lunes, 8 de abril de 2013

ORDENO Y MANDO

Me gustan los libros bien editados, las portadas preciosistas, el papel de calidad y los editores que se arriesgan con pequeñas joyas por descubrir sin tener la certeza de que el mercado vaya a aceptar alguna propuesta que salga de los caminos más trillados. Sin embargo, no hay bolsillo que resista un gusto exquisito sin intermitencias (bueno, sí los hay pero no se pueden hacer generalizaciones con los millonarios) y además existen algunos refugios para el lector de limitados medios y con ganas de un bocado literario de calidad, por eso siempre he sido fiel a la Colección Compactos de Anagrama, que tiene un amplísimo catálogo de autores y títulos, muchos de los cuales son indiscutibles clásicos contemporáneos.

Hay muchas formas de procurarse material de lectura, soy una fanática de las bibliotecas y apoyo los préstamos entre amigos, soy de las que devuelve los libros pero me hace muy feliz comprarme uno. En el acto de comprar un libro hay una vocación de permanencia, de amistad, de relectura. Puede que la relación no cuaje pero siempre habrá quien quiera acoger a ese que nuestro capricho haya descartado.

Cuando mis ganas de leer no van de la mano con mis deseos de gastar como un emir, me dirijo a la zona de libros de bolsillo de alguna librería sin mirar hacia la tentadora y cara zona de comics y me tapo las orejas para no caer en la trampa de los cantos de sirena de las mesas de novedades, voy directa a los colorines de los Compactos y allí me elijo algo que me dará unas seguras horas de felicidad, he tenido alguna decepción, es verdad, pero no hay placer sin riesgo.

El ritual que he descrito arriba lo he llevado a cabo unos cuantos años y durante este período he estado a punto muchas veces de escoger algo de Amélie Nothomb, que tiene un aire de mujer de mundo, cool e interesante, con su infancia japonesa y su padre diplomático pero siempre se cruzaba en el camino alguna otra lectura con un título más llamativo o un autor del que ya tenía algún recuerdo feliz. Algún día tenía que decidirme, así que me dirigí con el fino volumen rosa de Ordeno y mando y mis 6,99 euros a la caja.

El comienzo es estupendo, no sabes a qué te estás enfrentando, si a una novela negra o a una reflexión sobre la esencia de las relaciones humanas de corte ligeramente existencial.:

      "-Si un invitado muere repentinamente en su casa, sobre todo no avise a la policía. Llame y pídela que les lleve, a usted y a ese amigo que se siente indispuesto, al hospital. El fallecimiento no serrá certificado hasta llegar a urgencias y de este modo podrá demostrar, con la ayuda de testigos, que el individuo en cuestión murió por el camino. Gracias a lo cual, le dejarán en paz."

Este estupendo párrafo abre esta novela breve y es muy prometedor. Tiene muchas implicaciones sobre los límites entre la culpabilidad y la inocencia, la reacción normal ante el hecho profundamente perturbador de una muerte en casa.Apenas en el segundo capítulo la pregunta que abre el enigma cobra consistencia milimétrica: la anodina vida de Baptiste Bordave se ve perturbada por un desconocido que le pide usar su teléfono por una avería de su coche y se desploma, indudablemente muerto en su salón.

A partir de aquí, Bordave contradice todas las que en esa conversación inicial, habría planteado que serían sus reacciones normales a una situación tal, como llamar a un médico o dar parte a la policía. Contrariando su propia lógica, se apropia de la cartera y del magnífico deportivo del muerto y se desprende de su propia identidad, como una serpiente abandona una vieja piel y sale al mundo vestida de colores más brillantes y nítidos.

De aquí en adelante, toda la narración se centra en cómo el protagonista se apropia de la vida de Olaf Sildur, el muerto. Las extrañas circunstancias de la vida de este personaje facilitan el cambio de piel. Una hermosa mujer rubia y una hortera pero comodísima mansión se convierten en su nuevo y bienvenido universo.

Es un libro bien escrito, con una notable economía de recursos sostiene una historia en la que casi todo ocurre al comienzo y al final. Hay una fórmula de oro, según la cual una narración que empieza y termina con aciertos, tendrá que ser necesariamente buena. Pero no, aquí hay algo que no funciona y es que la suerte del personaje nunca llega realmente a importarnos. Ese hombre que se dedica a var pasar las horas bebiendo champán y contemplando a la rubia y bella señora Sildur, no apasiona, no entusiasma.

Toda la acción se apelotona hacia el final, el tiempo avanza a marchas forzadas y nos topamos de frente con la última línea sin que nos haya dado tiempo aferrarnos a alguna señal de la historia que nos permita luego evocarla, como se evoca el rostro de un ser que ha pasado y ha dejado una huella sensible, un olor, una mirada, en nuestra memoria.

Creo que Nothomb tiene que tener libros mejores. Lo intentaré con Estupor y temblores o Metafísica de los tubos, dos de sus títulos de culto. Ya volveré con mis recuerdos de viaje.

Más información:

Para que haya contraste, una crítica entusiasta, en su momento en en Rock de lux
Una reseña detallada y medida de Care Santos en el blog La tormenta en un vaso
El autor del blog Cruces de caminos también le pareció que el comienzo era lo mejor de la novela.

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