sábado, 5 de febrero de 2011

CURSO DE LITERATURA RUSA

“Después del derecho a crear, es el derecho a criticar el don más valioso que la libertad de pensamiento y de expresión puede ofrecer”, dice Vladimir Nabokov en el pasaje que introduce sus lecciones de literatura rusa. El editor nos aclara que este texto estaba en una hoja suelta que no encajaba en ninguna de las lecciones en particular, probablemente porque vale para todas.

Lo que el escritor intenta transmitir a sus jóvenes estudiantes de Wellesley y Cornell (su carrera académica norteamericana se desarrolló entre 1941 y 1958) es la importancia del espíritu crítico como piedra fundadora de un clima de libertad social y cultural. Si nos paramos a examinar sus lecciones con cierto detalle, descubrimos que la alta literatura es el instrumento más afilado de crítica. No porque lo pretenda, sino porque la mirada del artista tiene la capacidad de romper el velo de lo cotidiano y exponer el revés del mundo en que habita.

No puedo evitar que me corroa la envidia al imaginar el privilegio de estar en una de esas clases, que además no eran parte de un doctorado o de un seminario especializado; eran para estudiantes no iniciados en la literatura rusa y, en ese sentido, eran lecciones de amor; amor apasionado y puntilloso por el arte, por la literatura y por Rusia. Hasta en el tratamiento de los autores que Nabokov consideraba imperfectos, se percibe un nivel de penetración, de interés por el detalle, que solo se puede tener por las cosas que se aman. En su análisis de Ana Karenina, extiende la novela al trasluz como si se tratara de un rico tapiz y nos va señalando los bordados más hermosos, los brocados más opulentos, los inimitables trenzados de hilo de oro pero lo que es más notable, es que también nos muestra los fallos del tejido, las pequeñas puntadas enmendadas, los fragmentos que no han envejecido bien.

Mi edición en rústica de 1997 de Curso de literatura rusa, ha amarilleado prematuramente (he oído que el buen papel puede durar hasta seiscientos años impoluto) y está muy estropeada por los subrayados abusivos pero sé que ninguna relectura me decepcionará. Cada vez que regreso a estas páginas salgo con renovados de deseos de comerme a todo Tolstoi, Dosteyesvski (a pesar de los palos que le da), Turguéniev (más palos: “No es un gran escritor, aunque es un escritor agradable”), Gógol y Chéjov.

La magia de este libro es que aunque no hayas sido uno de los pocos privilegiados de la lista de clase del profesor Nabokov, estás ahí oyendo la voz implacable pero a la vez llena de una inalienable pasión por el arte, del maestro, que nos enseña que, en última instancia un buen crítico no es nada más ni nada menos que un buen lector que nos cuenta sus lecturas.

He visto que acaban de reeditarlo. No pretendo hacer publicidad pero, de verdad, quien pueda, que se lo compre, el que no, presione a su bibliotecario para que lo encargue, léalo a hurtadillas en la librería, etc.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tus comentarios son bienvenidos.