jueves, 2 de mayo de 2013

LA PISTA DE HIELO


Compré esta breve novela de Bolaño el mismo fin de semana que el libro de Nothomb que ya comenté hace un tiempo: dos experiencias de lectura radicalmente diferentes. Mientras que la experiencia con Ordeno y mando me hace evocar un tour por un edificio ultamoderno de líneas limpias y estructura inteligente pero que va perdiendo interés en la medida en que avanza, tanto que el visitante a duras penas termina la visita sin contener los bostezos, La pista de hielo en cambio me metió a empujones en el febril verano de la ciudad costera de Z. Por un tiempo fui vecina de Z y me levantaba pensando que al final de mi calle no estaría el Manzanares sino el Meditarráneo y que de camino al trabajo me toparía con la figura familiar pero lúgubre del Palacio Benvigut.

¿Qué tipo de novela es La pista de hielo? Como casi todas las buenas obras de arte es difícil de clasificar. Si hay que marcar alguna casilla, diría que es una novela negra, tanto por el tono en el que se agolpan el lastre de los sueños rotos y la banalidad del éxito, como por esa estructura que impone la develación de un misterio. Está narrada desde tres voces distintas, que podrían resumirse con la clásica introducción del chiste: entran un chileno, un mexicano y un español en un bar ¿y? En apenas doscientas páginas crean un universo con sus deidades, su historia y su incierto porvenir y crean, por supuesto, el acontencimiento que rompe las normas de este universo y hace que se colpase sobre sí mismo.

Ese acontecimiento, ese misterio, por supuesto, es un crímen, de ahí la negrura de la clasificación. Un crimen que se veía venir, como se huele una tormenta en el aire cargado de la tarde. Pero no es la matemática del acertijo lo que nos impulsa a seguir leyendo. Si el lector se vuelve un poco detective con esta narración no es mediante el juego del descarte de cohartadas y pistas, sino porque la historia está contada con tal maestría que es como si hubiese ocurrido en nuestro entorno más familiar e íntimo, como si hubiésemos sido asiduos veraneantes del camping Stella Maris. Ese es el truco magistral de Bolaño, conocemos tanto el alma de los personajes que empezamos a reflexionar sobre asuntos tales como que Enriq Rosquelles es un burócrata altisonante, cursi, pagado de sí mismo y corrupto pero no un asesino, aunque desde cierta perspectiva sus culpas sean más graves que el homicidio, o que Gaspar Heredia, el triste poeta mexicano sería incapaz de matar, como no fuera por amor y parece que este no es el caso y que Remo Morán tiene tantas cosas en la cabeza con el éxito de sus negocios sobrevenido casi en contra de sí mismo, que parece improbable que se parase a ejecutar un asesinato.

Hay un detalle curioso, los tres personajes narradores son hombres y su visión de la realidad es más bien estática, mientras que las mujeres pasan como ráfagas frente a sus miradas que apenas se las arreglan para seguirlas: la belleza de la patinadora, tan helada como la pista sobre la que ejecuta su rutina; la oscuridad sin fondo que se agita en los ojos de Caridad y palpita en ese largo cuchillo que lleva escondido bajo la camiseta; Carmen, la cantante callejera de ópera, esa especie de espléndida limosnera que va por el paseo marítimo y por los bares como una reina depuesta esperando el día en que sus viejos partidarios vengan a restaurar sus derechos, una mujer del color de la luna pero no de cualquier luna sino de "una luna astillada que se venía abajo".

Otro elemento que hace que la novela funcione como una maquinaria perfecta es el humor, sin el cual el fondo trágico de las historias que se entretejen se haría inaguantable. Hay escenas que podrían figurar en cualquier catálogo de lujo del humor y que casi siempre se sustentan en los muy bien construidos personajes secundarios, como aquella en que Rosa y Azucena, las mujeres de la limpieza hablan de lo guarros que son los seres humanos y desarrollan una tesis con toda profusión de detalles de las cosas que hace la gente con la mierda: "La mierda, maleable, casi un lenguaje que intentaban vanamente desenmarañar, se hallaba presente en todas sus sobremesas nocturnas. Por ellas supe que la gente se cagaba en las duchas, en el suelo, a ambos lados del retrete (...) Con mierda escribían en las puertas y con mierda ensuciaban los lavamanos. Mierda primero cagada y luego acarreada hacia lugares simbólicos y vistosos: el espejo, la bomba de incendio (...)". en mi opinión, pocas veces alcanza el humor la doble cumbre de la escatología y la finura.

En fin, una novela que lo contiene todo y cuyo clima es demasiado inquietante como para quedarse a vivir en ella pero que vale la pena revisitar de vez en cuando como los veraneantes que tarde o temprano vuelven a Z. La recomiendo con fervor.

Más información:
Ficha de la edición de bolsillo en la web de Anagrama
Reseña en el blog La hierba roja
Una crítica de corte académico, profusa en tecnicismos pero con cierto interés en la revista Scielo, eso sí, imperativo no leerla antes de la novela.

4 comentarios:

  1. Gracias por la recomendación. No sé si lo de los narradores variados me resulte confuso. Qué crees?
    Saludos,
    Vlad

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    1. Gracias por tu visita y tu comentario. En otras novelas con múltiples puntos de vista narrativos puede que el lector experimente cierta confusión e incluso puede que esta confusión sea un efecto que el autor quiere provocar. En este caso, no te preocupes, cada capítulo está encabezado por el nombre del personaje que narra. Al estar tan bien construidos los personajes, podrías reconocer quién habla aún sin esa ayuda. ¡Atrévete!

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  2. Aveces las tres voces narrativa sirven para crear un juego o un desafìo escritor-lector y para ambientizar la rigidez del texto. ¡Bolaños! ¡Bolaños! ¡Bolaños! Debo leerle pronto... saludos...

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    1. Después de pasar por la experiencia Bolaño, un lector agranda su universo a veces gracias a la paradoja de oir la voz de lo cotidiano, de lo innombrado. Gracias por tu visita, para la próxima té y galletitas.

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