lunes, 16 de septiembre de 2013
LA REINA DE LOS AGUACATES
Cuando empecé con este blog mi intención era convertirlo es una especie de cajón de imágenes, una cuerda para atar recuerdos ligeros, de esos que al primer descuido se vuelan con el viento. Quería escribir de cosas que me hubieran causado alguna impresión profunda: películas, libros, lugares, gente. Al comienzo lo hice pero poco a poco empecé sólo a escribir sólo sobre libros, tal vez porque ocupan un lugar muy importante entre las cosas que amo y le dan sentido a mi vida; tal vez hablar de experiencias lectoras es una forma de compartir algo muy íntimo sin borrar las líneas del decoro, aunque bien visto, una lista rigurosa de lecturas podría ser la autobiografía más reveladora.
En fin, toda la anterior introducción es porque hoy no hablaré de libros sino de una persona que conocí fugazmente pero que me gustó mucho. Este verano estuve visitando a mi familia en Colombia y uno de mis lugares favoritos allí es una casita de campo con un pequeño terreno que mis padres compraron en donde empieza la tierra caliente a un par de horas de la ciudad. Es un trayecto muy agradable, primero se termina la claustrofobia de la fea Avenida 80 y luego, poco a poco, entre el plástico de los invernaderos empieza a surgir la belleza verde de la Sabana de Bogotá. Justo a mitad del camino está el pueblo de Facatativá, que no es precisamente un lugar pintoresco, su arquitectura es inane y su plenarmiento urbano, inexistente. Las casas se apiñan como feos dientes picados en una boca que sonríe sin verguenza. Pero este pueblo tiene un atractivo indudable: está en el corazon de una región fértil y productiva, su mercado es estupendo. Allí es donde mi mamá se abastece para los largos fines de semana que pasa en su refugio campestre, muchas veces ofreciendo su generosa hospitalidad a numerosos y hambrientos invitados. Para los que disfrutamos del placer de la comida, puede ser un lugar que invite al consumo desaforado, si no se tiene cuidado, la belleza y la abundancia de las cosas puede arrastrarte y terminar comprando más de la cuenta, tanto que a duras penas entres en el coche, apretujado entre yucas y paquetes de la carnicería.
Compramos pollo, unas hermosas costilllas de cerdo, filetes de ternera, pensábamos en el asado. Luego fuimos a la zona de las frutas y verduras, las mandarinas estaban en su mejor momento y el punzante sabor de las uvas isabelas me devolvió de golpe a un patio soleado de mi infancia. La señora del puesto de mazorcas nos dejó escoger de un gran bulto las que más nos gustaron, justo en su punto para asar.
Yo estaba pendiente los aguacates (todo el mundo sabe que un asado sin aguacates no es más que un montón de carne sin contrapunto) pero resulta que son un fruto tan aristocrático que no se expende en la zona común del mercado. No, son una especie de carros instalados en a calle, junto a la entrada los que manejan el material aguacatil de calidad, que además es bastante caro y complicado de encontrar dependiendo de cómo haya ido la cosecha.
Me dirigí al primer tenderete, los aguacates brillaban como gemas verdes bajo el cielo encapotado pero mi madre me detuvo porque ese no era su sitio habitual. Al otro lado de la calle, una mujer la saludaba con el brazo en alto. Una mujer joven pero llena de aplomo y autoridad, con una melena larguísima, perfectamente peinada y teñida con mechones rubios, su maquillaje encajaba perfectamente con sus ojos expresivos y con sus altos pómulos que el mejor cirujano de Hollywood desearía poder reproducir. Un escote vertiginoso desorientaba a los viandantes pero nadie arriesgaba un comentario pasado de tono, esta dama con sus tatuajes y sus curvas contundentes transmitía un poderío en calma, que no parecía sensato empujar a la acción.
Le debió parecer raro que le pidiera una foto pero accedió sonriente. Una perfecta mujer de negocios. Con unos gestos precisos nos cortó un par de rodajas de aguacate de prueba para que examináramos su calidad y punto de maduración, "pura crema", sentenció. Terminamos la transacción y me gustó especialmente su forma de contar el dinero y dar las vueltas, con delicadeza y sin prisas. Me despedí con la sensación de que esta chica era la reina de los aguacates de Facatativá porque la vida la puso allí pero que es uno de esos seres magnéticos que de inmediato dominan cualquier escena en la que les toque jugar.
Si algún día pasan por Facatativá, por favor no compren sus aguacates en otro sitio, vale la pena, sobre todo si te despide, con ese "Gracias, reina, vuelva por acá".
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Me encantó, te felicito.
ResponderEliminarLos aguacates tienen la virtud de quien los ofrece.
Fui a Colombia a traves ´´Heroínas Díscolas´´.
El mundo de los mercados es curioso, por el arte de regatear y encontrar ricas historias de personajes dominantes.
Sí, me encantan las historias, Los libros, y este blog...
Saludos.
Gracias, amigo. Yo también he visitado mercados muy curiosos de tu mano, recuerdo especialmente el de los libros. ¡Vivan los aguacates!
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