domingo, 12 de agosto de 2012

CIENCIAS MORALES


Es la primera obra de este autor que leo, creo que escogí este libro simplemente porque el nombre me sonaba vagamente de algo. Hurgando primero en mi memoria y luego en la de mi ordenador, descubrí que había leído una entrada sobre otra de una de sus novelas en el excelente blog Desde la ciudad sin cines de David Pérez Vega. Aunque la reseña trataba de Cuentas pendientes, una novela posterior, empezaba rememorando el buen sabor de boca que le había dejado Ciencias morales, así que supongo que mi cabeza almacenó la información en algún cajón secreto y la rescató en cuanto que el nombre de Kohan saltó de la estantería. Siempre me han gustado las cosas con k, son difíciles de olvidar.

Ciencias morales recrea el universo opresivo de un colegio, el Colegio Nacional, antiguo Colegio de Ciencias Morales, cuyo credo es la disciplina. Su ideal último no la excelencia académica o deportiva, ni siquiera la devoción religiosa. No, esta institución aspira a producir un individuo uniformizado, ceñido a unas normas de calidad moral estandarizadas, recto, puntual, impecable, un miembro productivo de la sociedad. Por supuesto, se esperaba que los alumnos brillaran en sus materias de estudio pero más  como una consecuencia de su sentido del deber que de un deseo de saber. La rutina de las actividades escolares no se vean perturbadas por la realidad de fuera de las aulas. Y esa realidad es la la Argentina de 1982, a punto de entrar en guerra con los británicos por Las Malvinas.

La mirada que nos guía por las entrañas del monstruo educativo es la de María Teresa, una joven y novata preceptora de disciplina. La función de los preceptores era la de cuerpo auxiliar, una especie de policía de la buena conducta que controlaba largos de falda, cortes de pelo, orden de formación, izado de la bandera y una larga lista de posibles contravenciones al orden establecido.

María Teresa es un personaje muy bien lógrado, con la credulidad y la inocencia propia de su edad y el entusiamo loco de su primer trabajo. Tal vez por eso se convierte al credo del orden, encarnado por la siniestra figura del jefe de preceptores, el señor Biasutto, que la instruye en las técnicas de la mirada, del ojo que todo lo ve. Hay una delicada escena en que nuestra preceptora mide y calcula de que manera se posan los dedos e un estudiante en el hombro de su compañera para tomar distancia en la formación y se pregunta si no hay algo en ese contacto que se escape de la norma, ¿algo tal vez del orden de lo erótico? Es posible que esta segunda parte de la pregunta nunca llegue a formulársela porque aunque en la mayoría de los aspectos es una chica despierta e inteligene, hay algo, una terrrible ignorancia o una imposibilidad de articular todo lo relacionado con el sexo, que en una institución dedicada a la enseñanza de adolescentes, es casi todo.

María Teresa, Marita, en su casa, es boba. Es boba, porque una mujer a la que no se ha educado (o que no se ha procurado ella misma una educación) sobre los asuntos del sexo está condenada a andar a oscuras por un desfiladero, está condenada a caer en trampas y abusos, a no poderse defender por no saber lo que desea o rechaza. Marita está a punto de dejar de ser boba, está descubriendo el deseo, el cuerpo masculino, si bien de una manera un tanto perversa, en la mirada constante, en su vigilancia sobre los chicos. Pero no sabe lo que le pasa, es como una niña descubriendo su cuerpo pero metida en la identidad de una preceptora de disciplina de veinte años. Y los lobos siempre están atentos a las niñas perdidas.

En conjunto, es una novela muy bien escrita que crea los personajes y los ambientes con precisión, con detalle pero sin barroquismos que cansen al lector. Logra materializar a María Teresa, sentarla a nuestro lado, tanto que yo tuve ganas de gritarle, como mi abuela cuando interpelaba a los personajes de las telenovelas o los niños que ven un espectáculo de títeres avisan al personaje que el malo los acecha con un garrote por detrás.

El final me resultó abrupto, un corte radical en la cadencia de la narración. En una segunda lectura comprendí un poco mejor esta decisión del autor, si los hechos feron abruptos, así debe ser el final. Sin embargo, en este cierre tan brusco hay como una especie de precipitación extraña que riñe un poco con el ritmo del resto de la narración pero que no empaña sus excelentes cualidades como conjunto.

Esta obra, publicada por Anagrama en la colección Narrativas Hispánicas, ganó el premio Herralde en 2007.