Cuando uno se siente con poca resistencia a la frustración, lo mejor
es buscar refugio en un clásico. En este caso, por pedestres motivos
financieros, enfilé camino a la biblioteca. Hace poco hice un pequeño
viaje a una bonita (y cara) ciudad del norte de Europa y mis finanzas
aún tiemblan, así que de momento, me estoy absteniendo de consumismo
literario; no obstante, mis libreros habituales no deben temer, los
adictos siempre recaemos. Además, hay que aprovechar ahora, antes de que
las ansias privatizadoras del gobierno transformen las bibliotecas de
barrio en salones recreativos, que son más rentables.
Una
vez in situ, tuve que descender a esa planta pintada con colorines y
amueblada con sillas enanas porque el único ejemplar de La isla del Dr. Moreau, está clasificado como literatura juvenil y se codea con las aventuras de las tres mellizas o el Botones Sacarino.
Este
ejemplar es de la colección "Tus Libros", de Anaya, la edición es de
1990. Es un ejercicio de nostalgia para alguien que, como yo, atravesaba
una gloriosa adolescencia en los noventa. Una colección con un diseño
limpio y sin condescendencia, sus tapas blancas eran la sólida
constatación de que algo bueno estaba a punto de ocurrir. Los contenidos
extra, a saber, glosario, bibliografía y estudio crítico son de una
profundidad que no está reñida con el orden y la claridad. Este
baqueteado ejemplar ha pasado por las manos de numerosos usuarios de la
biblioteca sin sufrir más que algunos raspones en el lomo. A pesar de
ser parte de una colección dirigida al público juvenil, la traducción
del inglés es íntegra y directa, sin resúmenes ni adaptaciones que
edulcoren o desvirtúen la altura literaria de la novela. Incluso el
papel mantiene casi intacta la deliciosa frialdad de su tacto satinado.
Según cuenta Nuño Vallés en su blog El dinosaurio que estaba allí
la colección aún existe pero ha perdido parte de las cualidades que le
concedían su maravillosa calidad inicial, el post de Vallés es
estupendo, como mucho sentido del humor y argumentos críticos.
La
historia se abre con el útil recurso del manuscrito encontrado que
sirve para ordenar la narración y lanzarla sin demasiados preámbulos:
Edward Prendick, un joven biólogo inglés naufraga en medio del océano y
queda a la deriva en un bote junto a otros dos hombres, con los que
termina enfrascado en una lucha a muerte por los pocos alimentos que
tienen. Al final, es el único sobreviviente y cuando ha perdido la
esperanza, es rescatado por un barco, en el cual viaja Montgomery, un
científico exiliado por oscuros motivos en una isla, a la cual se dirige
con un cargamento de animales enjaulados y un ayudante de extraña
apariencia. Hay una atmósfera de una crueldad indeterminada en el
ambiente, que los pocos deseos de Montgomery de dar explicaciones
contribuyen a enrarecer; el capitán, empapado siempre en alcohol, se
niega a llevar al nuevo pasajero hasta su destino final y cuando llegan a
la isla, para su desesperación, lo abandona nuevamente en el bote. Al
final, Montgomery se compadece de él y lo rescata nuevamente pero le
advierte que probablemente su presencia en la isla no sea bien acogida.
Nuevas criaturas, esta vez una especie de hombres de rostro alargado y
extrañas proporciones, ayudan a descargar el cargamento.
Una
vez en la isla, entra en escena en Dr. Moreau, a quien Pendrick
reconoce como un científico, notable en tiempos, que fue expulsado del
la comunidad científica y a la larga, de Inglaterra, por la revelación
periodística de sus crueles experimentos de vivisección de animales.
Aunque Pendrick no presencia los experimentos, los terribles aullidos de
un puma,sometido a la tortura científica, lo conducen a un estado de
pánico que lo impulsa a recorrer la isla, sólo para encontrar el horror
de otras extrañas criaturas que vagan por la selva y sufrir la
persecución del que luego sabremos que es el hombre leopardo.
Para
lograr calmar al alarmado huésped, Moreau se ve forzado a explicar la
motivación y la naturaleza de sus experimentos y le aclara que su
criaturas no son mezclas entre humano y animal sino hibridaciones y
modificaciones, ayudadas por la transfusión de sangre. Estas
conversaciones son, a mi juicio, la parte más fascinante del libro; en
ellas, desarrolla sus teorías sobre la plasticidad de la materia viva y
de cómo mediante sus cirugías sobre animales "vueltos a esculpir para
darles nuevas formas", crea nuevos seres a los que educa en una especie
de imitación de humanidad. El personaje de Moreau, su físico, su
presencia avasalladora, su discurso hipnótico, condensa los dilemas
éticos de la historia.
Moreau ha creado un
universo en su isla en la cual él es el amo y supremo creador. Reconoce
que está lejos de alcanzar el éxito con sus criaturas y que en cuanto
empieza a notar los límites de su evolución, las deja libres (en otras
palabras, las abandona) y han terminado por vivir juntas en una zona
donde habitan en rudimentarias cabañas. Sin embargo, mantiene un férreo
control sobre ellas mediante un mecanismo de doble filo tan antiguo como
perfecto: la religión y el miedo. Las criaturas viven de acuerdo con un
credo basado de un grupo de prohibiciones básicas: caminar a cuatro
patas, probar la carne, atacar a los hombres y probar el alcohol. Hay
una especie de clérigo, una criatura llamada el Recitador de la Ley que
se ocupa de liturgia cotidiana, una repetición de cánticos que temina
siendo casi un trance hipnótico colectivo destinado a fijar las
conductas y el miedo; el elemento de control más poderoso es el recuerdo
de La Casa del Dolor, donde fueron creados. El Canto que las criaturas
han de repetir, tiene unas escalofriantes resonancias bíblicas:
-Suya es la Casa del Dolor.
-Suya es la Mano que crea.
-Suya es la mano que hiere.
-Suya es la mano que cura. (...)
El
Wells socialista y firme partidario de la razón y el progreso, asoma en
esta crítica casi iracunda a la religión, especialmente, cuando ocurre
el añadido de la teoría de la resurrección crística del amo. A pesar de
su agresividad, el alegato antirreligioso, tiene tanta altura literaria
que no supone una intrusión en la fluidez del relato.
Sin
destripar la deriva final de la historia, diré que el protagonista,
tras grandes padecimientos puede regresar a la civilización pero su
creencia en el ser humano queda irremediablemente dañada, percibe debajo
de los rostros y las conductas ese rastro de salvajismo que descubrió
en los hombres que se cruzaron en su extraña aventura, más que en las
bestias envilecidas por la manipulación de su cuerpo y su mente.
¿Recomendación?
Leerla. Es un clásico necesario, urgente, que no ha envejecido un
ápice. No se dejen engañar por el rótulo de literatura juvenil, es buena
literatura a secas, apta para cualquier público.
Gracias por tu visita y tu comentario, a mí me resultó una lectura mucho más profunda de lo que me esperaba
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