor ha triunfado en esa misión que a veces parece olvidarse: que el lector se crea el mundo que ha puesto en pie. 

Puestos a buscar aristas por pulir, aquí van un par de ellas:

- Esperaba que algunos personajes secundarios que tenían peso en la narración (no adelantaré cuáles para no destripar la historia) tuviesen más continuidad en la resolución de la historia y, por el contrario, simplemente parecen desvanecerse en el aire.
- En ocasiones -no numerosas- el lenguaje, que es muy sobrio, peca de una cierta rigidez, probablemente como consecuencia de la precisión que autor busca en cada expresión, como decir que un personaje "presentaba una resaca" en lugar de decir que tenía un resacón o algo un poco más sencillo.
- Hay un detalle insignificante, un pecadillo venial de laísmo pero que resalta por que está en un lugar muy importante de la historia. Ese "yo las entro tío" tiene muy fácil corrección en una segunda edición pero pensándolo bien, tal vez tiene cierto sentido que en ese contexto el personaje hable así. 

Como impresión final, diría que la narración se lee con interés y un ritmo sostenidos. La personalidad introvertida pero observadora del protagonista es coherente con la visión analítica de su universo y es una lectura que te deja con ganas de oír más la voz de este autor. 

La edición de Baile del Sol es buena, se agradece la generosidad con el tamaño de la tipografía y la calidad del papel, sólo recuerdo haber encontrado una errata en la página 82. La portada es sobria y elegante. Aparte del éxito que han tenido ahora con Stoner, el catálogo de esta editorial es muy interesante y arriesgado, se atreven incluso con ese bicho raro de la poesía. 

Petición final al autor: Por favor esperamos la página en Wikipedia de Héctor Meier Peláez, me ofrezco modestamente a reseñar alguna de sus obras. 

Más información:

  • Ficha en la web de Baile del Sol.
  • Entrada en el blog del autor, es muy interesante, cuenta jugosos detalles del proceso editorial. 

lunes, 16 de junio de 2014

LULU (Mircea Cărtărescu)



No me esperaba esto. A pesar de que me lo advirtió el propio editor, Enrique Redel, -compré mi ejemplar en la caseta de Impedimenta en la reciente Feria del Libro de Madrid-: es un libro difícil pero es una experiencia que no deja indiferente.

¿Difícil? Difícil es El Capital, esto es más como si te desollaran el cerebro sin anestesia. Por los libros suyos que he leído antes ya sabía que Cărtărescu no es un autor light pero aquí la dosis puede resultar excesiva.

Esta novela de 1994 se lee como si hubiese sido escrita hace cien años o uno. Ocurre en un lugar al margen del tiempo porque crea un universo con sus propias coordenadas, como las pesadillas.

La historia es la siguiente (sorprendentemente, es posible simplificarla): un escritor se enfrenta a su obra más difícil en la cual intenta recomponer un acontecimiento traumático que dividió su vida cuando tenía diecisiete años y vivía el último campamento de verano de su adolescencia. El escritor tiene treinta y cuatro años, y como señala Carlos Pardo en la introducción: "la simetría es una divinidad peligrosa en la obra de Cărtărescu", es justo al doblar la edad de ese Victor adolescente que el escritor reúne el valor o la desesperación necesarios para diseccionar el fantasma de Lulu y su impronta que abrió una seria grieta en su vida.

Lulu era uno de los bulliciosos compañeros de instituto de Victor, el payaso de la clase (un bufón con una máscara siniestra), que en una noche de fiesta del campamento hace su aparición trasvestido (de ahí el título original, Travesti). Victor queda fascinado, con esa mezcla de repulsión y deseo que hace que un pensamiento se vuelva recurrente y envenene cada momento de su vida en adelante. Ese espectro chillón reaparece en cada esquina oscura con una carcajada escarlata que rompe cualquier posibilidad de normalidad: "Era puta, perra, guarra, rastrera. Se hizo el silencio y en medio del circulo estaba Lulu: los labios pintados, en forma de corazón, con un dedo de carmín; los ojos con pestañas artificiales de un negro-alquitrán, parpadeaban dulcemente con el rabillo dibujado con un pincel (...)". Hay una evocación de una provocación sexual, una especie de torpe intento de seducción que el narrador sólo puede evocar a costa de un doloroso trabajo de arqueología de su memoria.

La estampa de Lulu es un ejemplo perfecto de lo que Freud definió como unheimlich, lo "ominoso", aquello capaz de provocar el terror más profundo y desestructurante porque no procede sólo de fuera sino que hunde sus raíces en una vivencia íntima y personal, es el reverso sangriento de las cosas conocidas y familiares.

Hay un elaborado y convincente retrato de ese artista adolescente, que reviste las frustraciones de su vida cotidiana con una oscura capa de malditismo, tan decorativa como necesaria para sobrevivir. La historia de este chico que aspiraba a la gloria literaria a costa de la vida, se entrelaza a menudo con la de ese hombre adulto, un escritor con éxito pero que no a escrito la soñada obra total y que vive atormentado por serios problemas de salud mental que no ha podido resolver ni con psicoterapia ni con internamientos. Este hombre exitoso pero roto por dentro se propone escribir no ya ese libro soñado por su yo adolescente sino una especie de autopsia sobre él para sacar a la luz el núcleo de su trauma.

Lulu es barroco pero no parece una elección estilística. Es barroco porque la locura que describe es terriblemente densa, abigarrada. Hay un constante deambular por una arquitectura decadente y monstruosa, en cuyas habitaciones habitan monstruos: una araña de una belleza mortífera y alucinante, una hermana muerta con una muñeca de trapo en brazos.  Detrás de cada puerta, debajo de cada piedra, en el anverso de cada palabra habitan y se reproducen como insectos, miles de significaciones nuevas del pasado que superponen capas de recuerdos traumáticos, frases soñadas o tal vez vividas. Es como si a las palabras las invadiera un líquen devorador que las hace explotar en fragmentos, cada uno de los cuales parece cobrar vida propia antes de que hayamos podido siquiera vislumbrar lo que era antes. El delirio es un constante no-parar porque el riesgo de detenerse es enfrentarse a ese agujero del sentido que es lo más parecido a a muerte pero sin siquiera el consuelo de un final.

Llega un momento en que el autor consigue con total eficacia que no podamos distinguir si paseamos por un paisaje enloquecido o por el interior de una mente enferma. Palabra y cuerpo se funden constantemente, son dominios que superponen y se devora, tal como el pasado invade con sus tentáculos el presente: "Mi locura actual se confunde con mi locura de entonces como dos animales primitivos, transparentes, con vacuolas y corpúsculos visibles a través del fino cristal de su carne (...). Mi demencia y agotamiento de ahora devoran mi terror y mi depresión de entonces, así que no puedo saber de qué abismos de locura cuajó el monstruo alucinante que vi latir, en todo el esplendor catastrófico de sus formas, allí bajo la cúpula".

La mayor muestra de maestría de Cărtărescu es reconducir todo esta riada de escenas vividas, soñadas o imaginadas y conformar ese rompecabezas cuyas piezas están vivas y reptan por la mesa mientras el lector intenta encajarlas. El narrador nos advierte al comienzo que estamos autorizados a desconfiar de su recuerdo demoníaco de Lulu: "(...) quizá podría ser el recuerdo-biombo de algo más profundo y más lejano, de una cámara aún más secreta de mi fuero interno." Y lo era.

El protagonista avanza por ese edificio aparentemente abandonado pero que sigue poblado por objetos en descomposición, huellas fantasmales de los antiguos habitantes. Detective de su propio inconsciente, se enfrenta sus propios engaños, busca la cicatriz debajo de la cicatriz para reabrir la herida originaria. El final es perfecto, recoge los hilos que ha ido tendiendo la trama y se da el lujo de dejar algún misterio abierto porque en la vida los cierres nunca son perfectos.

¿Recomendable? Sí, pero haciendo nuestras las palabras a las que se enfrenta Dante antes de cruzar la laguna Estigia: ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza! Con un poco de suerte saldréis más fuertes del infierno.

La traducción de Marian Ochoa de Eribe es impecable y entiendo que debió ser un trabajo muy difícil. La edición, con la calidad habitual en Impedimenta y una portada perfecta. Gracias por crearnos una nueva adicción.

Más información:

  • Reseña sintética y muy personal en el blog de La hierba roja 
  • En la web de Impedimenta hay un montón de links a reseñas de mucha calidad. 

lunes, 9 de junio de 2014

LA BIBLIA DE NEÓN

  

En un alarde de falta de originalidad, que se repite cada vez que se habla de este libro, empiezo por el autor pero es que es imposible resistirse. John Kennedy Toole fue un escritor genial, fracasado y suicida. Sólo se conocen dos obras suyas: la famosa La conjura de los necios y la menos conocida pero maravillosa La biblia de neón. Toole, al quien llamarían “Ken” la mayor parte de  su vida, nació en 1937, fue hijo único de un matrimonio ya mayor que se había resignado a no tener hijos y para su madre, fue una bendición inesperada, ese hijo al que siempre llamaría "mi tesoro" (no paró cuando el niño ya se afeitaba) y al parecer, ese amor absorbente configuró la personalidad del hijo, tanto en su vertiente intensamente creativa como en su cara de violencia autodestructiva. 



John Kennedy Toole
Fuente: KnowLA (Encyclopedia of Lousiana) 
http://www.knowla.org/entry/515/&view=summary

Fue un estudiante brillante y gracias a las becas pudo ir a la universidad de Tulane donde se graduó en inglés y luego a Columbia donde hizo su máster en literatura. Todo parecía ir bien, dio clases brevemente antes de ser reclutado por el ejército en 1961 y durante dos años permaneció en Puerto Rico donde su principal función fue la enseñanza del inglés a los soldados puertorriqueños. Durante esta época escribió la mayor parte de La conjura de los necios. 

A su regreso a Nueva Orleans trabajó como profesor y se dedicó a enviar su libro a las editoriales. Simon & Schuster le respondió pidiéndole algunas revisiones y correcciones. Sin embargo, al cabo de un tiempo terminaron por devolverle el manuscrito. Esta última etapa de su vida estuvo teñida de un intenso sufrimiento: “The late 1960's witnessed Tooles's increasing depression and paranoia. Still living in his parent's home he seems likely to have negotiated a closeted homosexual identity, as well as a growing dependence on alcohol (...)[1]. Esta hipótesis de su homosexualidad, no la he podido investigar a fondo pero suena coherente con los otros rasgos de su retrato que han sobrevivido (prometo volver sobre el tema en cuanto encuentre alguna fuente interesante). Su consumo de alcohol y una conducta extravagante en las aulas lo llevaron a abandonar su puesto de profesor.

Fran Casillas resume así su portazo definitivo: “Toole desapareció un 20 de enero de 1969, después de una acalorada trifulca con Thelma. Los recibos de gasolina encontrados en la guantera revelan que viajó a la costa oeste, para luego cruzar el país en dirección a Midgeville, Georgia, donde visitó la tumba de Flannery O'Connor. Se cree que regresaba hacia Nueva Orleans cuando paró en una carretera secundaria a las afueras de Biloxi, Mississippi. Allí encontraron su cuerpo el 26 de marzo.”[2]. El método que usó fue la intoxicacón con dióxido de carbono en su automóvil, ese caballo renqueante en el que paseó sus últimos días por este mundo.

Es claro que hay otra novela en esta trágica vida. Una historia del sur, de esa Thelma, madre adoradora y devoradora que, aunque conservó todos los documentos de su hijo, rompió la carta que dejó en el lugar de su muerte. Tenía treinta y un años cuando se marchó y la historia de la publicación de su obra empieza con su partida. Todo esto lo cuenta muy bien W. Kenneth Holditch en la introducción de la edición de Anagrama: la madre no encuentra ya un motivo para vivir después del suicidio de su tesoro, hasta que descubre el manuscrito de La conjura de los necios y peregrina con él de rechazo en rechazo hasta que da con un estudioso que, presionado por la doliente madre lo lee y queda estupefacto, de inmediato recomienda su publicación a la Universidad de Louisiana. Llega el éxito que acaba de certificarse con el Pulitzer en 1981.

Tiempo después la madre encuentra el manuscrito de La biblia de neón, novela que nuestro amigo Ken escribió con dieciséis años. Se podría pensar que su valor está en la prefiguración del genio, en los primeros esbozos de la voz que habría de venir. No. Es una obra maravillosa por derecho propio. El equivalente en prosa de la obra de Rimbaud para la poesía. Por otro de los retorcimientos de esta novela detrás de la novela, estuvo también a punto de no ser publicada, pues resulta que según una anticuada ley “napoleónica” del estado de Lousiana, la mitad de los derechos correspondían a los hermanos del padre. En la primera publicación que se hizo sin pretensión alguna, la madre había obtenido fácilmente una carta de renuncia de estos familiares pero éstos no estuvieron dispuestos a cometer el mismo error con un segundo posible best-seller. Contra todo pronóstico, esta devotísima madre, ya muy anciana, prefirió condenar la primera novela de su hijo al silencio y con esta decisión se fue a la tumba. Tras años de pleitos, en 1987, por fortuna, un juez decretó la división de los derechos y La Biblia de neón pudo ¡por fin! ser publicada.


Thelma Toole
Fuente: La calma lectora (blog Biblioteca Universidad Las Palmas Gran Canaria) 


Por fin llego al asunto. La Biblia de neón cuenta la historia de David, un niño que vive en un pequeño pueblo de la Louisiana más rural. Tras un breve período de bonanza económica y buena posición social, que David apenas puede recordar –la felicidad y la buena adaptación no dan para mucho en literatura– su familia inicia un lento pero decidido descenso hacia la miseria, casi sin detenerse en la estación de la pobreza.

La oscuridad de estos días se ve atenuada por la llegada de tía Mae, una cantante retirada que ya había visto pasar lo mejor de sus pobres éxitos artísticos y se dedica a escandalizar al pueblo (no hacía falta mucho) con su pelo teñido de furioso rubio, sus escotes, sus andares a lo Jean Harlow y sus boas de plumas para pasear el domingo por la tarde. Tía Mae ilumina los días de David, juega con él y le enseña cosas de la vida, sobre todo cuando no es consciente de hacerlo. Pero también es una calamidad; después de que el padre haya perdido el trabajo y ya no puedan pagar las cuotas de la iglesia, caen en desgracia con el predicador y la convivencia con un personaje como Mae, los convierte definitivamente en unos excluidos sociales. Estos son los códigos de hierro que gobiernan la vida de un pueblo pequeño y la historia de esta familia, es la de quienes, incluso sin querer, los vulneran.

La voz narrativa es la del joven David que reconstruye la historia de su breve existencia mientras huye en un tren. Desde el comienzo no le repartieron las mejores cartas, fue un niño distinto, flaco, retraído que no lograba hacerse un sitio en la inescalable pirámide social del pueblo. Cómo ese niño insignificante ha llegado a convertirse en un joven fugitivo es lo que el relato desarrollará con un ritmo y un lenguaje impecables.

La caída de la familia se concreta en la mudanza a una casa en las afueras del pueblo. Una casa inmensa y desolada que, edificada sobre terreno arcilloso se hunde por un lado y en la que un gran temporal puede significar la pérdida de una habitación.  Lo único bueno de la casa es que se levanta en una colina con una bonita vista al pueblo, allí cada noche se enciende esa Biblia de neón, el emblema del poder del predicador, que salvo algún encontronazo con el sheriff, controla la vida no sólo de sus feligreses sino de todos los habitantes del pueblo: su poder se extiende a la escuela, a los servicios sociales (es él quien se ocupa de encomendar, muchas veces contra su voluntad, a los ancianos, los desequilibrados o los desvalidos al asilo estatal). Tras un episodio violento y triste, David intenta rezar pero su fe infantil casi ha desaparecido: “Me pareció que era una bonita plegaria, así que miré a través de la ventana y empecé a rezar, pero mi mirada tropezó con la Biblia de neón, allá abajo y no pude continuar. Entonces vi que las estrellas del cielo resplandecían con la hermosa plegaria y empecé de nuevo, recé sin pensar siquiera (…)”.

Porque David, en su escuálido cuerpo infantil es fuerte. Tiene esa fuerza de los quieren vivir, se alimenta del amor de su madre y su tía Mae. Con el padre no se entienden, tienen demasiado miedo del fracaso que representan el uno para el otro. A pesar de todo, David crece, se va haciendo fuerte, va a la escuela, aprende, admira a uno de sus profesores, trabaja y hasta se enamora. Y nosotros con él. Uno de los grandes méritos de esta novela es crear un verdadero héroe, un ser de ficción a quien podemos amar, a través de cuyos ojos contemplamos un mundo ajeno y pedido como propio y actual.

Con un libro tan bello, el spoiler sería un pecado menor, su lectura vale la pena aunque te lo cuenten de cabo a rabo, sin embargo, siempre prefiero dejar que cada uno se guarde las maravillas del camino para sí mismo. Así que sin contar demasiado, puedo decir que hay dos eventos de ruptura en este pueblucho: la guerra, que hace que la mayoría de los hombres en edad se alisten en el ejército y la visita de un evangelista ambulante con su espectáculo religioso que encanta tanto a la población, como enfurece al predicador local.

El espectáculo del evangelista, Bobbie Lee Taylor, de Memphis, con  su carpa con capacidad para dos mil personas y su espectáculo de música y conversiones, un show diseñado para elevar los espíritus: cantar, llorar y olvidarse de la vida cotidiana. Una verdadera orgía de sentimientos reprimidos; en la hoguera de la fe ardían igual de bien la culpa, la soledad y el resentimiento. Pero como el circo, Bobbie Lee se marcha y la Biblia de neón vuelve a reinar sobre el pueblo cuando los ánimos se calman.


Con la guerra, David ve llorar a su padre por primera vez junto al tren en el que partirá a luchar destinado a Italia. El pueblo sin hombres es distinto, la instalación de una fábrica de hélices para aviones militares lo acaba de cambiar del todo. La tía Mae consigue un trabajo de supervisora, las mujeres del pueblo empiezan a verla de otra forma. Ahora hay más dinero pero pocas cosas en que gastarlo, por el racionamiento. Hay una escena memorable por su pura belleza, todos los que duden de que la poesía puede habitar en los pliegues de la prosa, tienen que leer esto: es verano y las trabajadoras de la fábrica organizan una fiesta, que dirige Mae, hay comida, cerveza y hasta una orquesta. Hay olor de madreselvas y las mujeres van llegando con sus vestidos ligeros, pero mejor que lo cuente él: “(…) llevaban vestidos de verano con flores estampadas. Podías ver las flores moviéndose sobre la pista, rosas con gardenias y violetas con girasoles”.  La orquesta no tiene cantante y en un momento dado, alguien hace un llamado por si alguien se anima a cantar y tras una falsa vacilación sube a la tarima:

“Al llegar aquí intervino el trompetista, y parecía bueno de veras. También tía Mae parecía hacerlo bien. Yo no sabía que cantaba así. Su voz era mejor que ninguna de las que había oído fuera de las películas. Miré a mamá y vi que miraba a tía Mae con los ojos humedecidos. Las mujeres la miraban con asombro. Nadie en el valle había oído cantar así, excepto en la radio.”

Con la guerra, se hace patente otra realidad, la capacidad de las mujeres para hacer cosas que en otras circunstancias no se hubiesen planteado, como trabajar fuera de casa o conducir; más aún la capacidad del ser humano para cambiar, para crecer cuando las circunstancias lo imponen o lo permiten: “Me dije que, con la mayoría de los hombres en el extranjero, los conductores de muchas de aquellas camionetas serían mujeres. Las conducían bastante bien, y eso me hacía pensar en cómo las personas a veces pueden hacer cosas de las que nunca las habrías creído capaces.”.

En un punto de la historia hay un terrible agujero abierto por la locura y la muerte. Y es ese hueco de dolor el que explica las trágicas circunstancias en las que David ha de huir.

Es una novela breve, con gran capacidad para desplegar paisajes ante nuestros ojos con sus olores, su luz, sus habitantes y, de repente, condensar la acción de una manera casi brutal con una frase que deja clavado al lector. Una cualidad casi musical de la narración.

Y esa cosa tan difícil de hacernos tener devoción por un personaje con tanta ternura como oscuridad. Cerramos el libro rezando porque el tren avance tan rápido como para que David alcance una gran ciudad en la que se pueda perder y nunca lo alcance su destino.

¿Recomendable? No, indispensable, sobre todo para aguantar malos tiempos.

Mi edición es de la colección Compactos de Anagrama Nº 225, de 2005. La traducción es de Jordi Fibla y la encuentro irreprochable.

P.S. Ya he visto el documental Omega Point, sobre la vida de JKT, excelente, link abajo.

Información adicional:

·        Según este blog de la Universidad de Tulane, hay un documental, Omega Point de Joe Sanford sobre John Kennedy Toole que puede verse online  aquí.
·        Reseña de Anthony Coyle en Pollito Libros, estoy en desacuerdo total con su apreciación crítica de la novela que, por otra parte está razonada y bien escrita, as usual
·        Reseña de Albert Fabregat en su blogLecturalia
·        Reseña de Goizeder Lamariano en el blog Cuéntate la vida
·        Ficha en Lecturalia
·        Arcade Fire tiene un disco titulado Neon Bible, desconozco si hay relación pero me gustaron las dos canciones que oí.




[1] Richards, Gary. “John Kennedy Toole” en KnowLA Encyclopedia of Lousiana, editada por David Johnson. Louisiana Endowment of the Humanities, artículo publicado el 9 de mayo de 2011. http://www.knowla.org/entry/515/&view=summary
[2] Casillas, Fran. “John Kennedy Toole, la maldición del conjurado”. El Mundo. 27 de marzo de 2009. http://www.elmundo.es/elmundo/2009/03/25/cultura/1238008804.html