martes, 15 de febrero de 2011

SÓLO ROSAS


SÓLO QUIERO ROSAS

Hay muchos pueblos pintorescos en Extremadura, hay otros que alcanzan ya la categoría de la belleza conmovedora. Este pueblo en cambio, aunque tiene un cierto aire de prosperidad, es más bien adusto. Las construcciones no se entretienen en la estética y van a lo práctico: una casa es una casa, ni siquiera abundan los jardines, que los vecinos en su mayoría parecen considerar una frivolidad.

Tal vez por eso esta casona destaca, aunque no sea la más grande ni la más rica del pueblo. Las rosas. El jardín se abre con unas tímidas rosas blancas de té, en el muro unas trepadoras amarillas, luego sólidos macizos de American Beauty rojas (no sé cómo habrán cruzado el oceáno hasta aquí), detrás, una explosión de florescencia que va del magenta casi al púrpura. En este jardín no hay nada más que rosas. Parece una especie de declaración de rebeldía.

Pero aquí no termina la excentricidad, el que tenga la fortuna de entrar podrá disfrutar del reino de los azulejos alucinógenos (ver foto). Tal vez son una forma deprolongar lapresencia de las rosas más allá de la primavera.

domingo, 13 de febrero de 2011

UN VAQUERO PERDIDO EN MADRID

Alineación al centro
UN VAQUERO PERDIDO EN MADRID
(Where is your horse?)

Trascripción fidedigna del diálogo (oído a hurtadillas) entre una pareja sentada en un trocito de césped privilegiado frente a un atardecer de verano. El vaquero está recostado en el murete del mirador.

Hombre: Hay que tener un par de huevos...
Mujer: Sí hay que tener valor, esos vaqueros tan ceñidos con el calor que hace y, encima, negros.
Hombre: Parece que no le importa, es como si llevara un halo de tristeza encima que lo hace invulnerable al clima.

Un niño se cae de su bicicleta, derrapa en el suelo de arena por evitar a una guiri que corre en mini shorts. Parece un pequeño jinete tirado por su caballo pero se levanta con un pundonor y una incipiente hombría que el vaquero contempla con envidia. Se vuelve a a subir y decide ir por los adoquines, como si ya hubiese corrido suficiente peligro por ese día.

Mujer: Mírale las botas ¿serán de piel de serpiente verdadera?
Hombre: Supongo que sí, tal vez por eso lleva los pantalones tan altos, para enseñar las botas, mira como brilla la puntera de metal.
Mujer: Tienes razón en lo del halo de nostalgia.
Hombre: No dije nostalgia, dije melancolía.
Mujer: Es lo mismo, igual tiene nostalgia de algo que aún no ha conocido.
Hombre: Je, je,je...
Mujer: ¿De qué te ríes?
Hombre: De que tienes razón, seguro que se está preguntando qué hace aquí en lugar de estar bebiéndose una cerveza en un bar de la Carretera 57 de Amarillo a Texas.
Mujer: ¿Cómo sabes que Amarillo existe y que hay una carretera de allí a Texas?
Hombre: No sé, supongo que me lo acabo de inventar.

Aparecen unos músicos jóvenes con una guitarra eléctrica, una trompeta y un amplificador pequeño. Tocan jazz y bossanova, viejos clásicos que todo el mundo conoce. El césped y la fuente aledaña adquieren un aire distinguido, como de hotel de la Riviera o del Caribe cuando era elegante. Todo cambia, debe ser la luz color melocotón del atardecer que va a juego con la música. La gente parece más guapa. La mujer enciende un cigarrillo y el hombre le pasa la mano por el pelo. Ahora es el vaquero quien los mira, se advierte una lenta lágrima en su mejilla.

Fotografía: Sr. Roofer

sábado, 5 de febrero de 2011

CURSO DE LITERATURA RUSA

“Después del derecho a crear, es el derecho a criticar el don más valioso que la libertad de pensamiento y de expresión puede ofrecer”, dice Vladimir Nabokov en el pasaje que introduce sus lecciones de literatura rusa. El editor nos aclara que este texto estaba en una hoja suelta que no encajaba en ninguna de las lecciones en particular, probablemente porque vale para todas.

Lo que el escritor intenta transmitir a sus jóvenes estudiantes de Wellesley y Cornell (su carrera académica norteamericana se desarrolló entre 1941 y 1958) es la importancia del espíritu crítico como piedra fundadora de un clima de libertad social y cultural. Si nos paramos a examinar sus lecciones con cierto detalle, descubrimos que la alta literatura es el instrumento más afilado de crítica. No porque lo pretenda, sino porque la mirada del artista tiene la capacidad de romper el velo de lo cotidiano y exponer el revés del mundo en que habita.

No puedo evitar que me corroa la envidia al imaginar el privilegio de estar en una de esas clases, que además no eran parte de un doctorado o de un seminario especializado; eran para estudiantes no iniciados en la literatura rusa y, en ese sentido, eran lecciones de amor; amor apasionado y puntilloso por el arte, por la literatura y por Rusia. Hasta en el tratamiento de los autores que Nabokov consideraba imperfectos, se percibe un nivel de penetración, de interés por el detalle, que solo se puede tener por las cosas que se aman. En su análisis de Ana Karenina, extiende la novela al trasluz como si se tratara de un rico tapiz y nos va señalando los bordados más hermosos, los brocados más opulentos, los inimitables trenzados de hilo de oro pero lo que es más notable, es que también nos muestra los fallos del tejido, las pequeñas puntadas enmendadas, los fragmentos que no han envejecido bien.

Mi edición en rústica de 1997 de Curso de literatura rusa, ha amarilleado prematuramente (he oído que el buen papel puede durar hasta seiscientos años impoluto) y está muy estropeada por los subrayados abusivos pero sé que ninguna relectura me decepcionará. Cada vez que regreso a estas páginas salgo con renovados de deseos de comerme a todo Tolstoi, Dosteyesvski (a pesar de los palos que le da), Turguéniev (más palos: “No es un gran escritor, aunque es un escritor agradable”), Gógol y Chéjov.

La magia de este libro es que aunque no hayas sido uno de los pocos privilegiados de la lista de clase del profesor Nabokov, estás ahí oyendo la voz implacable pero a la vez llena de una inalienable pasión por el arte, del maestro, que nos enseña que, en última instancia un buen crítico no es nada más ni nada menos que un buen lector que nos cuenta sus lecturas.

He visto que acaban de reeditarlo. No pretendo hacer publicidad pero, de verdad, quien pueda, que se lo compre, el que no, presione a su bibliotecario para que lo encargue, léalo a hurtadillas en la librería, etc.