lunes, 11 de agosto de 2014

LA MESA LIMÓN (Julian Barnes)


Hay un escollo peculiar a salvar al hablar de un libro de relatos, a diferencia de las novelas, estamos tratando no con una sola obra sino con una compilación de ellas, de una serie de universos y personajes que deberían tener su autonomía y entidad propia. Debería ser más fácil en un caso como este en el que los relatos están unidos por un nexo. 

Como atentamente nos informa el texto de la contraportada (estos editores, siempre desbrozando el camino para el lector) el tema que da unidad a estos relatos es la muerte, o tal vez expresado con más precisión, la conciencia de la mortalidad del ser humano. Como comenta Juan G.B. en el blog Un libro al día, yo encontré que más que la muerte, el vínculo de estos relatos es la decadencia que la precede: la vejez. El efecto de terrible angustia que causan alguno de ellos no proviene de la inminencia de la muerte sino de todo lo que podemos perder de nosotros mismos antes del final, de la descomposición en vida de la personalidad y las certezas que la han conformado, eso queda claro cuando oímos a uno de los protagonistas exclamar: "¡Ánimo! La muerte está a la vuelta de la esquina.". Es más doloroso ese retazo de vida que aún se arrastra que la perspectiva de final. 

Es del último relato "El silencio" que proviene la explicación del título: el limón es un símbolo de la muerte en la cultura china y en un café que frecuentaba en compositor Sibelius -protagonista de esta última historia- los parroquianos sentados a la mesa limón adquirían el compromiso de que su tertulia tratara sobre la muerte. 

Son once historias, historias de gente que envejece y no muy bien. Vejeces lastradas por la insatisfacción, el miedo, el odio. Como casi todas, en alguna medida. Hay retratos de vejeces maniáticas y solitarias; de amigas que no se soportan pero que mantiene un vínculo que les da una sensación de continuidad con su vida; y sobre todo muchas historias de matrimonios que avanzan hacia el vacío sin ser capaces de cogerse de la mano para mitigar el miedo. 

Está todo tan bien construido, cada detalle, cada diálogo, las casas, la luz de cada historia. Es un libro triste, que no hace concesiones sensibileras pero que mantiene su tono por la ironía y el humor negro con el que los personajes se despachan sobre sí mismos y sus seres queridos. El componente principal de la mayoría de estas historias es la amargura, porque dos que habían podido amarse no encontraron el momento justo como en "La historia de Mats Israelson" o por la decadencia que el paso del tiempo impone a un hombre y del cual es consciente en sus visitas a la peluquería en "Una breve historia de la peluquería". 

A mí hay algunas historias que me gustan más que otras, aunque supongo que cada lector hará una selección distinta. Puestos a elegir yo me quedaría con "Apetito" en la que una mujer cuida de su marido aquejado de una dolencia que no se especifica pero parece Alzheimer u otra demencia senil. Cada vez más perdido en la bruma de la enfermedad ella mantiene un lazo con el hombre que él fue a través de las lecturas de libros de recetas y guías de restaurantes. El hombre era un gourmet y sólo reacciona a la evocación de ciertas comidas memorables, alguna vez incluso es capaz de rescatar del destrozado archivo de su memoria un maravilloso recuerdo intacto con todos sus detalles, una constatación de que su amor exisitió, de que compartieron una vez una amor bello y vivo.Casi parece que la mujer ha aceptado la desgracia y se dispone a acompañar a su marido en su lento apagarse pero hay una arista aún más cruel: este hombre que cuando estaba sano era un modelo de buenos modales, delicadeza y romanticismo, alguien casi demasiado correcto, que ahora, de vez en cuando expulsa unas venenosas expresiones sexuales que cuya motivación no parece el deseo sino un afán destructivo de humillarla. El mayor temor de la mujer no son las penosas perspectivas del futuro sino la sospecha de que en su fuero interno eso ya hubiese existido antes: "Como si siempre me hubiera engañado, durante todos estos años". La protagonista nunca sabrá si todo ese encono, esa rabia sexual acechaba detrás de la fachada de su civilizado esposo o si es un subproducto de la enfermedad, parece aferrarse a la segunda posibilidad para seguir adelante. A pesar de que he leído muchas entrevista  

En otro registro, algo menos duro porque a mí me hizo reír tanto como condolerme, está "Saber francés", el recuento de una correspondencia (no sé si con un pie en la realidad o enteramente ficción) entre Barnes y una agudísima anciana, Sylvia, que lo lee y comenta desde la residencia. Bueno, no lo lee sólo a él, lee todo lo que encuentra en la biblioteca y justamente va por la B. Las cartas de Sylvia son burlonas y aceradas, sus reflexiones sobre el robo de bombones en la residencia o lo que pasa con los locos después de la muerte son de una sabiduría hilarante: "Supongo que si estás loco y te mueres, habrá una Explicación esperando, y antes tienen que volverte cuerdo para que la entiendas. ¿O cree usted que estar loco es sólo otro velo de conciencia alrededor de nuestro mundo actual, que no tiene nada que ver con ningún otro?". Casi parece que la quemante ironía de Sylvia respecto de todo pero sobre todo de sí misma, sea una forma radical de la dignidad de la vejez: "(...) podemos quitarnos la vida, pero eso siempre me ha parecido vulgar y fatuo, como la gente que se va del teatro o de  un concierto sinfónico." 

Cierro el libro adorando a Sylvia y con pena por su muerte -es de los pocos personajes que realmente cuelga las botas en este libro sobre la muerte- y eso es un triunfo de la verosimilitud y el arte narrativo. 

No puedo terminar sin incluir en el trio de ases "Vigilancia", la historia de ese melómano que con los años va perdiendo totalmente la tolerancia respecto de las toses, ruidos, móviles y groserías varias del público musical. Es genial porque nos presenta a un tipo tan maniático que roza la chifladura pero al que a la vez ni podemos dejar de darle la razón.

La traducción de Jaime Zulaika es buena y salvo algún leísmo que hace arder los ojos, se lee con placer. 

Por algún motivo a mí los temas oscuros me resultan más fáciles de leer en verano, como si la luz los desmintiera, así que lo recomiendo para este agosto caliente y largo. 

Más información:
  • La reseña que ya cité arriba de Juan G.B. en Un libro al día.
  • He descubierto este blog de nombre genial, Entusiasco con su comentario de éste libro.
  • Una reseña algo antigua en Solo de libros pero como el libro sigue siendo bueno...
  • Artículo de Javier Aparicio en Letras libres, con el mejor colofón: ars longa, vita brevis

9 comentarios:

  1. Algunos editores desbrozan incluso demasiado el camino del lector. Con lo que me gustan a mí los caminos asalvajados :)

    Me gusta leer libros de relatos, aunque siempre (o casi siempre) suceda que no todos mantengan el mismo tono, o interés, o intensidad... Pero me cuenta el sabor de boca que me deja al final, y lo que encuentras en algunos de los relatos (o todos). Como no me he estrenado con Barnes, me requeteapunto este libro. Gracias.

    Besos!

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    1. Querida Ana:
      A veces desbrozan tanto el camino que acaban con el paisaje. A mí me parece un libro fantástico para iniciarte con Barnes. Hay unos cuentos mejores que otros aquí pero la calidad literaria y el tono general es magnífico.

      Un abrazo,
      Sonia

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  2. Sólo he leído un libro de Barnes, por el momento, aunque tengo por ahí varios esperando instrucciones para acercarse a la pista de despegue. No sé si está éste, pero lo buscaré porque me encanta leer relatos. Gracias por animarme con la reseña.
    Besucos.

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    1. Zazou:
      Dale turno en tu pista, si eres una entusiasta de los relatos no te arrepentirás.
      Abrazo,
      Sonia

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  3. No he leído nada del autor, pero me están dando muchas ganas. Me gusta mucho el relato, y si es verdad que resulta muy complicado hacer una reseña de un libro de cuentos. Aun asi, la reseña me ha encantado y me anima a leerlo, besotes

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    1. Muchas gracias por el comentario Kabu, anímate y cuéntanoslo.
      Un abrazo,
      Sonia

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  4. Muchas gracias por citarme, Sonia, no sé hastaqque punto merezco que alguien tome como referencia mi reseña. A mi ttambiénme gustaron especialmente los relatos que mencionas. Añadiría también, por divertido, el del melómano obsesionado por la gente que hace ruid en los conciertos (no recuerdo ahora el título).
    Un saludo

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    1. Perdona: me acabo de dar cuenta de que tú también hablas de ese relato: "Vigilancia". Perdón también por las faltas que he perpetrado en mi comentario. Está claro que necesito un café. O dos...
      Un nuevo saludo de:
      Juan el dormido.

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    2. Hola Juan:
      Una de las cosas que me gustan de la dinámicas de los blogs es descubrir gustos comunes con gente de la que otra manera nunca hubiésemos entrado en contacto. El cuento del melómano maniático es genial y triste, como corresponde al tono general del libro.
      A mí me gusta citar y en la medida de lo posible incluir referencias de otras reseñas (cuando tengo tiempo), es una forma de que las impresiones e ideas sueltas de un grupo de lectores se vayan encadenando entre sí.
      Creo que esa mención de café viene a tiempo, brindo con uno en la distancia.
      Un abrazo,
      Sonia

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