Leí hace hace relativamente poco tiempo por primera vez ¡Ay, ignorancia! el nombre de Walter Mosley en la magnífica Guía de la novela negra de Héctor Malverde. El título que aparece reseñado en la antedicha guía es El demonio vestido de azul que fue adaptado al cine con un bellísimo Denzel Washington como el detective Easy Rowlings. Tenía intención de echarle mano pronto (al libro, no a Denzel) pero el destino me puso antes en las manos Blues de los sueños rotos, justamente una de las novelas de Mosley que no está protagonizada por el detective Easy Rowlings ni se puede clasificar en el género negro, aunque tal vez esta última afirmación debería pensármela mejor porque si un relato es urbano, duro, salvaje y sentimental, parece que ya ha dado más de un paso hacia el lado de la oscuridad.
La novela se inicia con una escena que se nos ha vuelto de nuevo cruelmente familiar en la era de esta nueva crisis: un anciano es deshauciado del apartamento en que ha vivido veinte años por no poder pagar el alquiler. Está enfermo y le esperan la miseria o la desalmada caridad pública. Los restos de su naufragio vital van a dar la acera de Nueva York frente a su antigua casa. Está enfermo, sucio y abandonado y su destino parece sellado: una temporada en el albergue y una muerte que sobrevendrá con crueldad y probablemente sin el consuelo de la rapidez. Pero en su camino se cruza un destello que lo cambiará todo: su vecina Kiki Waters. Kiki, que apenas se mantiene en pie porque se recupera de una puñalada que le dio un niño delincuente. Kiki, pelirroja, alcohólica, violenta, de una inteligencia agzapada sobre sí misma, que lo toma bajo su ala, lo lleva a su casa, lo lava, lo alimenta y se apodera de él.
Gracias al encuentro con ese salvaje ángel de la guarda, el anónimo viejo enfermo que sólo era un manojo de dolor y miedo, empieza a cobrar de nuevo identidad, es Atwater "Soupspoon" Wise, bluesman que en su juventud acompañó al mítico Robert Johnson, quien según la leyenda vendió su alma al diablo en un cruce de caminos a cambio de arrancarle una música a la guitarra que parecía salir de las entrañas del infierno y de las gargantas de los santos a la vez.
La guerrera Kiki aprovecha su trabajo en una empresa de seguros y sus contactos con los siniestros geniecillos de la informática para hacer una póliza fraudulenta a favor de Soupspoon y proveerle los cuidados médicos que podrían curarlo o por lo menos acompañarlo hasta la muerte con un poco de compasión. Una peculiar relación paterno-filial va creciendo entre los personajes, él que nunca tuvo hijos y ella, hija de un monstruo incestuoso que se ha quedado al acecho en sus pesadillas de Arkansas, aprenden esa vocación imposible de velarse el sueño, de amar incluso el abismo que a veces es el otro.
Atwater empieza a tirar del hilo de su memoria. Un niño que perdió a sus padres y fue criado por una peculiar pareja de mujeres y que aprendió a seguir el compás del blues con el más exigente y básico de los instrumentos: un par de cucharas. Su historia es la historia de la sangre que alimenta el blues, la vida de un pueblo explotado cuyas únicas posibilidades vitales eran reventar en los campos de algodón o flotar en el vaho del alcohol, el sexo y la música, estrechas vías de escape al dolor cotidiano.
La figura heroica se Robert Johson puntúa toda la narración. Un hombre que supo ser libre a su manera, a través de la música y la seducción. Las mujeres, por supuesto, lo adoraron, como corresponde a un maldito de su categoría.
Así definía a Soupspoon su exmujer: “Sí, es un buen hombre, como un ángel es bueno. Pero nosotras no estamos hechas para tratar con ángeles, chica. Los ángeles atraen toda la maldad y todo el dolor del mundo. Miran cómo mueren los niños, eso es lo que hacen. Cogen todo el dolor y lo gritan. Los ángeles viven con el mal y con la muerte. Ése es su oficio. Los asesinos y los ladrones y los tiempos tan duros que hacen llorar sangre. Ahí es donde encuentras a los ángeles. Yo preferiría hacer de puta en estas calles que pasar una tarde con un ángel. Me mataría antes que compartir mi pan con un ángel.”
Uno de los grandes aciertos de esta historia es cómo teje los tiempos y va anudando las vidas pasadas y presentes de los personajes, incluso de los secundarios que van entrando poco a poco en escena. Gente que sufre y aguanta o gente que termina por quebrarse y enloquecer. Aventuras, tipos peligrosos, mujeres de acero, mucho blues, últimas oportunidades en la vida.
!Por favor, léanlo¡ Además es baratito.
Más información:
Comentario en el blog Bad music blues
Entrada de Elena Azcárate en su blog personal
Comentario de de Edu Chinaski
Un libro triste y furioso a la vez. Me gustó más que alguna novela de detectives que había leído de este autor.
ResponderEliminarAbrazo lector,
Peggy
Hola Peggy:
EliminarSí, tristeza y furia en un bellísimo empaque. Yo he empezado el recorrido alrevés, aún nohe leído su saga detectivesca. Gracias por tu comentario.