lunes, 8 de junio de 2015

Esta niña quiere asquearnos: Zonas húmedas (Charlotte Roche)



¿Pueden recordar la última vez que sintieron asco? Si examinan su recuerdo con cuidado puede que encuentren que el asco está profundamente ligado al filtro moral con el cual miramos el mundo. La última vez que yo sentí asco fue cuando hace poco me puse las primeras sandalias del verano y al bajar las escaleras del metro, muy de mañana, un hombre que bajaba detrás de mí lanzó un escupitajo que pasó en su veloz trayectoria sobre mi hombro y fue a aterrizar en el escalón junto a un pegote de chicle, al lado del cual se quedó brillando como una incoherente esmeralda líquida bajo el sol inocente de la mañana. Los dedos de mi pie derecho se retrajeron aterrorizados en la sandalia y mi mirada asesina pareció no perturbar en lo más mínimo al cerdo escupidor. Pues bien, aunque no lo parezca en principio, mi asco tiene un fuerte componente moral porque no está dirigido tanto al acto en sí mismo sino a su puesta en escena, a su exhibición pública, a lo que implica de desconsideración hacia los demás, de violación del espacio ajeno.

El asco es también una extraña sensación de doble filo: debí haber apartado rápidamente la mirada del infame gapo una vez segura de que mi pie había salido incólume del atentado pero me detuve algún segundo de más, lo suficiente para retener la desagradable memoria de su movimiento de caída al siguiente escalón y los sospechosos hilos carmesíes y pintitas negras que habrían hecho las delicias de un microbiólogo. Es en ese doble movimiento de ver y apartar la mirada en la que el asco se vuelve un fenómeno piscológicamente interesante.

La autora, en plan ir de su personaje

Es esta vertiente moral del asco la que explota Charlotte Roche en la novela que hoy comento: Zonas húmedas. En un hábil movimiento narrativo la autora somete al lector a una prueba de sus capacidad de resistencia moral a través de una exhibición de un catálogo de actos relacionados principalmente con el cuerpo. Tanta subversión de las rectas costumbres me hace desear un orden estricto, así que empezará por el título, que es buenísimo, es un poco sucio pero también geográfico y  la vez con un toque poético.El comienzo tiene un indudable punch: "Desde que tengo uso de razón sufro de almorranas. Durante muchos años pensé que no podía decírselo a nadie, ya que las almorranas sólo les salen a los buelos y siempre me parecieron muy impropias de un chica.". ¿Cómo vamos a dejar de lado a esta chica que acaba de abrirnos su alma y de paso los recovecos de su cuerpo? Se impone seguir leyendo.

A partir de una anécdota sangrienta pero relativamente simple, conocemos a Helen, la protagonista, que al rasurarse se ha causado por accidente una fisura anal. Como sabemos, además tiene hemorroides y su ano tenía un aspecto más cercano al de las medusas que al ojete promedio. Gran parte del planteamiento inicial del libro está dedicado a explicar la dimensión del dolor de la lesión, lo cual tiene sentido pues toda la narración transcurre (inveitables flashbacks aparte) en la cama del hospital donde la joven Helen se recuperará de la cirugía reparadora de esfínter y desbarrará sin medida -vemos que se aburre- detallándonos su historia y sus gustos sexuales.

Como dice el refrán, el que avisa no es traidor. La historia nunca abandona su tono escatológico (proctológico y coprológico para ser más exacta), pornográfico y hospitalario. Como dije al comienzo, creo que el verdadero tema de la novela es el asco y para ello, Helen practica una entregada antítesis del asco: es una cochina, fanática de los humores íntimos y de su uso, incluso fuera de la esfera erótica. Una muestra de su filosofía: "En realidad el olor a chocho, polla y sudor nos pone cachondos a todos. Lo que pasa es que la mayoría de la gente está desnaturalizada y piensa que lo natural apesta y lo artificial huele a gloria." y de las aplicaciones prácticas de esta filosofía: "Yo utilizo mi esmegma como otros sus frascos de perfume (...)", los detalles de esta técnica perfumista los dejo al lector curioso que se atreva.

Hay mucha acción en esta novela, para ser narrada desde una cama de hospital. Gran parte de esta acción es sexual (catálogo de coitos y masturbaciones), asquerosa (catálogo de sabor de los mocos, suciedad de bragas o inodoros apestosos) o una mezcla ambas. A pesar de las numerosas escenas de sexo, queda en la memoria muy poco de sus coprotagonistas, algún nombre, alguna descripción, poco más. Ignoro si es un efecto buscado pero aún entrelazada entre otros cuerpos Helen parece siempre una niña solitaria y malcriada. La monotonía pornográfica de las escenas sería inaguantable si no fuera por el punto de humor ácido con el que están narradas. Por lo demás, el sexo parece tener la mismo tinte emocional que la defecación, algo del orden corporal que satisface una necesidad y una urgencia exclusivamente física. Las crudas descripciones médicas son tan aterradoras como algunas de las prácticas sexuales favoritas de nuestra amiga, no les regalaré con la cita de un tipo de enema al cual era aficionada pero parece más dolorosa que la incisión cuneiforme que le practicaron los cirujanos.

El personaje es monolítico, una niña-adolescente-mujer que parece diseñada para perturbarnos pero que a mí, en resumen, me dejó algo fría. De su familia da apenas unas puntadas algo incoherentes: desea con fervor que sus padres divorciados se reencuentren pero no llegamos jamás a entender por qué esto es tan importante para ella.

Tal vez su conducta chocante y muchas veces autodestructiva se pueda entender justamente en relación con su rebeldía ante la higiene. La limpieza personal es una de las formas primarias de la educación y el control de la madre sobre el cuerpo del niño. Lo que Helen dice con sus conductas asquerosas y sus reflexiones sobre ellas, es una negativa, una revuelta contra a esa educación del cuerpo que la sociedad impone vía materna. Intenta construir una filosofía personal que yo definiría como una "ética cochina" en la cual todo lo que tiene que ver con el cuerpo en su estado "natural" es aceptable y, aún más, deseable.

Tantos fluidos mezclados, tantos baños sucios convertidos en altar de culto, acaban por cansar pronto. Por fortuna, la narración introduce algo del miedo adolescente a no tener una identidad propia, de esa especie de depresión que se supera a trompicones, a golpes de manía que parece ser la forma en que Helen supera los dolores del crecimiento.

A pesar de la carga sexual omnipresente en la historia, el nivel de excitación que esta lectura causa en el lector es cerca de cero. Tampoco parece que sea su propósito, si alguna sensación quiere provocar es más el asco fascinado y curioso que la excitación. Cabe preguntarse entonces si esto es literatura erótica y en contra de la evidencia diría que no, Es un libro obsceno, risueño y con reverso amargo de soledad y tristeza pero que es traicionado por su final más digno de una novela rosa que de esta supuesta obra de ruptura.

Otros han opinado:


  • Artículo en Pollito libros que reseña también Furores íntimos de la misma autora. 
  • Post en el blog Pequeña saltamontes.
  • Una genial y breve crítica corrosiva de Lector malherido. Ojo, spoiler pero vale la pena, lo de "catálogo de anagrama, sección zorritas" de dejó muerta.